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La imagen de la fábrica de Ford es el clásico ejemplo de la noción del cambio radical de nuestras sociedades, las cuales pasaron de tener una estructura básica de supervivencia en “estado natural” a un complejo sistema interrelacionado, en el cual la lógica de  mantención de la vida (o más bien, la mantención de un estatus y rol en la vida) está dada por la propiedad, la producción y la capitalización de aquella producción, para generar cultura y posteriormente, reproducirla.

Este vuelco desde la satisfacción básica a la creación de nuevas y cada vez más complejas necesidades es resultado lógico –a mi  parecer- de dos cambios fundamentales: la especialización del trabajo y el surgimiento del derecho de propiedad.

La idea de derecho de propiedad que se desprende del pensamiento moderno entiende que si existen cosas, estas tienen que tener  una finalidad y una pertenencia. Es decir, los objetos son de alguien en particular –no de todos a la vez- donde sea que estén.

La idea de propiedad privada hoy traspasa las fronteras del tiempo y el espacio. Lo que es mío no necesariamente lo tengo que tener aquí y ahora, sino que puede ser mío estando lejos, y durante mucho tiempo. Así, las dinámicas sociales de intercambio cambiaron drásticamente y las sociedades se establecieron en función de la pertenencia y el consumo.

Esto porque si antiguamente eran el Estado y la Sociedad Civil los encargados de asegurar la satisfacción de nuestras necesidades, hoy el mercado ocupa ese lugar y crea consigo un mundo globalizado en donde nuestras necesidades se ven multiplicadas  infinitamente, para asegurar así, la obtención de “lo mío” y la continuidad del sistema.

Por otra parte, esta continuidad del sistema se sostiene gracias a la especialización del trabajo, a la especificación de habilidades, las  que crean un sujeto social que trabaja para otros, no para sí, y que sólo realiza una parte específica del objeto final: es una parte mínima de la máquina, un engranaje fácilmente reemplazable por tantos otros iguales como él, que aprendieron su oficio ya no por resultado de la experiencia, sino a través de textos, de normas escritas por otros, de teorías que no vienen de un legado familiar,  sino de una estructura académica macro, mundialmente aceptada.

Es este sujeto moderno quien recrea un sistema basado en la repetición de un sin fin de estructuras aprendidas, ya no por la  experiencia vivida, sino por la repetición de patrones. Es un sujeto marcado por la crisis de la experiencia. Quien aprende, lo hace a través del academicismo, de la tecnología y de la inmensa cantidad de información que circula no sólo en nuestra ciudad, sino que alrededor del mundo.

Recurrir al abuelo para saber algo es cosa del pasado. Hoy, el abuelo es Google y mi experiencia no es la experimentación de aquello que aprenderé vivencialmente sino la forma en que, fácilmente, obtendré esa información.

La experiencia del oyente, de quien observa deambulando por la ciudad, es la experiencia vacía de quien vive la crisis de la  experiencia como un shock. Si la crisis de la experiencia radica en la incapacidad del hombre moderno por vivir una vida propia, por aprender de vivencias experimentadas por sí mismos, podríamos entonces deducir que existe en la mente del hombre moderno un  vacío de memoria vivencial, o, como explicaría Freud, un reemplazo de aquella memoria que es voluntaria, por recuerdos de memoria involuntaria, recuerdos que no han sido vivenciados sino que han sido interiorizados como propios a través del aprendizaje no vivencial que puede ser obtenido gracias al incesante flujo de información existente.

El trauma moderno sería la vida sin ser vivida, es decir, la repetición de una vida ajena, y la “obsesión de repetición” la forma de  neutralizar el trauma y hacerlo parte de la conciencia, es decir, disfrazarlo como si lo que repetimos fuera parte de la memoria  voluntaria (lo vivido) y no de esta memoria involuntaria (el recuerdo de algo que no es propio).

Sin embargo, el fortalecimiento de esta multitud cegada gracias a las múltiples manifestaciones del poder recreativo de la modernidad, hacen del panorama algo cada vez más hermético y menos distinguible, cuyas distintas manifestaciones -tanto en la siquis individual como colectiva- hacen aún menos posible el despertar anímico e intelectual del ser humano.

Lamentable y personalmente, siento que las posibilidades de sanar a la multitud de aquel trauma moderno parecen ser sólo utopías, pues la inclinación de éstas por mantenerse ciegas, crédulas y cómodas en este mundo recreado, servido en bandeja, parece ser algo suficiente para continuar creyendo en este “maravilloso” proyecto de la modernidad.

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2 Comentarios sobre “La crisis de la experiencia y el shock de la modernidad

  1. Muchas gracias Mauricio!! estos textos son extractos de artìculos un poco màs largos que he escrito durante los últimos dos años.

    Es lo que más rescato de meterme en un mundillo (la filosofía y el pensamiento contempoáneo) que de cierta manera no me correspondía…. ha sido difícil pero he podido escribir abarcando distintos puntos de vista sobre temas que en algún momento todos hemos pensado…

    me alegra mucho poder publicar parte de estos trabajos y que a uds les gusten! 🙂

    un abrazo.

  2. Me gustan mucho tus artículos.
    A lo mejor es necesario volver a lo básico en la forma de conocimiento, aproximarse más a la mirada oriental que por milenios ha observado como se construye esta experiencia de realidad. Quizás es parte del camino de volver a estar presentes y ser personas.

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