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Y así es cómo me envuelvo en un abrigo, igual asoman los primeros jazmines, me hago las trenzas, preparo el alma y emprendo el camino hasta la inocencia de Santaolalla.

Me invitó la ternura de Alfredo Saint Jean. Me digo, “¡qué bueno que exista la generosidad y la ternura!” ¡Estoy aquí! Ese curioso universo color mañana llena de crujidos de ramas y nidos, ese universo adentro del universo, ese universo que abriga: LA TERNURA.  La ternura de la que somos capaces, la ternura que nos moviliza, la que nos convierte en tierra blanda y olorosa, la que acoge todas las semillas. Santaolalla la conjuga en un solo rasgueo y se viste de frutos.

Entro con Paito (las dos emocionadas) al teatro que nos vio nacer como compañía teatral y vamos recorriendo rincones: “Aquí esperábamos al público con nuestras plumas y encajes. ¿Te acuerdas, era invierno y Andrés Pérez todavía estaba vivo? Aquí estaba el bar, nos llamábamos “Las Reinas de Mambo”, tomábamos daiquiris preparados por la maestría y el sabor de Cristóbal. Al escenario lanzábamos todo lo que habitaba el alma (el pudor no se deletreaba.). Aquí estaba la exposición de ropa interior, aquí el delirio, aquí los sueños.” Y ese teatro lleno. Hoy también, lleno, vibrante. No conocíamos a Santaolalla entonces. Existía en dimensiones paralelas. Nosotras no transitábamos la ternura sino otras cumbres. Aunque sí, en el fondo, sí nos ligaba la ternura de una inocencia porfiada. Creíamos.

Las dos estamos vestidas de sonrisas con dientes e incipiente primavera. Muchos y muchas van entrando con su propio deseo de viajar hasta el territorio musical que promete este caudal de belleza que emana de la música de él, Santaolalla, el argentino que hace composiciones para tremendas películas que nos han inspirado, el argentino que hace canciones dulces, el de la música nave, él que es viento que sopla y limpia y transporta y levanta las polleras y lleva a pasadizos en cavernas dentro de la piedra.  Él que te despeina.

Pero sólo estamos de pie sobre las primeras capas de la tierra. Vamos recién entrando al arcano.

La oscuridad se toma el silencio de la sala, acordes iniciando el milagro y seis rayos de luz se pasean por mi piel recordándome la vida sutil de poros abiertos al asombro, suavidades, delicias repetidas hasta el mar. Todo se llena de pájaros, son las loicas, los mirlos. ¡Claro!, es el corazón pájaro de este hombre que emprende el vuelo.  En medio de las sombras y el rumor humano que se advierte, llega el tue tué que nos asusta. Una garra te aprieta la aurora del cuerpo.

Golondrinas en bandadas nos lanzan al abismo que es el cielo.

Mi mollera se abre y ablanda. Con ella, los labios, la yema de los dedos. Desde ella árboles floridos. Incluso un baobab planeta, se expande.

Voy cruzando la alegría de estar triste, intentando rebasar la selva de un Amazonas que se extiende desde el susurro de melodías salvajes. Es que él tiene sus alas invisibles pero enormes. Árboles con lianas que derraman su tristeza, vapor y humedad que se mete por los cauces del desconsuelo. No hay nada vano, es la lindura de la desolación y su silencio. El mapa de la piel por dentro hecho partitura viva. Caigo rendida al pequeño lago del abatimiento. Es bueno este estado tan poco apreciado… Estoy viva, sintiendo hasta las semillas que luchan por cruzar la frontera entre las profundidades de la tierra y el embrujo del sol.  Me miro en espejos y caídas de agua prístinas, aguas jamás tocadas por la mano del hombre o la mujer, es el agua que canta junto a su música y su espíritu que sabe del dulzor y la miel de abejas reinas a punto de morir.

El abatimiento… ¿Cómo NO en nuestros tiempos? ¿Cómo NO si venimos en bandadas, en choclón, en comunidades, aunque no lo sepamos? Es signo de estar viva.

Sus acordes llegan montados en mariposas soberanas. La ternura de esta música viene a recordarme que hay amigos y vecinas y mundos nuevos, siempre. Entonces este argentino me agarra de los pelos. No me deja refocilarme aquí o allá. “Vamos de viaje, niña. “, me dice en un susurro delicado. “No es sólo la ternura…. Hay más, hay viaje, no me quedo, voy partiendo, transitando.”  Le entrego mis trenzas, no tengo nada más que ofrecerle esta noche a sus cuatro guitarras y esa sonrisa casi infantil de espíritu incólume que no tiene nada que demostrar, sólo ser y disfrutar.  Viajamos en aviones de plata o barcos asoleados cruzando mi Paraná imaginario lleno de desafíos, lleno de próximos muelles, nuevos cocodrilos que conocer y domesticar o desafiar. Todo tan distante a su música de ser y disfrutar.

No sé cómo este escándalo líquido y peces y fieras marinas que son paridos por su partitura colectiva y por sus dedos tañendo cuerdas, me llevan del agua al fuego y entro al desierto más seco del mundo. “Atacamaaaaaa”, me escucho gritar. Él, Santaolalla también grita sequedad, toma agua para reírse, después. ¡¡¡Cómo se toma la cantarina este hombre!!!!  Me fundo con el sol tenaz, con lo inmenso, lo vacío. Atacama, Atacama y desde los seis acordes de su boca y las mil grietas que me abren con su música comprendo porqué a Jesús el demonio lo tentó en el desierto. Pero él no se ha dejado tentar, incluso ahí en medio de la nada, cuando advierte que no hay suficientes misiles para bajarle la voz, este músico viajero no abandona la sutileza de lo que roza pero penetra, la inclaudicable estética de la ternura al principio y al final. El lenguaje lenguajeante del constante devenir. Fluir, fluir, fluir, el corazón abierto.

(Yo sí me dejo tentar por la ilusión y el embrujo del logro, del caudal gris de expectativas, de la pasión de las múltiples dualidades, de la furia, del dolor… Entonces su música hace su magia y abre desfiladeros en la montaña, atardeceres del origen del mundo, células en movimiento, piedras que danzan que me vienen a buscar y a interrogar amablemente, tiernamente.)

Santaolalla canta desde el amor a la música, desde el placer, desde el “porque sí, porque me gusta”, desde el ojo de agua de su propia vida. Por eso nos vestimos con Paito, por eso llegamos envueltas en los seis jazmines de anticipo en la manga del abrigo, por eso he hecho este viaje en chalupa vegetal por los mares de la ternura y su ferocidad de pájaro tibio, por eso él rinde homenajes a otro secuestrado por una nueva caricia rocío, un tal González de Chile, uno de nombre Jorge sudamerican rocker furioso hoy ri-sueño.

Sé que los tiempos que vienen son TERNURA, MÚSICA, HUMILDAD, GOCE. SON PORQUE SÍ NO MÁS. SON VÍNCULO, TRENZA, RED QUE TEJE TAPICES, TERRITORIO DEL NOSOTROS HABITADO POR ESPÍRITUS QUE ILUMINAN. SON EMPATÍA.

Los tiempos que vienen se parecen a Santaolalla y su viaje pájaro. No sabemos si virtuales o carnales o comuniones de los miles de mundos descubiertos y creados. La era está pariendo un corazón, como dice Silvio inmenso. Santaolalla, partero y drula de este parto feroz donde convive la vida y la muerte, este parto que duele y desgarra, pero encierra la ternura inmensa de una cabeza con la mollera abierta que asoma.

¡¡¡¡Gracias argentino del mundo!!!! Gracias por el viaje.

 

 

 

 

 

 

 

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