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En Chile hay un programa del formato reality show que está siendo furor en rating, redes sociales y en el día a día de la calle. Es cosa de subirse a un bus, decir un nombre de aquellos participantes de la televisión y la conversación se lanza como una historia fascinante en lo cual es más importante que cualquier otra problemática nacional. No importan los mapuche aislados por la Historia, no importan las segregaciones geográficas y el sufrimiento humano que implica, no importan ya los estudiantes que se movilizaron. No importan, total, como una narcosis pública, están todos mirando el zoológico de humanos reventándose por la pantalla.

Siempre me ha fascinado el nivel de credibilidad que tienen los programas de este formato. Dicen retratar la realidad humana. Pues bien, en gran parte sí. Retratan lo peor del ser humano: los rumores, las envidias, las mentiras, la competencia sangrienta, las discriminaciones, las falsedades, etc. Es un espectáculo en toda su significancia, es decir, “ver a través de un espejo”, una realidad subjetiva, inventada, distorsionada por modelos culturales que despersonalizan al ser humano. Una pantalla delirante es la televisión. Ciudadanos embobados, hipnotizados, por la pornografía del cuerpo, por el escándalo, es decir, un acápite social que viene a revolver todo lo presente para dejarlo todo tal cual.

Rápidamente la gente se vuelca en un culto a un personaje determinado. Vemos trincheras públicas en torno a un sujeto y otro que es el antagonista. Hay asombros y linchamientos verbales. Una mujer, de bella dama en días puede transformarse en prostituta. Un hombre, de valiente luchador puede ser denostado como cobarde en tan sólo minutos. Así todo un país cae en un poder superfluo sobre las figuras públicas, sin ninguna trascendencia entremedio. Se desnuda el cuerpo, se licua la identidad, se adelgaza las apariencias, se mundaniza el discurso, se fusionan a las personas en una homogeneidad de la basura.

No hay realidad en el reality, sino tan solo mundos supuestos. Una relatividad de apariencias que lo único que logra es arriesgar la verosimilitud de la brújula social. Un mundo instantáneo, que lleva a la cultura, la identidad y la ética pública a un territorio nuevo, sin explorar, total la libertad es el valor de la máxime realización del sujeto. Los hábitos sociales no importan, no tienen utilidad y sentido, tienen legitimidad a través de los medios de comunicación con sus portadas y sus horas interminables en programas especializados. No hay hogar familiar alguno que soporte tal bombardeo de individualidad emancipada hasta al destajo.

La condición humana actual es de zombis. El cineasta George Romero, conocido por ser quién popularizó este terror, con su película “La noche de los muertos vivientes” en 1968, en verdad estaba dándonos una profecía futurista. Las personas desean olvidar el pasado totalmente y de inmediato, no parecen tener fe en el futuro. Se lanzan como hambrientos en la producción de sensaciones desde experiencias de otros, que son inventadas como productos de marketing. En este circo de mundos supuestos cabe preguntarse ¿Dónde cabe lo humano cuando parece diluirse?

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Alguien comentó sobre “#Mundos Supuestos

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