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Hace unos días (¿o semanas?) pensé que todos deberíamos leer Vidas Paralelas, de Plutarco. Luego, indagando un poco, descubrí que fue una obra que influyó  en Montaigne, Jean Jacques Rousseau, y  fue referencia imprescindible en la revolución francesa. Hay una razón para eso.

En esas biografías de notables griegos y romanos, surgen tres tópicos que son cercanos a nosotros: el poder, la codicia y la agresión. Aunque esto podría llevarnos a un estado pesimista- los males son interminables y duran siglos-, surge un pensamiento contrario: siempre ha habido seres humanos que han intentado construir sociedades basadas en acuerdos y han luchado por el bienestar de todos sus miembros.

Las confrontaciones ocurren entre quienes imponen tiranías y buscan provechos personales y quienes defienden la democracia y se esfuerzan por lograr el bien común, más allá de los intereses individuales. Al leer en Plutarco  esas experiencias en movimiento, a lo largo de algunos siglos, observamos como en esa pugna varían los vencedores y vencidos. Lo que reconforta, es que los buenos ciudadanos derrotados vuelven a vencer. También que siempre hay, en las circunstancias más adversas, hombres y mujeres que toman esas banderas, con valentía y perseverancia. Cuando son triunfantes, el pueblo vive en paz y ellos conducen sus vidas de manera honesta y austera y se dedican, contentos, al servicio público.

Algunas personas piensan que un buen ciudadano es el que se somete temerosa o servilmente a las reglas de los estructuras de poder o de los gobiernos de turno.  Y, sin embargo, la noción esencial de ciudadano es la de una persona que se informa, que conoce sus derechos y los de los otros, que mantiene una visión crítica acerca de la sociedad en que vive, y que respetando los acuerdos adoptados por mayoría, ejerce su derecho a expresarse, organizarse y cambiar esas reglas con nuevas mayorías. Entonces,  en estricto rigor, sólo hay ciudadanos informados, y cuando no lo somos, necesitamos esforzarnos por llegar a serlo.

Lo que más me impresionó en las historias de Vidas Paralelas fue constatar un vacío existente hoy día, que es al mismo tiempo una posibilidad abierta. Quienes asumían responsabilidades públicas y defendían la democracia con sus vidas, lo hacían desde una ética. Es decir, desde una filosofía que daba sentido a sus vidas y orientaba sus conductas. En ese tiempo fueron las ideas de Platón y otros filósofos.

Hubo épocas en Chile, donde nacieron movimientos y Partidos políticos que se nutrieron de grandes ideas, que motivaron e incluso apasionaron a sus miembros y los llevaron a ser gobierno. En un seminario sobre Jacques Maritain, pude reconocer la fuerza que dio su pensamiento a la Democracia Cristiana chilena, por ejemplo. No es por azar el peso que han tenido en algunos movimientos sociales pensadores con perspectivas críticas como Stéphane Hessel, Ernesto Sábato o los chilenos Humberto Maturana o Gabriel Salazar.

A diferencia de la corriente avasalladora de supuesto pragmatismo y dura competencia que impera hoy en el lado del poder, los programas de gobierno pueden y deben estar fundados en una filosofía y una ética. Creo que ése es el desafío de este momento. Antes de planificar acciones o fijar proposiciones, parece necesario darse tiempo para mirar conscientemente alrededor, sentir, pensar y conversar.

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