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El episodio del incidente entre el policía y el conductor de Uber, que terminó con este herido con dos balas por negarse a un control, funciona perfectamente como espejo de un par de fenómenos que están ocurriendo en nuestra sociedad, ambos preocupantes y que además deberían introducir dudas en nuestro racionamiento:

En primer lugar, hay que señalar que una amplia mayoría de las reacciones vistas en la prensa y las redes sociales están teñidas por una ideología, entendida esta como un conjunto de concepciones acerca de la manera en que se debe organizar la sociedad, pero que aplicadas a una situación concreta nos deberían llevar a reconocer que la realidad es más compleja que la ideología y a flexibilizar nuestra capacidad de análisis para mantener un nivel mínimo de objetividad.

Nada de eso ocurrió.  Los partidarios del orden y del predominio de la ley sobre las personas decidieron que el taxista era culpable de un acto criminal, si no subversivo por lo menos, en cuanto a negarse a validar a la autoridad, en tanto que los defensores del libre albedrío y de la libertad personal sobre la organización social manifestaron que el derecho al trabajo prevalecía sobre cualquier otra consideración.

A estas posturas ideologizadas hay que sumar la percepción ciudadana sobre Carabineros.  Para quienes consideran que la institución ha perdido su credibilidad, el oficial fue abusador; para los contrarios, el acto de disparar contra el conductor que no obedecía órdenes para detenerse, los dos disparos fueron una respuesta de legítima defensa.   Ambas posiciones están condicionadas por la opinión sobre Carabineros.

En este caso, lo que preocupa es la falta de objetividad para aproximarnos a un hecho determinado.  La falta de acuerdo se multiplica exponencialmente a medida que complejizamos el asunto.

Sin embargo, el otro asunto que preocupa es la percepción que todos tendríamos el derecho a eludir a la autoridad cuando decidimos que su accionar está basado en consideraciones injustas.

Sin dejar de lado la posibilidad de abusos y de conductas reñidas con la ley y la ética, el hecho de aceptar vivir en sociedad implica la aceptación de las condiciones, desde no cruzar con luz roja a no matar a los demás sin razón, pasando por no pagar el pasaje en el Transantiago, no evadir impuestos y someternos a los tribunales en su condición de árbitros de cualquier discrepancia, porque si no lo hacemos así terminamos viviendo en una sociedad anárquica en la que cada uno disfruta de sus derechos sin cumplir con sus deberes y el sólo hecho de conformar una comunidad pierde todo sentido.

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