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Las palabras crean realidad. Los chistes, los comentarios, las redes sociales, los programas de televisión, van sumando persistentemente adjetivos que connotan y marcan nuestra percepción sobre un grupo de personas. Después de un tiempo, nos encontramos con esas personas y ya no las vemos, primero aparece ese coagulo de palabras despectivas acumuladas  hasta cristalizarse en emociones como miedo, desprecio, rabia.

Las palabras también reflejan nuestro ser. Cómo nos referimos a otra persona, dice más de nosotros mismos que de las otras personas. Esto lo sabemos inconscientemente, por eso hablar del “flaite” nos hace tener más clase, del “fleto” ser más machos, del “indio” ser más europeo. Las estigmatizaciones son desarrolladas desde el miedo, desde la inseguridad.

Y Chile está lleno de miedo. Quizás uno de los miedos más profundos es el miedo a quien es diferente, a quien tiene la osadía, por su sola presencia o por sus palabras, de cuestionar la controlada realidad homogénea en que me siento seguro. La discriminación es binaria, ellos (los malos, equivocados, errados) y nosotros (los buenos, correctos, justos), no caben matices, no caben preguntas porque las respuestas están dadas.

Hoy estamos todos consternados por el crimen de Daniel Zamudio. En el verano por las nanas de Chicureo. Hace unos meses por el blog de la “gordas”. Un año atrás por los mapuche. Hace más tiempo por el descubrimiento de los asesinatos de “comunachos” de hace unas décadas. La indignación sube y baja como la espuma. La discriminación sigue enraizada sólidamente en la impunidad, en la soberbia, en los medios de comunicación y sus estereotipos, en nuestro modelo de desarrollo.

Ley Antidiscriminación, control del lenguaje de la televisión a través del Consejo Nacional de Televisión, educación para el respeto, la paz y la felicidad en las escuelas -y no solo para formar empleados funcionales-, campañas para promover la diversidad, valoración constitucional y cultural de nuestros pueblos originarios. Iniciativas macro hay muchas, requieren tiempo y trabajar persistentemente por ellas.

Pero también, cada uno debe asumir que nuestras palabras pueden reflejar algo mejor de nosotros mismos que un inseguro “macho de clase alta y europeo”: cuando estigmatizamos a otro, nosotros mismos quedamos presos de ese estigma. Cultivar el lenguaje del respeto no es natural en una sociedad violenta y discriminadora; es un esfuerzo de atención y consciencia cotidiano, personal y comunitario, que solo tiene beneficios para cada uno y para todos.

¿Alguien ha visto o escuchado utilizar un lenguaje discriminador a una persona confiada, feliz y en paz?

 

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Alguien comentó sobre “La discriminación más allá de la indignación

  1. Excelente artículo que da en el clavo del origen de la discriminación, el miedo. Tenemos miedo a ser nosotros mismos, solo algunos “bendecidos” escapan a esta realidad. En tanto no seamos capaces de ser nostros mismo sin miedo, el otro tampoco lo será ante nuestra mirada. El pobre, moreno y esforzado será “roto” “indio” “mechas de clavo” . El rico, es “ladrón”, “abusador” y “explotador” solo por ser rico. El miedo es bidireccional.
    Si, el lenguaje crea realidad, pero tal vez solo sea una capa de realidad irreal que puede ser diferente para tí o para mí, bajo la que subyace la realidad dura, la real realidad, dificil de conocer porque la miramos con nuestros precarios sentidos y conocimientos, y desde luego con nuestros prejuicios.
    Cómo descubrir la realidad verdadera?? Difícil pregunta, tal vez debemos empezar por sincerarnos nosotros mismos, por ser sin miedo lo que somos, y tal vez desde ahí podamos acercarnos a la realidad del otro.
    Atte
    Fco. Guerrero C.

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