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La identidad se compone de lo que cada uno establece y de lo que se construye en la relación con otro.  Como muchas características del ser humano su participación en las diversas comunidades es lo que configura y modela su mundo. Esta configuración sucede tanto al individuo como al colectivo. Es a través de los intercambios, experiencias y emociones, lo que consciente e inconscientemente es incorporado al conjunto de configuraciones dinámicas de cada individuo y del conjunto de personas que participan de esa relación.

Para muchas personas el concepto de identidad no es más que la declaración de lo que dice que es o en el caso de las empresas: la misión, visión y objetivos. En ambos casos si es que la declaración no se encarna, no es suficiente. Las personas somos, hacemos y decimos; estos tres aspectos nos determinan, haciendo evidente cuando, por ejemplo, un político dice y hace algo diferente, ahí se produce la incoherencia y la desconfianza: la identidad declarada no está en armonía con lo que se realiza.

En el caso de la identidad corporativa es más drástico porque la identidad determina la presencia de la empresa y, en muchos casos, la calidad del servicio o producto. Para muchas personas la identidad es la marca, la figura que sintetiza misión, visión y objetivos en una gráfica con la adecuada composición estética. Es un gran error. La identidad corporativa es el conjunto de acciones que se despliegan, es la experiencia que se vive en aquella relación. No es el producto o servicio el que estamos ofreciendo, es la relación que se establece y la emoción que es capaz de detonar. Dentro de estas acciones está definida la marca, como también, la atención, la infraestructura, el recorrido, el relato corporativo. Todos estos aspectos son los que dan forma y fluyen dentro de la identidad. Si ésta es coherente será percibida como se estimó, sino dependerá de la experiencia que ofrezca.

 

Visibilizar la identidad

Ver los aspectos que componen la identidad de una persona o institución no es fácil, y la mayoría de las personas no observa los detalles que hacen que sienta de una u otra manera la experiencia. Ciertamente, el trabajo de construcción de la identidad en empresas u organizaciones es invisible, lo único concreto son los productos desplegados, como la marca, que lo identifican dentro de su categoría. Claramente va más allá, pero la coherencia entre lo concreto y la estrategia comunicacional definida es lo que percibe consciente e inconscientemente quien vive la experiencia. Así hay muchos casos de grandes empresas que se basan en una clara filosofía y estrategia de relación con quien recibe el servicio o producto.

En las personas es igual, al pedir que alguien defina la identidad de otra persona, rara vez, se comienza describiendo la apariencia. Las primeras respuestas aluden a lo que genera una persona en otra, cual es la emoción en la relación y de qué manera eso influye en el otro. Es la experiencia común lo que me hace definir al otro.

Con las redes sociales sucede lo mismo, las declaraciones no son válidas si dentro de las interacciones y de la información que comparte no está incorporado lo declarado. Las personas vuelcan su identidad en cada decisión que toman: selección de fotografía de avatar, la música que comparte, cuál es la información que expone, el lenguaje que utiliza y la comunidad con la que interactúa. Todos son factores relevantes para definir a una persona detrás de un avatar. Incluso si decide no participar en las redes sociales o si decide ser un personaje temático.

Todo es un fragmento que compone un todo y que el otro es capaz de decifrar desde la percepción.La identidad es una experiencia y fluir con el otro, en una construcción permanente, flexible y dinámica se modela y reconfigura dependiendo de las comunidades con las que se relaciona.

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