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Uno de los principales sociólogos en actividad de nuestro tiempo  es el polaco Zygmunt Bauman, ha generado uno de los análisis más lucidos sobre la sociedad contemporánea. Al le debemos   el término de modernidad líquida en donde el fluido incesante de los cambios no promete un nuevo estado, como si lo hacían los viejos tiempos de la modernidad sólida (como la califica el autor), en donde se aspiraba al cambio del cuál se obtendría  una sociedad perfecta en el sentido que  trasformar esta situación significaría un empeoramiento.

La particularidad del estado líquido es que no se fija su condición y este constante cambio lo induce a resolver  el problema acuciante del momento sin aspirar a una concreción definitiva. Lo anterior ha traído como consecuencia un desplazamiento del eje de incorporación de las personas a la sociedad de productor a consumidor. Esto  conlleva  consecuencias para las personas, las cuáles han ganado en libertad pero a costa de perder seguridad. Hemos ganado en  las posibilidades de ejercer nuestra libertad, pero paralelamente reina la precariedad, la incertidumbre. Abolido el reconocimiento como productor, la afirmación  en tanto consumidor, es una trasformación que incluye al mismo individuo el cuál se oferta en el mercado y  su vez es requerido en esa condición. Se amplia los espacios de competencias y se debilitan los lazos solidarios que anteriormente nos protegían, el estado, la política, las organizaciones sociales. Finalmente, la  incompetencia es resultado de  malas decisiones personales y no responsabilidad del sistema.

Lo peculiar es que un libro del 2007 del autor “Vida de Consumo” presenta múltiples ejemplos de cómo este proceso se esta consolidando en Europa, digamos entonces que el profesor de Universidad de Leeds no ha tenido oportunidad de conocer  lo que ha ocurrido en nuestro país,   que paso de un intento fracasado de revolución marxista en democracia -finalmente un proyecto intrínseco de la vieja modernidad-  a la instalación de un modelo neoliberal concentrador que ha intensificado la condición de los consumidores a grados superlativos. De lo anterior algunos ejemplos: la utilización de los textos escolares para promocionar el uso de bienes  entre los estudiantes-consumidores,  pasando por la exclusión del mercado laboral de los mayores 50 años o la banalización de los contenidos de los medios de comunicación, o la violación sistemática de leyes del trabajo, aprovechando  la siempre presente amenaza de la posibilidad de estar sin ingresos con toda la claudicación  que ello significa para la condición de consumidores.

Pero dejemos Bautman que nos explique la fascinación que nos provoca la sociedad de los consumidores: “promete felicidad en la vida terrenal, felicidad aquí y ahora en todos los “ahoras” siguientes, es decir  instantánea y perpetua. Es también la única sociedad que se abstiene de justificar y/o legitimar  la infelicidad”, salvo en lo referido al castigo de los criminales. Pero como en el poema “es tan corto el amor y tan largo el olvido”, pues  obtenido el bien comienza  su obsolencia y la necesidad de volver a encontrar la felicidad en una nueva compra. El “futuro esplendor” de una revolución silenciosa que se ha instaurado dominándonos desde los escaparates, vitrinas y campañas de marketing que están atentos a que sigamos perpetuando esa libertad tan fecunda de consumir y de ser consumido.

 

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