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Me emociona la emoción de mi amigo Gonzalo Pérez al evocar en una crónica en SitioCero su sufrimiento, en los sesenta, cuando nuestra soberbia destructiva  se constituía en una amenaza planetaria. Él formó parte de una generación que se hizo consciente observando los dolores que inflingíamos a Gaia. En esos años, tal vez por el mismo sufrimiento que evoca Gonzalo, en el corazón y la razón de este animal asombrado emergía un nuevo ánimo. Las nuevas sensibilidades ciudadanas (ojala con menos rabia y resentimiento, pues son emociones que en exceso ciegan), hoy nos interpelan recordándonos que aún vivimos con sueños y esperanzas. Por eso, recupero un artículo escrito a mediados de los noventa, rehecho una y otra vez. Aquí una mirada histórica optimista.

En los años sesenta del siglo XX se inician cambios culturales que se insinúan como “marginalidades dinámicas”: movimientos sociales y culturales que surgen en las orillas del sistema social, pero que tienden históricamente a expandirse hasta convertirse en nuevos modos de vida. Ese ha sido el proceso vivido por los movimientos contraculturales de los sesenta: ahí surgen los ecologistas; las feministas contemporáneas; los movimientos en pro de la tolerancia y la legitimidad del otro, de la aceptación de las identidades y diversidades sexuales, culturales y étnicas; los primeros signos de una nueva economía y la actitud cultural de la individuación y el desarrollo personal. Y quién puede negar que la sensibilidad implícita en esas “marginalidades dinámicas”, hoy son una nueva red de conversaciones.

Los cambios que explosionaron en los años sesenta fueron de tal envergadura cualitativa y paradigmática, de tal vigor cultural, que, haciendo una analogía histórica, más parecen signos de un nuevo Renacimiento.

La década de los sesenta: un modelo para armar

Hoy tenemos una perspectiva y profundidad histórica que nos permite asimilar mejor lo que ocurrió en esa década en occidente. Pues, asimilar a plenitud el modelo sesentero necesitaba y aún necesita de otro modelo (otro paradigma social) para ser armado… El torbellino creativo de esos años, si lo analizamos a la luz de la historia larga, incubó e insinuó una nueva vida hace algunas pocas décadas.

Fue en los años sesenta, en Occidente, cuando empezamos social y culturalmente a constatar con urgencia las presiones hacia la insustentabilidad del modo de vida histórico de la época moderna. Y como vital respuesta de la conciencia, en esa década prodigiosa, comenzamos a imaginar un nuevo modo de vida. Fue ahí, cuando una notable y apasionada generación de hombres y mujeres inauguraron un movimiento cultural multiforme y diverso, contra-cultural en sus orígenes. Éste, sin saberlo, opera en red: individuos, ideas, colectivos, nuevos movimientos sociales que, tal como ha ocurrido en otras transiciones epocales, se empezaron a encontrar sincrónicamente en la Historia y a cambiar en las bases el modo de vida humano.

Los analistas neoconservadores y neoliberales, desde su acostumbrada miopía, se han limitado a destacar la derrota política de ese fértil movimiento cultural. Para ellos ésa fue una década perdida, asociada a un radicalismo infantil que solo dejó una huella de dolor por sus excesos y por algunas de sus consignas y discursos subversivos: “Prohibido Prohibir” en París, “La Legítima Violencia de los Condenados de la Tierra” en África. Esos críticos neoconservadores y neoliberales, cuya matriz paradigmática es de la modernidad más profunda, sólo han querido ver  en los años sesenta el origen de todos los supuestos “males morales”. En esos años se habría iniciado el “satánico liberalismo en las costumbres”, que ellos miran horrorizados, aunque lo toleran siempre y cuando aumente las ganancias en sus negocios.

Neoconservadores y neoliberales incapaces de ver que esa generación de hombres y mujeres, reaccionando al autoritarismo y a la incoherencia ética de sus padres, simplemente iniciaba una desgarradora búsqueda íntima de una nueva ética, en todas las interacciones cotidianas. Precisamente, en una de las películas icono de los años de la sicodelia, Busco mi destino, latía el estado de ánimo de esa nueva atmósfera cultural y emocional.

Es cierto que las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado inhibieron los sueños sesenteros con su aureola neoconservadora. Tras esa inhibición, la capacidad de imaginar (“la imaginación al poder”, fue una de las consignas símbolo de Mayo – 68) fue acosada por el poder de la propia modernidad que, en última instancia, era la cuestionada. No pocos de esa generación, tal vez los mejores, terminaron en el insondable silencio, y otros, tal vez los más, han sido los actores secundarios del cansancio posterior. Sin embargo, esa es una mirada corta, pues los “marginales movimientos” contraculturales que allí surgieron han generado una huella tan grande en la historia posterior que nuestra corta visión aún no puede develar.

En los sesenta se inició un proceso de larga duración particularmente complejo y sus tópicos están siendo y serán los desafíos culturales del futuro. Hubo un espíritu, gestos, energía y sabiduría, cuya herencia es una red de nuevas conversaciones que, año tras año, se amplia y seduce a más personas, en especial a los jóvenes, inaugurando así un aún inimaginable cambio cultural. Y cuando cambian las conversaciones en sus tópicos más básicos, simplemente estamos ante un radical cambio cultural.

En los sesenta se inicia un cambio profundo en la mirada y sensibilidad humana: desde un antropocentrismo instrumental se comienza a transitar a una concepción ecológica o un antropo-biocentrismo radical (un sentido de responsabilidad integral con lo humano y la vida, que es pos moderno en el sentido de ir más allá de la mirada moderna).

En los años sesenta, a manera de gestos contraculturales, se iniciaron todos los movimientos sociales, sensibilidades, valores e ideas posmodernas históricamente constructivistas que, junto con sugerir un nuevo modo de vida, comenzaron a erosionar el paradigma social moderno (cuyo agotamiento en esa década comenzó a ser evidente, crisis de ecocidio mediante). Veamos.

El renacimiento de la conciencia ecológica y la necesidad del fin del crecimiento económico

En los sesenta renació en occidente la sensibilidad ecológica. Poetas, ciudadanos, hippies y científicos coincidieron en cuestionar la vorágine destructiva del ilimitado crecimiento industrial. Con esos ojos la naturaleza volvería a ser mirada como el nicho de los seres naturales que somos.

Uno de los primeros llamados de alerta ambiental, tras la contaminación masiva de los agrotóxicos, vino con la obra La Primavera Silenciosa (1962). A poco andar, se empiezan a realizar los primeros estudios científicos exhaustivos que darán cuerpo al célebre Informe del Club de Roma, publicado en 1972, alertando sobre el riesgo de continuidad intergeneracional (sustentabilidad), cuya causa evidente era una lógica de crecimiento económico ajena a los límites de la biosfera y la presión demográfica (estudios que serán los fundamentos para tantos pensadores que en esos años empiezan a hablar de la necesidad de poner fin al crecimiento económico ilimitado o al menos a preguntarse sobre su carácter). 

No fue casualidad entonces que en esos años emergiera una conciencia ecológica planetaria y salieran a las calles los primeros movimientos ambientalistas. Entre las consignas escritas en las paredes de los “mayos del 68”, destaca una joya capaz de resumir intuitivamente la nueva sensibilidad crítica al devenir económico: “La mercancía es el opio del pueblo”, un parafraseo irónico y superador de uno de los más lúcidos pensadores modernos, Carlos Marx. En tal consigna subyacía la esperanza en salir de ese opio y comenzar a vivir en una simplicidad voluntaria, en reciclaje y en la des-materialización de la economía. De ahí en adelante se dio el vamos a una nueva relación humano-naturaleza-naturaleza humanizada: respetuosa, solidaria y acogedora de la biodiversidad, latiendo en ella un sugerente re-enamoramiento con la Tierra.

En los sesenta, los principios de la actividad económica moderna comenzaron a ser subvertidos. Hombres y mujeres empezaron a cuestionar la unilateral búsqueda de la ganancia y el lucro en interacciones competitivas, iniciándose así la organización expansiva de redes cooperativas y asociativas sin fines de lucro en la sociedad civil.

E incluso la propias empresas empezaron también a ser interpeladas, en su gestión operativa y misión tradicional, por el desafío cultural de la sustentabilidad. A poco andar,  la misión por excelencia de las empresas durante la modernidad (la obtención unilateral del lucro vía la maximización de la producción y el consumismo, en un entorno ambiental y de comunidades considerados externalidades), en un in crescendo sería tensionada por la sustentabilidad, que un par de décadas más tarde arribaría a las empresas como el modelo de gestión de triple balance (lo social, lo ambiental y lo financiero) o modelo de Responsabilidad Social.

También en los sesenta, el paradigma económico industrial, frente a la inminencia de la informatización, constata que su leit motiv de hombres y mujeres trabajando para producir será perturbado por el inicio del desplazamiento de la mano de obra, e incluso de la mente humana, de los procesos productivos de bienes y servicios. El uso creciente de máquinas automatizadas en cualquier actividad económica, pre-anunciaba la extensión del desempleo y el “Fin del Trabajo” socialmente organizado que hasta esa década habíamos conocido. De ahí en más la organización económica espera ser re-organizada.

El revolucionario gesto integral de las mujeres

En los sesenta, las mujeres reivindicaron con rabia su sino de ternura. Con ese gesto nacía un movimiento cultural anti-patriarcal. Durante la modernidad ellas y algunos ellos habían llevado adelante la reivindicación sufragista. Sin embargo, la eclosión femenina de los sesenta horadaría culturalmente la vida cotidiana de la modernidad, recuperando la emoción empática que había nacido con el romanticismo más de cien años atrás, pero que fue apagada por la racionalidad ilustrada instrumental y el protestantismo patriarcal.

En ese sentido, el feminismo que emerge en los sesenta fue una ruptura cultural. Las mujeres desnudaron su sexo, se sacaron los sostenes y los colgaron hacia el cielo. De ahí emergió una conversación femenina que cambió nuestra más cercana cotidianeidad e incluso inundó de contradicciones íntimas al patriarca que cada uno de nosotros lleva dentro.

La emergencia del valor de la diversidad cultural

En los sesenta fue dignificada la diversidad cultural. Martín Luther King y Malcolm X, entre otros, bailaron y pensaron con los negros por las calles. Y simultáneamente las culturas indígenas del mundo se empezaron a reencontrar consigo mismas, luego de siglos de un triste, sumiso y violentado pasar en un mundo que les era ancho y ajeno, parafraseando la potente imagen del escritor peruano Ciro Alegría.

En los sesenta ocurrió también el fin del colonialismo político, ese instrumento de dominio institucional que, en la época histórica moderna, occidente impuso a todas las otras culturas. Aquella liberación fue el hito fundacional de los movimientos anticolonialistas y de los países no alineados para expresar la diversidad cultural y política del mundo. Fue el inicio de la liberación cultural de los negros y de otros grupos étnicos, proceso social y paradigmáticamente crucial. Desde ahí la auto-reivindicación de la originalidad de todas las culturas, junto al anticolonialismo, plantearon una ruptura histórica que empezó a mostrar la diversidad de rostros de los pueblos (la socio-diversidad).

A partir de los años sesenta, al menos en nuestras conversaciones intraoccidente, lo culturalmente diferente poco a poco sería más considerado.

El reconocimiento de la diversidad etárea y física

Hasta los años sesenta, los viejos eran objeto de un respeto frío y de una suerte de desprecio no explícito. Su incapacidad para participar en los procesos productivos, los convertía lisa y llanamente en población inútil y pasiva. Los viejos eran sólo aquellos que vagaban cerca de la muerte. Y la muerte, igual que el sexo, para el occidente moderno había sido algo oscuro, algo a temer e inasible.

También hasta los sesenta los niños solían ser objeto de la ira del autoritarismo patriarcal. Ellos, literalmente, no eran personas. Eran sólo objetos a ser modelados por una disciplina del terror, rígida y sin emociones. Además, hasta los sesenta los discapacitados eran una diferencia física o mental que sólo traía pena a su entorno más cercano, lástima en el lejano, y siempre una dura exclusión.

A partir de esa década, se inicia una reacción a estas actitudes y valores.

El pacifismo 

En los sesenta nacieron movimientos antinucleares, reactivando el pacifismo. La amenaza nuclear inhibió los arrebatos guerreros y los pacifistas, a veces violentamente, nos sugirieron hacer el amor y no la guerra. La confrontación e imposición autoritaria empezó a ceder el paso al convencimiento y a otras formas de presión.

Un hecho muy significativo, pues se empezaría a criticar la absurda falacia, en tiempos tecnológicos y nucleares, de que la guerra es la continuación de la política por otros medios; absurda, porque debido al actual poder tecnológico destructivo, la guerra hoy podría llegar a ser sólo la instauración de la muerte global.

Los jóvenes y el grito del rock

En los sesenta nacieron movimientos juveniles y culturales, hippies y reformas estudiantiles, iniciando sueños y liberaciones varias. Durante gran parte del occidente moderno, y en casi todas las culturas precedentes, no existió la juventud como categoría social y real de un grupo etáreo. Antes, el tránsito de la niñez a la adultez era inmediato, sólo había un breve y simbólico rito de paso.

Estos movimientos juveniles emergentes, con su impronta de rebeldía, vendrían a recordar a la humanidad que el período de preparación y crecimiento, de apertura síquica, es vital para que cada hombre y mujer actúe y reflexione. Serán los jóvenes los principales protagonistas de hechos culturalmente claves de esos años. Ellos animaron masivamente el Mayo del 68, en Paris, en Praga, en California, en México y en Chile…; fueron quienes primero conectarían con los cambios en la vida sexual, con la nueva sensibilidad ecológica y con la nueva sensibilidad antipatriarcal.

Y serán también ellos los verdaderos amantes del rock, que no fue sólo electricidad, sino que musicalmente se nutría, entre otras fuentes, del sonido del Blues, ese vital lamento de la cultura negra. El rock también experimentó con LSD (una droga sintetizada en el laboratorio y que amplía la conciencia), y lo hizo sincrónicamente con la ciencia para constatar que la realidad se viste de todas las cosas y que el sueño y los viajes al inconsciente son tan reales como la breve realidad de algunos sentidos.

El rock de los sesenta fue una actitud iconoclasta constructiva. Por eso, como todo un símbolo de la energía y actitud de esos años, el festival de rock de Woodstock cerraría la década en paz.

Sexo y amor y la aceptación de la diversidad sexual

En los sesenta hubo movimientos de liberación sexual entre los jóvenes heterosexuales, que redescubrieron el cuerpo y la ternura, y entre los homosexuales, que empezaron a vivir con dignidad su sexo. Todo en una constructiva y creativa acción frente a una modernidad que había convertido al natural sexo y erotismo en algo pecaminoso y oculto: pues, esa había sido la desolada vivencia del sexo durante el intenso temor y terror victoriano.

La relevante eclosión liberadora de los primeros movimientos homosexuales, pro visibilidad y legitimidad, luego que por siglos fueran considerados como el sexo “indecente”, estuvo en la base de las primeras respuestas institucionales en Inglaterra, Alemania y Canadá: allí la despenalización de la homosexualidad iniciaría un proceso histórico que poco a poco iría ampliando la aceptación emocional de lo sexualmente diverso.

De ahí en más en nuestras conversaciones re-emergerían los cuerpos.

La píldora y el control demográfico

En 1960 nació la píldora anticonceptiva oral. Esta creación, sincrónicamente, vendría a facilitar la revolución en la vida sexual.

En perspectiva histórica, la píldora fue la creación cultural por excelencia que permitió una respuesta real ante la inquietante amenaza de la sobrepoblación.

Neo espiritualidades

En los sesenta, a manera de todo un símbolo, los Beatles viajaron a Oriente a re-encontrarse con otra sabiduría milenaria. Antes, en distintos momentos durante la modernidad (en especial en la reacción romántica a la racionalidad instrumental moderna),  artistas y algunos intelectuales (Heidegger, Eliade, Jung y Gorki, por ejemplo) ya habían abierto puentes horizontales con Oriente. Incluso, algunas religiones minoritarias en Occidente, los espiritistas franceses, por ejemplo, se habían declarado herederos de algunas dimensiones de la espiritualidad de Oriente.

Sin embargo, en los años sesenta empezaría a masificarse culturalmente este diálogo horizontal. Los occidentales llevaron a Oriente a Descartes y a la fría razón instrumental y regresaron con Buda, el Tao, medicinas integradoras de mente y cuerpo, el desafío de la individuación y el cambio personal. Nacía así un primer acercamiento en busca de una síntesis cultural entre Oriente y Occidente.

También la mirada de occidente empezaría a dialogar con las espiritualidades de todos los pueblos de la Tierra. En 1969 fue publicado el primer libro de Las Enseñanzas de Don Juan, de Carlos Castañeda, obra inspirada en la filosofía tolteca, que inicia una saga de escritos que acercaría a generaciones de occidentales a la sabiduría de las culturas originarias de América. Nacía el multiverso.

Concilio Vaticano II

La más grande religión institucional de Occidente, la Iglesia Católica, inicia en los años sesenta su propio proceso histórico de asimilación del fin de la modernidad y del inicio de una nueva época. Entre 1962 y 1966, el Concilio revolucionó a la Iglesia.

La milenaria institución, sin duda, tiene sentido histórico. Ama y señora durante los mil años del medioevo, en los inicios de la modernidad tuvo fuertes conflictos con los emergentes valores modernos y conoció de una importante escisión: el protestantismo. Siglos más tarde, anidada ya la Iglesia en sus “tradiciones modernas”, el Concilio Vaticano II vino a remecer históricamente una vez más a la Iglesia Católica.

Este fue un movimiento interpelador en el propio seno de la institución. La dejo sin sotanas, la volvió a las calles e incipientemente impulsó a los teólogos a repensar los nuevos desafíos culturales de la postmodernidad.

Aunque la reacción conservadora al interior de la Iglesia post-concilio fue muy intensa, es históricamente inequívoco que ha seguido cruzada por estas interpelaciones. En Europa y Estados Unidos, especialmente, es común ver a líderes católicos institucionales al lado de movimientos feministas, de neo espiritualidades, de gays y ecologistas. La historia de la Iglesia, una vez más, está abierta.

Un nuevo paradigma en la ciencia

En los sesenta, sobre la base de nuevas miradas y teorías científicas, la ciencia y su asombrosa búsqueda de sabiduría transitó definitivamente hacia uno de esos cambios de paradigma que por esos mismos años describía Thomas Kuhn en su “Estructura de las Revoluciones Científicas”.

En esos años se consolida la cibernética y la teoría de sistemas. Surge la física no lineal y las matemáticas de la complejidad. En biología sistémica nace la teoría de la autopoiesis para explicar la vida. También en esos años se sintetiza el ADN, que será clave para desentrañar los secretos de la vida. La doble hélice (el ADN), la información de la vida tras todas las vidas, se nos empieza a aparecer misteriosamente como una serpiente cósmica, igual que en la mayoría de los relatos de las cosmovisiones originarias para explicar el principio de la vida.

En 1965, Emmet Leith y Juris Upatnicks anunciaron que habían construido hologramas con el recién creado rayo láser (que en la teoría había sido descrito en 1947 por el matemático Dennis Gabor). En 1969 el neurocirujano Karl Pribram propuso que el holograma constituía un poderoso modelo para los procesos cerebrales, así como, en sincronía, el físico David Bohm intuía que la organización del Universo podía ser holográfica.

En las ciencias sociales y en la filosofía se expandió la idea del fin de todas las ideologías modernas, ya sean liberales o marxistas, ambas de raíz ilustrada. Esa tarea, radicalmente asumida por los postmodernos des-constructivistas, resultó nada trivial, luego que en Occidente el mundo solo se podía mantener o cambiar en una fratricida lucha social guiada por cualquier razón totalitaria. Las ciencias sociales también incorporaron la dimensión de lo personal, de la subjetividad, en lo que antes eran unilaterales “sujetos objetivos”.

En astrofísica, dos astrónomos norteamericanos, Arno Penzias y Richard Wilson, en 1965, tuvieron el privilegio de observar empíricamente por primera vez un “misterioso resplandor milimétrico” que provenía de todas las direcciones del cielo, anunciando la existencia del Big Bang. Desde ahí somos la primera generación humana que mira el cielo nocturno y sabe que ahí está la energía y la luz de los comienzos hoy conocidos del universo. Desde ahí sabemos que el universo se expande, cambia y se auto-organiza hacia la complejidad, y desde ahí nosotros empezamos a sabernos parte de ese viaje cósmico.

La emergencia de nuevas tecnologías

También en los años sesenta, en el Pentágono se realizaron los primeros ensayos y experiencias de interconexión de computadores en red, orientados a la defensa militar, pre-configurando así a la actual red Internet. Una revolución comunicativa aún en curso.

A finales de los sesenta se empezaría a experimentar con Organismos Genéticamente Modificados (OMG), dando curso a la actual biotecnología con sus posibilidades y riesgos.

La emergencia de una nueva comunicación

En los sesenta, las comunicaciones empezaron a ser revolucionadas con el nacimiento de la red Internet y con un cielo terrestre que empezaría a llenarse de “estrellas” artificiales: los satélites.

Lo que primero fue una red para las comunicaciones militares, con los años se iría convirtiendo en una potente revolución de las interacciones de sentidos; una red que nos enredaría a todos, como si fuéramos un cerebro único, con sus grandezas y miserias. Desde entonces, el código transgenético que es el lenguaje empieza a operar en una red planetaria. Si la imprenta fue el hecho tecnológico que ayer, a finales de la edad media e inicios de la modernidad, revolucionó a las comunicaciones; ahora Internet, por la radicalidad de su revolución, es la tecnología que ha venido a marcar las comunicaciones del emergente mundo posmoderno.

En esos años, por ejemplo, en la Escuela sistémica de comunicaciones en Palo Alto, California, se revaloriza la palabra como creadora de mundos y se complejiza la comprensión de la comunicación interpersonal: una “puesta en común” de sentidos, tal cual una orquesta, con emociones incluidas.

El inicio del fin del socialismo real

En los sesenta también eclosionó la crítica social en el seno del moderno socialismo realmente existente. En 1968, en Checoslovaquia, en la Primavera de Praga, los movimientos sociales salieron a las calles cuestionando a un “hueso duro” de la modernidad: el socialismo real.

Hoy sabemos que, junto al liberalismo económico y político, el socialismo fue el otro hijo del proyecto moderno occidental, racional e ilustrado. Un hijo radical, mas una variante para la administración de la modernidad, que hasta esa fecha, al menos en la Unión Soviética, aún sobrevivía en competencia con el capitalismo, mostrando su capacidad de control y destrucción de la naturaleza, su potencial para el crecimiento económico y el desarrollo de las fuerzas productivas. Socialismo y capitalismo compartían esa misma misión, tal cual Caín y Abel, en tanto hijos del proyecto moderno.

 

El primer paso del hombre en la Luna, un salto gigante hacia la conciencia planetaria de la humanidad

En los sesenta, un hombre pisó la Luna y de inmediato abrió los ojos para observar el espacio cósmico, descubriendo en el horizonte una hermosa esfera azul que es nuestro vivo y único hogar. Paradójicamente, fuimos a conquistar la Luna y terminamos descubriendo la Tierra. De esa manera, la conciencia de una humanidad que permanecía simultáneamente en red y asombrada frente a los millones de televisores encendidos y conectados en vivo y en directo hacia la Luna, se impregnaba de un sentimiento de pertenencia a la Tierra que nunca antes pudimos tener.

Desde ahí se expande la conciencia planetaria (mundicentrica), el más potente signo cultural de la actual planetarización -que no es lo mismo que la globalización.

Si no un neorenacimiento: ¿cuál fue la herencia entonces de los sesenta?

Esos, entre otros, fueron los radicales signos y gritos de los sesenta. Cuando jóvenes y movimientos estudiantiles, junto a artistas, trabajadores, intelectuales y científicos, se tomaban las calles, en muchos de ellos latían levemente todas esas emergentes sensibilidades.

El cineasta Stanley Kubrick, en 1968, resumía esa sensibilidad: “A mi modo de ver, la única inmoralidad es la que pone en peligro a la especie humana, y el único mal absoluto, es la amenaza de su aniquilación”.

¿Es que acaso hoy, tres décadas después, esos emergentes gestos culturales han sido olvidados? No lo han sido. Es un hecho también histórico que las profundas huellas heredadas de esas sensibilidades, ahora seducen cada vez a más personas, y que en procesos históricos de larga duración podrían tender dinámicamente a consolidarse como sensibilidades mayoritarias.

Ese ha sido el proceso vivido por los movimientos contraculturales de los sesenta: ahí surgen los ecologistas y la sensibilidad medioambiental de transversal vigor en el presente; la actual sensibilidad femenina; los movimientos en pro de la tolerancia y la legitimidad del otro; de la aceptación de las identidades y diversidades sexuales, culturales y étnicas; de una nueva economía y la actitud cultural de la individuación y el desarrollo personal. Una nueva red que, en una humanidad cuyo sino es el lenguaje, va configurando un emergente período en la historia y un cambio cultural radical.

Escritas estas reflexiones, hoy me resultan aún más bellas e intuitivas las palabras de Daniel Cohn Bendit, uno de los protagonistas de la revuelta parisina de mayo del 68: “Después de lo que hemos vivido durante este mes, ni el mundo ni la vida volverán a ser como eran”. Así, como si ya en ese entonces, él supiera a priori lo que serían los ecos de los hechos históricos en que estaba participando.

En fin, los cambios que explosionaron en esa década prodigiosa fueron de tal envergadura cualitativa y paradigmática, de tal fuerza cultural, que haciendo una analogía histórica más parecen signos de un nuevo Renacimiento: a partir de los sesenta en occidente vivimos en la vorágine inicial de una nueva manera de mirar, de una transición epocal de dimensiones aún insospechadas e inciertas, y cuyo proceso histórico será largo e intenso.

Nota: Estas reflexiones sobre la herencia cultural de los años sesenta se encuentran desarrolladas en mis libros “El Viaje en el Uro Aruma”, 1998, Ed. Lom, y en “Epitafio a la Modernidad: Desafío para una Crítica Posmoderna”, Ed. Universidad Bolivariana, 2005. Por su parte, en el libro “Después de Todo: Conversaciones sobre el Cambio de Época”, Ed. B, 2000, en co-autoría con Carlos Altamirano, se encuentra el sustrato histórico de estas reflexiones.

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4 Comentarios sobre “Los años sesenta del siglo XX: Una década prodigiosa que inicia un cambio de época

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