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Siempre me ha llamado la atención el cómo terminamos nuestros últimos años de vida. De hecho, desde hace unos 50 años, los gobiernos intentan preocuparse del estado de salud de nuestros adultos mayores y, aparentemente, no más que eso, aunque existan varios centros denominados “adultos mayores” que se dedican a lograr una mejor salud física y psíquica de sus miembros.

Pero existe otro problema que lo encuentro tan importante de abordar como el ya señalado. Tiene que ver con el cómo aprovechamos la larga experiencia de aquellos que durante muchos años aportaron con sus manos y su cabeza a mejorar o mantener la situación global del país. Nunca me ha agradado y me molesta mucho que, al llegar a cierta edad, la sociedad en su inmensa mayoría comience a abandonar a los que claramente se tendrán que ir en el corto o mediano plazo ¿Será justo, será lógico, será eficiente desaprovechar a esas personas que aprendieron por las buenas o las malas que era lo correcto o lo más indicado de hacer en cada una de las situaciones de la vida?

Resulta obvio entender que se les deben dar los espacios adecuados a las nuevas generaciones y, por eso, se ha estimado que se deben fijar plazos para que todos jubilemos y descansemos de la ardua tarea de muchos años. Pero a mí me parece que la inflexibilidad de las reglas aplicadas puede ser altamente ineficiente en la realidad. Sería partidario de reducir a la mitad las jornadas laborales de la “tercera edad”, para así aprovechar esa experiencia que tanto tiempo y esfuerzo les cuesta a las sociedades producir.
Es posible que en aquellos trabajos que se exija fuerza física, resulte ser más entendible que la edad pueda ser un impedimento importante para lograr eficiencia en las tareas. Pero también ahí veo que esas personas pueden aportar algo en roles en que lo vital no sea la fuerza física. Es cuestión de reflexionar cómo podemos hacer factible esta idea y creo que ese esfuerzo como sociedad aún no lo hemos hecho.
Con respecto a aquellos cuya función en la vida fue la de desarrollar tareas de índole intelectual, aquí el problema pasa a ser mayúsculo. Cómo es posible que tengan que abandonar el ejercicio intelectual en sus mejores años, como es de una evidencia absoluta al menos en las áreas artísticas y humanísticas y un poco menos en las áreas de las ciencias físicas, matemáticas o en la tecnología teórica o aplicada. Es muy costoso formar a nuestros mejores cerebros para cometer el error de retirarlos antes del debido tiempo. A mi juicio, ellos deberían formar parte de los centros de experiencia, lugar de los sabios, espacio de los consejos, hábitat de los encargados de formar a los más jóvenes. Tenemos una deuda pendiente y creo que deberíamos desplegar nuestros mejores talentos para darle solución a este problema que claramente disminuye forzada y anticipadamente la eficiencia de los miembros de la “tercera edad”.
En la medida que avanzan los siglos, pareciera ser que las jefaturas van descendiendo en edad. Y esto, así como va, me parece que es una locura. Hoy no ser jefe relevante a los 35 años  se considera por muchos un fracaso profesional. Esto es increíble que suceda, pero es cierto. Existen muchos patudos en las generaciones jóvenes y, un grupo importante de ellos se siente capaz de ocupar cualquier puesto, dándoles lo mismo si están o no preparados para los cargos respectivos. Muchos creen que con el título de máster o doctor bajo el brazo ya son capaces de lograr en vida las mayores hazañas. Por eso mismo es que vemos, cada vez más, muchas caídas estrepitosas y, en esos instantes, muchos de ellos no le rinden cuentas a nadie y se esconden hasta que pase la tormenta desatada por su obvia inexperiencia.
Y esto pasa porque hay muchas cosas y realidades que no se aprenden en las aulas ni menos en los libros, ya que se asimilan con el transcurrir de la vida misma, con los personales éxitos y fracasos acumulados. Parece entonces razonable sostener: no matemos en vida a nuestros padres y madres.

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