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Desde el Gran Terremoto del Este de Japón el 11 de marzo de 2011, he estado dos veces en la zona afectada por el Tsunami.

La primera vez conduje un carro que arrendé en la estación de Sendai. No pude bajarme del auto, conmocionado por lo que veía. No tenía ninguna relación o conexión para llegar y hacerme útil para la gente que lo necesitaba. Sólo fui testigo, sintiéndome inexplicable y profundamente culpable, incapaz de encontrar un sentido en lo que había sucedido y estaba sucediendo.

La segunda vez, visité la escuela de emergencia para estudiantes de enseñanza superior que habían perdido sus casas con el Tsunami. Todos animados y con sus rostros sonrientes. El director me dijo que a pesar de su apariencia optimista, ellos habían vivido las peores pesadillas. La noche que escaparon a las montañas, varios de sus mayores habían perecido. Fue una noche helada. Algunos huyeron solo con una camiseta. Y aún así en el día que los visité, en sus caras había sonrisas y optimismo.

He pasado muchas horas pensando qué puedo hacer. La destrucción causada por el Tsunami es más allá de lo imaginable. Millas, literalmente millas de hábitats barridas por el agua. Comunidades enteras perdidas para siempre.

No sé muy bien cómo, pero pienso que la única manera en que puede haber una reparación es cambiando. Hacer que esta nación, que ha estado estancada desde hace un par de décadas, tome una nueva dirección. Reinventarme a mí mismo, para estar más abierto, más vinculado, más disponible.

Hay una rabia profunda y generalizada por el estancamiento de Japón. Sé que la relación es ilógica. La indignación por la incapacidad de cambiar de la nación no tiene que ver con la energía física brutal que toma la forma de un Tsunami. Pero la rabia está ahí. Tiene que haber un cambio.

Puedes seguir a Ken Mogi en Twitter y leer su blog en inglés The Qualia Journal

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2 Comentarios sobre “Después del tsunami. La rabia está ahí

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