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Llegó una tarde de Noviembre de 1995 a mi casa de la Reina. Tenía dos meses y chorreaba agua con Rinso que hacía solo un rato estaba hirviente. Se la había lanzado, para espantarlo, mi vecina, una pulcra y santa señora de militar, que iba todos los domingos a misa y que ya había matado a mi gata con una pistola a postones, a media noche, en juicio sumario y negándolo con una sonrisa.

Pero este perrito, como siempre lo demostró, no se dejaba abatir fácilmente. Volvió. Su objetivo era mi casa y cuando llegué, la Yael mi hija menor, lo había adoptado. Yo lo hice también con sólo mirarlo.

En honor a su dulce memoria, diré que era mestizo. Color café tostado, y ante nuestros ojos –Cristóbal, mi hijo lo amó también de inmediato- absolutamente perfecto. Adorable, Maravilloso. Le pusimos Camilo, sin recordar que colindábamos con una casa en que el nieto principal se llamaba igual .Eso provocó leves escaramuzas, en que oíamos una voz que decía a alguien” No entiendo como a un perro le ponen nombre de niño”. Y yo, siempre respondona, le decía también a alguien imaginario; “No entiendo como a un niño le ponen nombre de perro.”

Pero Camilo, el Cami, pacífico, amable y ligeramente falso en su finura no prestaba atención y solo se dedicaba a pasarlo bien en el patio común del condominio, en el jardín y a dormir, por turnos, en la cama da cada uno de nosotros que lo peleábamos.

Cada vez que podía…se arrancaba a las poblaciones más cercanas a vivir la vida loca. Mientras nosotros rezábamos para que volviera, el peleaba, defendía a perros enormes y regresaba literalmente destrozado, Una vez, con un pedazo menos de oreja; otra con cinco cortes y desmayo dramático en la puerta, urgencias, hospitalizaciones y extremaunciones.

Cuando nació mi nieta Avril Aurora, hace diez años, se declararon telepáticamente como “peluches mutuos”. Y ¡cómo disfrutaron!

Luego llegó a la casa de al lado una gran labradora con pedigrí que pasó a ser su novia impúdica en medio del patio común del condominio. Se amaron, sin duda, Y rojos todos los vecinos, fuimos testigos de esa pasión.

Se perdió mil veces, se hirió mil más, defendió a un perro enorme, negro y triste que a veces salía porque estaba encadenado. Y esa vez le mordieron la nariz que quedó como a punto de caer el resto de su vida y que me ponía algo nerviosa al verla.

Era un caballero. Cuando mi mamá subía por la escalera al segundo piso de mi casa, él la guiaba quien sabe por qué. Si bien ella era mayor, gozaba de gran agilidad. Pero él sabía y se ponía adelante y subía un escalón y esperaba que ella lo hiciera. Enseguida otro y lo mismo.

Solos

Cuando los hijos se fueron, quedamos los dos. Reconozco que, aunque sé que me amaba y asumió amablemente una vida silenciosa y más quieta, claramente me encontraba algo latera. Y sólo saltaba de alegría cuando llegaba de visita mi nieta. Se ponía entre las dos en la cama, y no nos dejaba ni hablar a nosotras, en un claro mensaje de “aquí, los juguetones, más allá la aburrida”

Lloré con él la muerte de mi madre. La partida de mis hijos, la soledad incipiente, natural y algo dolorosa. Lo escondí en la cocina para que no fuera testigo de las visitas de mi amor de aquellos años al que le cargaban los perros, por lo demás. También disfruté con él esa misma soledad, esa misma partida de mis hijos cuando se me hacía liberadora y me daba cuenta, estupefacta, que había sobrevivido a la agotadora convivencia filial. Conversaba mucho con mi Cami, solos los dos, preocupando a más de alguien por la posibilidad de un incipiente Alzheimer o algún tipo de chifladura, a la que mis hijos nunca me encuentran inmune

Pensándolo bien, si Camilo hubiese sido humano, habría sido el tipo de caballero pálido, introvertido, muy ubicado, paciente, bondadoso, doble estándar y con pinta de virtuoso asexuado.

Yo sentía que era de hierro el Camilo, sobrevivía a accidentes terribles, comía sus pellets, pero a veces chocolate, huesos de pollo, torta, trozos de pizza y de un cuantuay. Y basura, en sus sofisticadas y prolongadas salidas nocturnas.

Lo amaba. Dormía con él, lo acariciaba, lo besaba en su nariz endeble. Cuando me cambié a un pequeño departamento, él por cierto, vino conmigo. A los trece años aprendió a rasguñar la puerta y subir y bajar sólo a hacer sus necesidades- Noté que algo andaba mal cuando en lugar de subir al segundo piso…lo hacía al cuarto y rasguñaba la puerta.

Entonces, el shock para ambos: mi hija y mi nieta se iban a México. Yo lloré tres meses, todos los días, todo el día. El, se acostó en mi cama .Hundió la cabeza y suspiró unas tres veces por minuto.

Camilo, pegado a mí. Yo, pegada al Camilo. Un día me miró seriamente, se puso al lado de la cama y me explicó que ya no podía saltar como antes.

Le dije que no se preocupara, que yo lo subiría. Y así, inició su comienzo del fin. Por un tiempo – era conmovedoramente divertido – no abandonó su dignidad: tomaba impulso como si fuera a saltar y se quedaba al lado de la cama, me miraba, lo tomaba en brazos y lo subía. Después ya no tomó impulso. Siempre caballero, se instalaba pegado al borde, para no darme demasiado trabajo. Y yo lo subía.

No oía. Tenía cataratas. Le costaba subir la escalera. Y aparecían protuberancias en la espalda .Y su bonhomía intocada. Dormía, pegado, literalmente pegado a mí. Y yo lo acariciaba y acariciaba.

No quise sacrificarlo. “-Deja que el cosmos decida, no está sufriendo” me aconsejó Rodrigo Palacios, mi gran amigo y veterinario homeópata que lo visitó mil veces.

Y junto a mí Camilo, el cachorro amado, el Robin Hood de los barrios bajos, el peluche de mi nieta, el adorado por mis hijos y si, uno de mis grandes amores, partió el 1 de Octubre del año pasado. Recién había cumplido quince años. Mi hijo Cristóbal, lleno de pena, me había acompañada los días anteriores. Mi hija y mi nieta, pendientes en México esperando noticias. Pero ahora estábamos como tantas veces, solos Camilo y yo. Eran las 6 de la mañana .Recién le había dado suero. Diez minutos después, cuando, cansada, yo dormitaba, murió, Una vez más con su actitud de caballero introvertido que comprende la muerte y no lo ha compartido. Le habíamos puesto un calmante por sus dolores de huesos. Y parecía sonreír. Se fue cargado de besos, agradecimientos, recuerdos. Acaricié largamente su vientre tibio,

Mi Cami. Lo incineramos y sus cenizas están aquí, en una pequeña urna de greda cerquita de donde escribo. El también está conmigo, a mis pies como le gusta hacerlo cuando estoy frente al computador. Lo amo.

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9 Comentarios sobre “Las conversaciones con Camilo

  1. Sencillamente emocionante,me corren las lagrimas y dificilmente me puedo contener, tengo dos perritas hijas la Rondina y Piccinina que estan conmigo hace 10 y 13 años, viajaron conmigo a Suecia, son maravillosas, sanas y felices, pero siempre he tenido miedo al momento de la despedida, y será muy dificil para mi vivir sin ellas. Te agradezco tanto este relato maravilloso.

    Un abrazo

  2. Ufff.. tuve que dar respiros antes de comentar, emocionarse hasta las lágrimas sintiendo cada palabra como si fuera mi propia historia. Mi amada Wini se fué a su descanso hace menos de dos años, y leerte fue revivir cada momento. Te agradezco felicito formidablemente por compartir a tu Camilo con nosotros.

  3. Querida Renee:
    Gracias por esta historia preciosa, entrañable, llena de afecto y simpatia. Son las 7 de la mañana y aqui estoy, llorando sin poder evitarlo, profundamente conmovida con tus palabras. Tambien adoro a los perros, a todos los animales en realidad. Creo que la vida se enriquece enormemente al conocerlos y quererlos, y tener el honor de su amistad es una de las experiencias mas maravillosas que podemos tener.
    Una vez, en la universidad, tuvimos que hacer una lista con las diez cosas que mas amabamos en la vida, y puse textualmente, ” las largas conversaciones con mi amigo Mateo”. Pocos supieron que me referia a mi perro querido, que me acompaño por quince años y que fue como un hermano para mi.

    Gracias Renee, un gran abrazo para ti y Camilo, que -estoy segura- te sigue acompañando.

    Pd: lo siento pero este pc no me deja poner acentos…

    1. Gracias, Alejandra por tus palabas…En realidad, aun añoro a mi Camilo. Amar a los animales es una bendición…Son una leccoón de el verdadero amor..
      Cariños

  4. ¡¡¡Bello, hermoso, me contactó con tantas y tantas cosas….!!!! Gracias. Justamente estoy en un proceso de despedida con mi Rosita, la gra matriarca de esta casa…
    Un abrazo

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