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Iquique siempre fue una imposibilidad. Una idea que se fraguó de la noche a la mañana y que la explotación del salitre la hizo pensarse como ciudad. Un reloj casi ornamental (nunca está a la hora y nadie llega a la hora); un teatro Municipal para que la elite imaginara la vida en Paris o en Versalles. Una estación de trenes y un estadio para reafirmar la modernidad de un puerto que se niega a ser caleta. El ferrocarril con sus rieles y durmientes nos conectó con la pampa y logró que las decenas de oficinas salitreras se relacionaran entre si. Aún quedan en el desierto las huellas del longitudinal y del ferrocarril salitrero. El fantasma de un terremoto y de un tsunami recorre nuestras calles.

Los deportes anidaron por donde pudieron. La hípica y el esgrima, el boxeo y el fútbol. Ofertas para todas las clases sociales. La imposibilidad tiene que ver con la inexistencia de una idea de ciudad pensada antes de ésta fuera realidad. La ciudad se hizo, como todo lo que se hace en Iquique, a la medida de la improvisación, de la creatividad no siempre fundada en prácticas probadas. Pero, hay que reconocerlo, en eso radica, parte de su encanto. Un collage donde todos colgamos nuestras pretensiones. Casa salitreras comparten muros con fachadas con  forma de barcos. En la avenida Baquedano hay una casa con columnas “griegas”. En fin.  El antónimo de Iquique es la falta de un orden y de una planificación. Una ciudad que es en si, una réplica de si misma. La Esmeralda, se asienta sobre un territorio que reclama una intervención, que se fue poblando de locales y que pomposamente recibió el nombre de paseo. La corbeta renacerá como una puesta en escena. ¿Y el Teatro Municipal y el Astoreca, cuándo? El palacio Mujica es una broma pesada. Los aviadores nos deben una respuesta. Ahí está esperando. La ciudadanía esa que enarboló banderas negras, ya no existe. Los comando de defensa, tampoco.

La nuestra es una ciudad de fuertes contrastes. En el Morro, un castillo se alza como reclamando un lugar en la realeza. El neoliberalismo arquitectónico, los silencios de los arquitectos, el mal gusto del “sorismo”, el centralismo del Serviu, hicieron de Iquique una ciudad donde todo puede ser, menos lo correcto.  No es que sea una ciudad democrática. Es lo contrario. Carece de transporte público eficaz. El aire que recorre  la ciudad es la nostalgia. Al carecer de un proyecto de ciudad a futuro, ciudad inclusiva y cálida, nos apegamos a un pasado que no sabemos muy bien si existió o no. Ya lo dice el poeta al recordar Buenos Aires: “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. La postal de Iquique, si es que la hay, es el collage con colores fuertes, música a todo volumen y un aire enrarecido con olor a carbón que viene del sur.

 

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2 Comentarios sobre “Iquique: relato de una ciudad

  1. Muchas cosas reales, hacen parte de la historia que, generaciones de iquiqueños, hemos construido. Tal vez, nos falte apoderarnos y empoderarnos de ella, para defender los recuerdos que, nos son tan propios, aquello que el visitante, sólo conoce, por nuestro relato, cuando con la reconocida hospitalidad iquiqueña,abrimos la puerta de nuestro hogar. Queremos, en pocas horas, revelarles un mundo de triunfos y orgullo. Los fracasos…los tomamos con mucha pasividad. Quizás, el privilegio de sentarse frente al mar, a cualquier hora, nos haga menos pesada la carga…

  2. Al leer este breve relato, como iquiqueña, no me queda más que decirles a todos…. lloremos con el alma estremecida, Iquique, Iquique. Creo que la postal que nos muestra, le falta agregar a las victimas del neoliberalismo durmiendo en los balcones en las casas viejas y desocupadas de calle Baquedano, y el aroma a pasta base y a podredumbre que nos tiene como suspendidos y abandonados en el tiempo. Tal vez construir una realidad de mentira ha servido un poco para seguir viviendo.

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