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En un gran bosque mecido por el viento, vive una población olorosa de árboles.

Todos respiran el mismo aire, se encuentran, se separan.

Todos nacen, todos mueren.

Sin embargo cada uno es diferente al otro, tan diferente que asombra.

Si faltara uno solo, otro sería el bosque, otra la vida.

A ningún árbol se le ocurriría decir que su hermano es discapacitado, comunista, feo, negro, homosexual o judío. A ningún árbol se le ocurriría decir que su hermano está enfermo de SIDA, porque tiene un nudo más o uno menos, porque tiene las hojas más oscuras o porque su vida va ser corta. Simplemente son árboles.

Si faltara uno sólo, no existiría el milagro que se llama bosque mecido por el viento.

Necesitamos ser bosque y ser viento, ser tierra y rocío, ser vacío, ser cielo y nube que cruza, ser la profundidad profunda y honda de la tierra, ser águila, espacio abierto, mariposa, colibrí, infinito, gusano, puma que caza, necesitamos vivir y poder hacerlo en permanente estado de expansión. Necesitamos ser comunidad viva, necesitamos ser UNO. Para ello hay condiciones indispensables. Una de ellas es la inclusión y la validación.

A mi hijo se le cae la cabeza, no controla esfínteres, se le cae la saliva, emite sonidos únicos y personales para decir: “te amo” y está vivo de milagro y posee otros conocimientos de un valor incalculable, otras habilidades necesarias para el profundo florecimiento de la vida, otras sabidurías a la hora de sortear las crisis que azotan los días calmos, otro modo de estar en la tierra y ha nutrido y enriquecido la vida de nuestra pequeña comunidad humana haciéndola más divertida, compleja, igualitaria y feliz. Su esencia y su acción han sido brutalmente excluidas de la sociedad… como tantas otras.

El oli, dicen,

El tarado, dicen,

El retardado, dicen,

el mongo, dicen,

Y muchos epítetos más lanzados al azar y sin conciencia.

Jamás le darían un escaño en el congreso, jamás el podría sentirse representado.

Se separan de él a través de la palabra y la mirada, se separan de él porque le temen, porque los pone en jaque, porque es distinto, porque atenta al orden establecido a menos que este orden lo convierta en un “pobre”, en un sujeto de menor cuantía sobre el que se habla y se hacen leyes y programas y acuerdos, en un discapacitado. Ni por un instante imaginamos que él pudiera colaborar de manera única y maravillosa a la construcción de esa comunidad viva, de ese UNO indispensable.

Así, hoy hay otros muchos distintos, intentando, desde la propia humanidad que sin duda está repleta de carencias, limitaciones e imperfecciones, poner su mirada, sus otros conocimientos de un valor incalculable, sus otras habilidades necesarias para el profundo florecimiento de la vida, sus otras sabidurías a la hora de sortear las crisis que azotan los días calmos, sus otros modos de estar en la tierra. Para algunos ya es tarde, mueren de hambre en el África, por ejemplo…

Siento que lo que está detrás de estas mareas humanas, de estos cientos de miles de almas indignadas en todas partes del planeta que dicen, gritan por la educación, por el medio ambiente, por la asamblea constituyente, por el cambio, es el anhelo desesperado de ser parte del BOSQUE, de la comunidad humana, del UNO indispensable para restablecer o establecer, por primera vez, los equilibrios.

Si faltara uno sólo, no existiría el milagro que se llama bosque mecido por el viento.

Estamos ante un gran desafío y una milagrosa oportunidad: Construirnos y construir comunidad: construir HUMANIDAD. ¿Se imaginan?

 

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