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Uno de los principales temas de estudio de la filosofía es sin duda la problemática del desarrollo de la humanidad  y de las posibilidades que existen para encontrar un camino hacia la libertad. O en palabras de Marx, hacia la emancipación.

La historia ha demostrado con hechos concretos que mientras el hombre es más “evolucionado”, mientras más es el desarrollo de tecnologías, de sistemas de gobiernos, de orden social, es proporcionalmente menor el nivel de libertad. Aparece entonces como problema filosófico el pensar en alguna solución, en una salida viable que logre liberar al hombre de sus propias ataduras.

La búsqueda de aquella libertad pasa por distintas nociones de lo que sería aquel concepto de “la libertad” y además, depende también desde dónde nos situamos y bajo qué parámetros comprendemos los conceptos esenciales para realizar esa búsqueda.

Si bien el desarrollo del ser humano como ser social implica pensarnos –en cuanto propietarios, dueños de algo- no desde la individualidad, sino desde un sistema interrelacionado de agentes sociales que componen un todo, en la práctica vemos día a día que la definición está muy lejos de la realidad.

El actual sistema de orden social ha desarmado esta idea de comunidad, dando paso a un orden liberal, capitalista e individualista, lo que ha puesto en jaque la idea de comunidad (en donde debiese existir la persecución del bien común).

Si analizamos esta problemática desde el punto de vista de Karl Marx, cuya obra se inserta en un contexto de turbulencias económicas y sociales durante la década de 1830, diríamos que el problema de la libertad se desprende de la alienación humana en el sistema moderno capitalista, en dónde el trabajo, en vez de ser la fuente de recreación de la vida humana, no es más que un fin utilitario, una actividad que separa a la humanidad del objeto de su trabajo.

La crítica de Marx recae principalmente en el sistema de comercio capitalista, en la tiranía de la industria y en el mercado moderno, que ha creado una clase obrera desechable, reemplazable y por sobre todas las cosas, alienada de su creación. Esta descarnada realidad que percibe Marx ya en la primera mitad del siglo XIX es perfectamente replicable hoy en día.

El trabajo es la fuente de nuestras riquezas. Con nuestro sueldo, pagamos por satisfacer nuestras necesidades y a la vez,  ganamos una posición social que nos da un estatus, un reconocimiento frente a mis pares. Lo que yo fabrico, lo consume otro, pero con lo que gano, puedo consumir lo que otros hacen, según la diversificación del trabajo dada por nuestras mismas capacidades. Las grandes ganancias se las llevan los dueños de las empresas a las que prestamos nuestro servicio. Nuestra participación en la sociedad civil está dada por este círculo capitalista de trabajo, venta y recompensa. Ya no somos ciudadanos ni seres humanos realizados por nuestro propio trabajo; somos consumidores, pues es más importante mi participación como comprador y agente activo del capitalismo que mi participación cívica en una sociedad en donde ya no interesa la participación ciudadana en común-unidad, pues todos sabemos que lo que regula la vida hoy es el dinero y los deseos individuales.

Alienación es entonces esa falta de reconocimiento en el ser creado, en donde el individuo egoísta de la sociedad civil reemplaza al “hombre real”, aquel que según propone Marx, debería actuar como una fuerza social que produce para el hombre, para sí mismo y para el otro. Este sería el hombre emancipado del que habla el autor, y es la re-apropiación de sí la solución que escaparía a la lógica del capitalismo, a la lógica de la posesión del objeto.

El problema para Marx, es entonces la posibilidad –o imposibilidad- de emancipación de la humanidad, para llegar a ser libre. La realización final del hombre, aquella libertad de la humanidad radica entonces, para Marx, en la posibilidad humana de ser conscientes de nuestra actividad creadora, no como un fin para existir, sino como la realización y libertad de la humanidad.

Por otra parte, Jacques Ranciere, filósofo francés nacido en 1940, analiza de manera más contemporánea los problemas en torno al capitalismo, al sistema democrático y el rol de la política en las vidas humanas.

Ranciere acusa una contradicción entre la realización de la democracia y la idea de hombre democrático, manifestando aquella inconsistencia en la imposibilidad “entre la esencia comunitaria de la democracia y el cálculo individual de costos y beneficios en el universo liberal de la mano invisible que ajusta los intereses. En sí mismos, democracia e individualismo marcharían en sentidos opuestos y, dado el contexto desencantado actual, casi no tendríamos otra opción que escoger entre estas dos alternativas: o bien sería necesario, asumiendo lo que llamamos democracia liberal, recolectivizar el sentido de la democracia (…) o bien habría que decir francamente que aquello que llamamos democracia no es otra cosa que el liberalismo, que ese soñar con polis felices no ha sido nunca otra cosa que un sueño, una mentira que se dirige a sí misma, una sociedad de pequeños y grandes capitalistas, cómplices, finalmente, del advenimiento del reino de los individuos posesivos” (Ranciere, “En los bordes de lo político”).

Ranciere habla en un contexto distinto a Marx, con una mirada crítica situada en la segunda mitad del siglo XX, en donde el desarrollo del capitalismo y los sistemas sociales liberales han alcanzado niveles excesivos de individualización.

Es desde este lugar y bajo parámetros extremos que Ranciere sigue los pasos de Marx para comprender el problema de la libertad del hombre. Sin embargo, para Ranciere, la idea de libertad se expresa en el principio de “igualdad de inteligencias”, una igualdad a priori, la cual parece imposible en una sociedad capitalista, de consumo, propiedad privada e individualismo exacerbado, ya que esto radicaría en entender la igualdad más allá del orden jurídico-político, sino sobre la base de una igualdad “superior”.

Así, Jaques Ranciere desautoriza el sistema democrático al constatar que éste sólo ofrecería un espacio de vida social regulada, pero no un sistema real de verificación de igualdades. Finalmente, la posibilidad real de un sistema democrático igualitario se derrumba sobre su propia inviabilidad, sobre la reproducción intrínseca de la desigualdad. La democracia no sería sino una idea hipócrita que no deja espacio para la presunción de igualdad, un escenario de resolución de conflictos en donde emanciparse sería exceder el orden socio-político, aparecer, existir activamente.

Aparecer, hablar y ser escuchado, conceptos que suenan cercanos hoy más que nunca, cuando los movimientos sociales en España, Egipto y Chile están cambiando poco a poco las dinámicas sociales, dejando ver a una ciudadanía que exige, más allá de objetivos socio-políticos específicos, hacerse escuchar, emerger.

Marx y Ranciere hablan sin duda de un fenómeno presente nuestros días. Si bien Marx sostiene que la emancipación se lograría a través del re-conocimiento del hombre con el objeto creado –su objetivación-, y la consiguiente desaparición de la propiedad privada como posesión del objeto, Ranciere por su parte enfoca la idea de la emancipación en algo quizá menos elaborado y más “simple”: la emancipación sería la posibilidad de ser agentes sociales activos.

La posibilidad de tener voz, de ser parte del orden social de manera activa. Sería el reconocimiento y la verificación constante de la igualdad de los hombres por sobre cualquier desigualdad, como una idea preconcebida de igualdad de inteligencias. Somos iguales porque, así como el obrero es obrero, también podría ser dueño o empresario, y esa simple verificación sería la forma de emanciparse, de libertad humana. La emancipación sería “salir de la minoría”, buscando ser parte social validada y en “igualdad de posibilidades”, ocupando espacios de participación, estableciendo esta idea como presupuesto. Es decir, pensar siempre que sí somos iguales por sobre la idea de la desigualdad. Que sí podemos ser escuchados, que tenemos opinión válida al igual que empresarios y gobernantes.

Esto, en un “sistema” democrático, difícilmente puede verse realizado a niveles generales y encuentra una posibilidad sólo a niveles personales e incluso, internos a cada sujeto. Sentir, creer y exponer frente a los demás el presupuesto de que yo puedo ser igual a cualquier otra persona sería liberarme, salir de la minoría no escuchada. Pero quizá esto no tendría alcances reales dentro de la democracia imperante en donde, finalmente, la voz de la mayoría es la que domina.

Es aquí donde Ranciere admite la necesidad de replantear la democracia como un concepto que necesita poner en el centro la idea de que el problema del orden comunitario no tiene relación alguna con la igualdad.

“Desde el momento en que se postula que la realización de la igualdad pasa por la comunidad de bienes, como solución igualitaria de la “cuestión social”, surgen dos grandes modelos de esa comunidad, pero ninguno de los dos apela a la igualdad. Lo que éstos ofrecen, en todo rigor, es o una comunidad de amos o una comunidad de esclavos”. (Ranciere, “En los bordes de lo político”)

Igualar hacia arriba o igualar hacia abajo. Finalmente la emancipación no encuentra aquí su realización sino que se propone simplemente, estar “entre iguales” (y no ser iguales), lo que, finalmente, siempre traería consigo la división lógica que el egoísmo humano, el trabajo diferenciado y las ansias de poder terminan por sembrar. Sería pensar utópicamente –como Marx- que la humanidad podría encontrar un punto en donde no existieran conflictos.

Parece ser que, con todo, la realidad de la emancipación jamás recaerá en la totalidad de la humanidad, sino sólo en la posibilidad individual de lograr la libertad.

Quizá el repensar la democracia lleva consigo la idea de que los hombres, en comunidad, nunca serán iguales y lo que debería esperarse no es la posibilidad de aquella igualdad, sino sólo la convivencia en una comunidad de hombres cuya búsqueda de la libertad sea una motivación incesante.

Quizá no es el logro real, empírico de aquella libertad lo que finalmente emancipe a los hombres, sino el hecho de ser conscientes de nuestro ser igual, de nuestra “actividad vital” auto-gestionada y en pos de la búsqueda incansable de la liberación.

 

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2 Comentarios sobre “Emancipación, libertad y democracia

  1. Gracias Mauricio. Me parece que la fraternidad, tan ausente todo este tiempo, está encontrando nuevamente su lugar y las dinámicas poco a poco han ido cambiando…. esperemos que con estas nuevas ganas de expresión volvamos a comunicarnos, a mirarnos y sentirnos de igual a igual.

  2. Gracias por la reflexión.
    La fraternidad (o la comunidad) articula y humaniza esa discusión entre esa aparente oposición libertad e igualdad.
    En las visiones orientales, donde la comunidad tiene tanta o más importancia que el individuo esta discusión es diferente.
    La re-comprensión de la comunicación como “crear comunidad” de personas, abre también un camino para mirar e integrar.

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