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La pléyade de textos en diversos medios, acerca de los buenos propósitos de año nuevo y lo que anhelamos cambiar, van de lo anecdótico, lo aspiracional, lo jocoso, hasta la firme convicción y compromiso “con uno mismo” de ser diferente. Pero si cuesta, y vaya que cuesta cambiar uno mismo, el cambio de un gobierno, una organización, es algo mucho más complejo. En el contexto de un año electoral con promesas de un “cambio ahora sí”, es necesario ponerlo sobre la mesa y no perderlo de vista: el cambio no es un acto perlocutivo puro.

La idea recurrente de que el cambio es bueno y se decreta, hace que vengan a la memoria diversas experiencias laborales, pragmática pura, que ponen a prueba  cualquier bagage de teorías y conceptos. Se agotan las explicaciones simples y unívocas, la causalidad directa y evidente para comprender el porqué de los aciertos y sobre todo de los fracasos personales al servicio de la comunicación institucional en la Administración Pública Federal de uno de los países más burocráticos del mundo, en  sentido peyorativo.

Ahora, en retrospectiva, puede observarse que esa “comunicación fallida”, es un entramado complejo de paradigmas, fuerzas, tendencias, inercias y modelos organizacionales que hubo oportunidad de distinguir para elegir, elegir para comunicar, comunicar para actuar.  Pero siempre hay que convencer al líder organizacional de las innegables bondades de un plan de  comunicación en la institución, reconociendo que el valor de la comunicación en las instituciones, es intrínseco a su condición de sistema social.

Dicho de otro modo, no es ningún funcionario el que va a conferirle al fenómeno comunicativo su pertinencia o injerencia en la vida de la organización, pues es una condición de orden óntico y no sólo pragmático. Y los primeros convencidos de eso deben ser los comunicólogos, pero para tal efecto es indispensable apuntalar “eso” que llamamos comunicación desde el ámbito epistemológico, teórico, conceptual y técnico;dicho en otras palabras,  transformar la propia observación.

Paradójicamente, nunca antes se escuchó con tanta vehemencia hablar de cambio, innovación y mejora organizacional. En el caso específico de las instituciones públicas, en tanto organizaciones, no se sustraen a esa tendencia que podemos llamar globalizante, y que además se autoproclama como “más humana”. Y la comunicación, no sólo en el modelo innovador, sino en el discurso oficial de quienes lo adoptan, se propone como “herramienta estratégica”, dejando entrever un paradigma latente de espíritu funcional e instrumental.

Tal situación, pone a la comunicación a merced del interés, ánimo y decisión de los jefes en turno, que pueden ya decretar su advenimiento, ya su exclusión. Lamentablemente, no siempre se percatan que el devenir institucional  que apunta cada vez más hacia organizaciones autorreflexivas, con capacidad de aprendizaje y abiertas al cambio, tiene que transformar primero la forma en que se piensa y se vive la comunicación.

Si no tenemos en cuenta lo anterior, el lastre de nociones de control y vigilancia en las instituciones hará que persista el desencanto hacia la comunicación organizacional pero es una gran injusticia, porque a la comunicación sólo se le invoca, se le alude como promesa pero no se aseguran condiciones formales para su concreción teleológica : poner en común las aspiraciones, identidades y habilidades entre personas que buscan una meta común en una institución y para tal efecto, no es necesario sacrificar la felicidad de sus habitantes.  Afortunadamente la comunicación en las instituciones vive, late y se mueve en las redes conversacionales, pero esta dimensión comunicativa no se limita a un  slogan de cambio.

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Alguien comentó sobre “Los decretos del cambio

  1. De acuerdo como siempre con tu perspectiva sobre la comunicación gubernamental tan desgastada y mal usada en México y me sumo a tu propuesta de rescatar esa labor de todos sin dejarlo solo en manos de las instituciones. Hoy menos que antes. Hoy con las redes el mundo ha cambiado. Nuestra labor de comunicación tiene que seguir estando por encima de las instituciones y los discursos, de los boletines y comunicados oficiales. Hoy todo ese trabajo lo destituye un twitter. Esperemos también que ellos nos enteremos de los decretos del cambio. Feliz año nuevo comunicólogos de Sitiocero.

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