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Llegó el otoño. Esta lluvia me trae de vuelta al bosque profundo y húmedo que vive en mi corazón.

Las grandes nubes viajan presurosas por cielos fríos.

Delicada garúa.

Ausencia de lluvias reales, constantes, que limpien.

Se ha presentado el silencio por los ríos presurosos de mi cuerpo arrastrando las piedras pulidas y las ásperas.

En este mismo instante hombres y mujeres se conectan con países lejanos, atraviesan océanos y continentes, sorteando selvas, desiertos, madrigueras y colmenas, enterándose de las elecciones en Perú, del último partido en Barcelona, de las grandes novedades de Islandia que se niega a pagar el infortunio de los bancos, de España y sus gentes buscando nuevas democracias, nuevos sueños que cobijen el alma humana.

Largas lenguas alcanzan a otras con palabras que hablan de lo está pasando en este instante, incluso de lo que está pasando adentro de cada uno, cada una, del cotidiano pueril.

Somos miles, millones, buscándonos los unos a los otros con frases efímeras, imágenes que darán vuelta en medio segundo la circularidad del planeta asombrosamente bello en el que nos tocó o elegimos vivir.

Me tocas con tu touch, me asombras con la genialidad de tu touch. Te olvidaré rápido, me olvidarás. Me expandiré e intentaré alcanzar a otro con la nueva idea, el nuevo hallazgo que mi mente veloz alcanza.

Somos millones sentados en sillas más o menos cómodas, con las espaldas más o menos adoloridas por las horas en que permanecemos porfiadamente sentados, conectándonos, anhelando,  desde ese lugar solitario y cómodo, SER contigo.

Pero nos falta el pez y el río cristalino como experiencia corporal, emocional compartida. Nos faltan los antílopes corriendo por la estepa y el tronar que producen sus pezuñas, nos faltan los pies danzando juntos al son de los tambores, mis ojos en los tuyos, aterrados por la avalancha de emociones desatadas en el momento único del presente. Nos falta la quietud del pescador que pesca con el otro bajo un cielo de sures fríos de nubes inmensas llenas de agua. Nos falta la cópula. La alegría de la calle compartida tras los sueños, con gritos reales, con la garganta seca y afónica de tanto entusiasmo, nos falta el que no me gustas tanto pero de por medio está el desafío de caminar contigo porque somos de la misma especie. Nos falta el cuerpo, no el inmaculado que arriesgamos sin dificultad desde nuestros escritorios, sino ese cuerpo real e imperfecto, ese cuerpo con sus olores, fragilidades, necesidades que no se satisfacen en un touch sino que necesitan del tiempo que impone la existencia en la tierra. Nos falta todo lo que se nos quedó atrás, postergado y desnutrido ante la avalancha de modernidad, de siglo 21, de comunicaciones veloces y totales: Tú mano en la mía, la mía en la tuya, haciendo y deshaciendo la madeja de la vida para tejer nuestro tapiz, nuestro nuevo tapiz deslumbrante que nos salve de la ruina, del olvido del cuerpo y el corazón, que nos salve del desamor. ¿Cómo traigo lo aprendido a lo que se nos quedó atrás aullando en las noches a la espera de ser invitado a la fiesta de los sentidos y vise y versa? ¿Cómo?, me pregunto hoy que llegó el otoño y mi jardín se desnuda junto conmigo. ¿Cómo, amor, cómo?

 

 

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2 Comentarios sobre “Llegó el otoño

  1. Vengo de pedalear un día de sol después de la lluvia. Pan con palta y tu nota, buena forma de cerrar el día. Una vez -cuando hacía clases- un ayudante repitió tantas veces eso de “en lo obvio está lo poderoso” que ahora reconozco lo poderoso, a veces.

  2. Malucha, me encanta leerte, tus palabras transportan a esos paisajes naturales que parecen estar sólo en los corazones que queremos recordar, tu relato nos lleva a esos lugares en los que podemos habitar desde nuestro interior, si queremos.

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