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Hoy hay una tranquilidad en la ciudad. Pasó la primera ola de la algarabía de fin de año, pero no se confundan, falta mucho para que haya paz sobre la Tierra, como pregonamos y deseamos abiertamente la mayoría en estos tiempos de fiesta. Ya con tantos años vividos, parece una utopía compartida por los que quisiéramos que la humanidad fuera justa. Pero hay indicios de una preocupación creciente que esperamos no muera en el año venidero. Una preocupación desordenada pero contagiosa. Un movimiento que ha llamado la atención de los centros de poder económico y político, los cuales por el momento apuestan a la falta de estructura organizativa del movimiento, precisamente porque los manifestantes no creen, o no apuestan, a liderazgos que pudieran significar, a largo plazo, puentes de compromiso con esas estructuras de poder para asesinar el movimiento.

No en vano este año la prestigiosa revista Time ha seleccionado a ‘El Manifestante’ (The Protester) como su Persona del Año 2011. Time hace esta distinción en reconocimiento a la primavera árabe y a los movimientos de indignados de Europa y Estados Unidos. La portada de la revista la semana pasada muestra a una persona con la cara cubierta y señala que las protestas de manifestantes están ‘remodelando la política global y redefiniendo el poder popular’.

Movimientos de protestantes alrededor del mundo este año en países como: Túnez, Egipto y Libia, con un inicio pacífico y civil, han sido la mecha para derrocar regímenes dictatoriales asentados por décadas en esos países. De la misma manera, Time recuerda los movimientos que se han alzado en países democráticos en ciudades como: Madrid, Nueva York, Atenas o Londres, en busca de cambios económicos y políticos en esta época de crisis.

El sitio digital Ideas.com señaló el pasado 14 de diciembre, que un editor de la revista recordó en una entrevista en la cadena de televisión CNN que este ha sido el año en que ’el hombre común se ha levantado’ y ha impulsado cambios de una manera ‘profundamente nueva’. Añadió que esos manifestantes siguen cambiando la manera en que pensamos. Como prueba, movimientos como los de ‘Occupy Wall Street’ en Estados Unidos o las recientes protestas contra el primer ministro ruso, Vladimir Putin, en Moscú.

Aquí en Panamá, los brotes por protestar se han dado de una manera tímida en los últimos meses, y con esta aseveración debo ir corrigiendo una percepción que venía exponiendo en artículos pasados de que el panameño no protesta. Algunos han mostrado indignación y han protestado por el mal servicio que presta el nuevo sistema de transporte y las largas filas de espera. Por la falta de atención en la Caja de Seguro Social a los afectados por la medicina contaminada. Los médicos protestaron, los educadores protestaron, los de la construcción protestaron, se dio la Marcha de las Putas, en fin, hubo protestas durante todo el año. Lo que no se da es un sentido de solidaridad y apoyo a las causas ajenas y, si se da, no se manifiesta en la solidaridad puntual de apoyo en los momentos de expresión pública. Cada quien vela por lo suyo y el común del panameño, mientras sienten que eso no es con ellos, no se involucran.

Todas las protestas tienen que ver con un rechazo a lo injusto, a los que detentan algún grado de poder sobre los asuntos de otros. Alonso Moreiro señaló en la página web ‘La Patilla’, el 13 de noviembre pasado, que ‘se ha dicho en muchas ocasiones que el de los indignados es un movimiento sin proposiciones de fondo y sin contenidos específicos. Puede que sea cierto. Son ellos, sin embargo, con toda su inconformidad global y sus múltiples expresiones específicas, la expresión silvestre, el síntoma más visible del momento de la crisis de la modernidad. Denuncian la existencia de un cuello de botella que estas sociedades del bienestar han demostrado no estar en capacidad de resolver: el sedimento amargo del desempleo y las expectativas vitales insatisfechas’.

Sin perder de vista los otros acontecimientos que nos han afectado durante el año, estas últimas semanas han sido de alboroto y desenfreno comercial, mucha algarabía y poca sensibilidad. El panameño común gasta lo poco que ha podido ahorrar o inicia un período intenso de endeudamiento, haciendo compras con tarjetas de crédito que las instituciones financieras continúan ofreciendo con facilidad y sin el menor control. Canastas de regalos y licores para las empresas. Lo último en aparatos electrónicos. Fiestas por todas partes. Jamones, pavos, dulces y comida. Vinos y licores. Joyería. En los centros comerciales no se cabe, no hay estacionamientos. Es un derroche de proporciones inconcebibles. Cada año supera el anterior.

Mientras no se resuelva lo de los afectados con la medicina contaminada, lo de los afectados de Bocas del Toro, el ‘juegavivo’ de los terrenos de Juan Hombrón en detrimento de personas humildes, y el clima de presión y amenazas contra representantes de los medios, va a llegar un momento en que no podremos tener ambas cosas: la paz para andar por los centros comerciales, o la justicia que reclaman los indignados. Y así como han ido ganando y ocupando, a nivel mundial, importantes espacios en los diarios y medios más influyentes como el Time, más impulso tendrán sus protestas y tarde o temprano se tendrá que atender sus reclamos.

ernestoholder@gmail.com es comunicador social

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Alguien comentó sobre “Paz o justicia, ¿qué queremos?

  1. gracias por compartir tus reflexiones, pues éstas enriquecen nuestras propias aspiraciones y acercan nuestros territorios. Aprecio el tono afable de tu escritura.

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