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Mi abuela diseñaba, cortaba y cocía ropa con destreza admirable. Mis primeras tenidas de niña, como casi todos los trabajos de artes manuales del colegio, fueron siempre hechos con su aguja mágica. Un día le dije que era una gran “costurera”, y se enojó muchísimo. Me respondió que ella era “modista”. Para ella la diferencia era radical, para mi inocua, pero cuando me metí en el significado que esas palabras tenían para ella, entendí su molestia. Así también me cambió el significado de la palabra “amor” siento el corazón revolotear o la palabra “mamá” cuando nacieron mis hijas.

Pese que a veces sentimos la pobreza de las palabras para expresar temas profundos y complejos, estas tienen una dimensión sagrada. Es junto a las palabras que intentamos dar cuenta de la vida y, por lo tanto, actúan como puentes que posibilitan encuentros con otros y es en esa co-deriva que crecemos.

Es por esto que la naturaleza del lenguaje, como vehículo de significado y de conocimiento, es vital. No sólo por su relación profunda entre palabra y pensamiento, sino porque es esencial para la elaboración de mundos posibles y como camino para la interpretación de nuestro presente.

La decisión del Consejo de Educación de Chile por eliminar la palabra “dictadura” no da lo mismo. No es una disputa nominativa inocente o un simple cambio en la forma. El hecho de que los libros de estudio para los cursos desde primero a sexto básico se reemplacen “dictadura” por “gobierno militar” tiene implicancias mucho más allá de las palabras.

Con ese cambio, todas y todos perdemos. Porque ese reemplazo no transforma la historia, pero si la tergiversa ya que oculta parte del campo de experiencias que tenemos de lo vivido y sobre todo, dificulta la construcción de un futuro en que nunca más se vuelva a repetir lo sucedido.

Si las palabras son clave en la construcción de realidad que hacemos, necesitamos no eludir el conflicto implícito en alguna de ellas. Por el contrario, reconocerlas como espacios en disputa, de negociación y en debate.

Cuando a mis hijas les enseñen la historia de Chile me gustaría que se usara la palabra “dictadura” para nombrar esos 17 años. Pero, sobre todo me gustaría que ese proceso de enseñanza y aprendizaje fuera generador de conversaciones en torno al tipo de sociedad que queremos construir, a las formas de ejercer ciudadanía y a los desafíos que tenemos para fortalecer nuestra democracia.

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