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Richard Rorty (1931-2007) Filósofo, tal vez antifilósofo, gran pensador estadounidense. La filosofía ha dado vueltas y vueltas sobre el valor absoluto de la verdad, atraída como una mariposa que revolotea alrededor de la llama de una vela. Rorty rechaza los intentos de la filosofía, sus cuestionamientos y lucubraciones para someter la realidad a la razón haciendo una distinción entre lo verdadero y lo aparente que a nada conduce. Para él, la filosofía ya ha pasado a la época “postfilosófica”. “Los seres humanos más bien deberían considerar cómo arreglárselas para la vida cotidiana y no concentrarse en las conclusiones a las cuales se llega teorizando”. La verdad para Rorty no es la incondicionalidad absoluta sostenida por preconcepciones de la antigua tradición del Pensamiento Occidental, aun si pudiera como ha pretendido, abarcar la totalidad del ser y de las experiencias humanas. Verdad no es otra cosa más que aquello que nos resulta bueno para creer, y la racionalidad depende del diálogo que la califica, porque nadie está en posibilidad de comprender “la realidad en sí”.

Rorty aterriza la filosofía sustituyendo sus inútiles empeños a un entorno lingüístico social donde verdad es lo que cree y acepta una comunidad específica. El lenguaje filosófico para Rorty es como cualquier otro lenguaje y está a nivel de la literatura. El papel que se ha arrogado la filosofía como juez de la cultura para disponer de una comprensión especial de la naturaleza, del conocimiento y de la mente, resulta a Rorty como una pretensión ilegítima, porque los filósofos no poseen un conocimiento superior para conducirnos a afirmaciones más ciertas y seguras. A la verdad, Rorty contrapone un sentido de “solidaridad”, donde la definición de lo verdadero se transforma en el “nosotros” de una comunidad que dialoga y piensa basada en sus creencias. La verdad para Rorty es el juicio de menor resistencia entre quienes siguen las mismas reglas históricas de verificación. En vez de buscar los fundamentos últimos de la verdad, considera que la filosofía debe limitarse a proponer diálogos “edificantes”. Debe erigir “moradas acogedoras” en las cuales la convivencia humana se desarrolle lo mejor posible, sin tener que acudir a la práctica de la comunicación inmovilizadora con esquemas prefijados. Él encuentra criterios que todos podemos compartir, tales como luchar contra la crueldad sobre seres que sienten; capacidad para restar importancia al mayor número de diferencias tradicionales de tribu, de religión, y de raza; sensibilidad ante el dolor ajeno, y el rechazo a la humillación y al abuso del poder.

“La consideración de nuestras semejanzas pueden llevarnos a incluir en la esfera del `nosotros´ a personas inmensamente diferentes de nosotros mismos”. A pensar en los otros como uno de nosotros, entendiendo la expresión explicativa “uno de nosotros” como equivalente a decir “gente como nosotros” y aplicándola a todo el mundo. La solidaridad humana no podrá consistir ni fundarse en el reconocimiento de una “esencia humana” en todos presentes. Más bien se la ha de concebir como la capacidad de percibir cada vez con mayor claridad que las diferencias étnicas, políticas, religiosas y sexuales, carecen de importancia cuando se las compara con nuestras similitudes referentes a nuestros sentimientos frente al dolor y la humillación.

En vez de teorías fundamentales de lo verdadero, debemos mantener viva la comunicación y la creatividad de los diálogos que no presuponen un “vocabulario dado”. No hay ideas objetivas para explicar nuestras realidades. Los humanos sólo tenemos palabras para justificar nuestras vidas. Nuestras acciones y creencias son nuestro léxico. “Si se ponen en duda nuestras palabras, sólo tenemos argumentos circulares para justificarlas”. No disponemos más que de nuestro léxico como verdad. Las palabras nos explican, son nuestras premisas fundamentales, nuestro sistema de ideas y creencias. Elegimos y comparamos teorías de acuerdo a lo que queremos ser y creer. “Nuestras teorías no tienen que corresponder a algo extraño a ellas mismas para que sean verdaderas”. Nuestro conocimiento no está en la captación de lo que es la realidad en sí, sino en los hábitos adquiridos para afrontar nuestra realidad. “Hablar de objetividad sólo sería útil para explicar los estímulos que recibimos”. El lenguaje es lo que representa nuestra forma de interpretar el mundo. Lo que decimos y sus verdades no se pueden limitar a hechos en sí. La causa de lo que decimos es múltiple y los hechos en sí incluyen tanto estímulos físicos como elecciones teóricas previas. Rorty rechaza tanto la “neurótica búsqueda cartesiana de la certidumbre” como el camino seguido en la búsqueda y los acercamientos a la verdad absoluta. Prefiere una filosofía que ofrezca cómo “cambiar nuestras vidas”. No importa que la realidad se deforme algo por el “espejo” o el “ojo contemplativo de la mente”. La realidad aún con sus deformidades puede resultar lógica con la tolerancia del razonamiento y de la acción.

Para Rorty, la conducta lingüística corresponde a creencias, teorías y conceptos para enfrentar fuerzas causales, modificarlas y modificarnos a nosotros mismos, sin necesidad de apelar a una supuesta representación del mundo. A lo único que debemos apelar es a otras ideas para compararlas con las nuestras y examinar si encajan entre sí y con los relatos generales que queremos contar. Rorty pide más educación sentimental y menos abstracción moral y teorías de la naturaleza humana. De ahí su crítica al enorme grado de abstracción que el cristianismo ha trasladado al universalismo ético secular. Para Rorty existe un progreso moral, y ese progreso se orienta en dirección de una mayor solidaridad humana.

La verdad para Rorty es el logro libre del diálogo humano, creencias que se justifican en el momento por ajustarse mejor a los objetivos buscados. La única justificación que necesitan es un mínimo de racionalidad, sin pretender trascendencias de racionalidad natural. El ser humano cambia y se transforma porque él es una trama de disposiciones cuyas creencias y acciones cambian para responder a estímulos. Su propia trama provoca transformaciones en el resto de sus creencias. Cuando estas transformaciones son considerables, el mismo individuo debe confeccionar nuevos argumentos que prolonguen o cambien sus propias reglas. La racionalidad no está en la aplicación de criterios, sino en un permanente tejer y retejer creencias. Racionalidad es tolerancia, respeto, capacidad de escuchar y de persuadir. La persuasión y el antidogmatismo hacen la diferencia entre diálogo racional e irracional. Para Rorty, la ciencia es modelo de persuasión y solidaridad humana. Ya no son los filósofos ni los sacerdotes quienes administran la verdad. Es el científico. El discurso de la ciencia es el que se aplica a los “criterios de racionalidad” para lo que Rorty llama los “hechos duros”, porque dejan de ser opinión, y dejan de ser opinión porque son resultados obtenidos según reglas ya acordadas de juego.

Rorty considera que las principales contribuciones del intelectual al progreso moral son las descripciones detalladas de las variedades de vida, de dolor, de humillación y otras situaciones humanas, trasladadas a los contenidos de todo tipo de ficciones. Estas descripciones, más que los tratados filosóficos y religiosos contribuyen a la ampliación de la capacidad de imaginación moral, porque nos hacen más sensibles, en la medida en que profundizamos nuestra comprensión de las diferencias entre las personas y la diversidad de sus realidades y necesidades. La ampliación de nuestra comprensión conlleva una transformación sentimental basada en el desarrollo de emociones como amor, confianza, empatía y solidaridad. Esta vía posibilita un verdadero encuentro ante las diferencias culturales.

La literatura para Rorty, y en términos generales el arte, sustituye la ética tradicional con su capacidad de sensibilizar frente a las necesidades y valores de los demás. La realidad es inseparable de la ficción como es inseparable el lenguaje de las palabras, de los silencios y de las interpretaciones. Vivimos en un “mundo interpretado” en donde nunca nos sentimos seguros y la imaginación literaria nos hace sentir solidarios, nos conmueve ante el mal. Sin una imaginación literaria no es posible conmoverse ante el mal. La educación sentimental y literaria busca formar individuos que sean capaces de indignarse ante el horror. La razón educativa desde el punto de vista literario es una razón perturbadora, es una razón sensible a la humillación del otro. La literatura prevalece sobre las reflexiones filosóficas porque no necesita fórmulas abstractas y vacías. Está en cambio relacionada a experiencias humanas concretas de vida, dolor, crueldad, amor, traición. Estas experiencias, al ser compartidas, generan solidaridad y compasión.

Rorty reconoce la barrera de las diferencias culturales para establecer el acuerdo de la verdad, a lo cual contrapone la comparación con el arraigo de nuestras propias creencias. “La humanidad avanza por caminos divergentes” y son tantas y tan variadas las culturas que los criterios de verdad y de justificación dificultan la comprensión compartida. Algunos grupos humanos se ven impedidos a cambiar la forma de considerar a otros grupos porque sienten que si renuncian a las reglas aprendidas van a ser extraños a su propio grupo. Rorty propone como lo más razonable saltar este obstáculo y privilegiar la diferencia omitiendo la unificación. Cuando nos queramos comparar con otros, debemos tener presente el peso ilimitable que ejercen en nosotros mismos nuestras tradiciones, para así facilitarnos establecer la relatividad en toda pretensión de lo absoluto.

Rorty considera desvitalizadores los valores abstractos universales porque impiden resolver cuestiones urgentes y concretas; pero de ninguna manera deslegitima la racionalidad ni la moralidad. El confía en la “esperanza social” y sostiene una posición positiva frente a la política, cuyo valor básico es la libertad. Una libertad que nos libere de la necesidad, de la opresión y de la crueldad, que nos permita formar nuestras vidas con los valores que consideremos más convincentes. Nuestra libertad no necesita más justificación que la de ser deseable. También considera inútil buscar razones para ser solidario y no cruel; sólo teólogos y metafísicos piensan que pueda haber tales razones. Lo que se trata es de afirmar que “tenemos la obligación de sentirnos solidarios con todos los seres humanos” y reconocer nuestra “común humanidad”. Explicar en qué consiste ser solidario no es tratar de descubrir una esencia de lo humano, sino insistir en la importancia de ver las diferencias en asuntos como raza, sexo, religión, preferencias sexuales, edad. Para Rorty, en nuestra vida individual debemos decidir dos cosas distintas. Por una parte, cómo vivir nuestra vida. Por otra, cómo organizar la convivencia.

Lo que Rorty considera importante para una democracia es que no necesite de fundamentos religiosos ni de legitimación filosófica. La base filosófica que permitió separar entre política y creencias sobre cuestiones importantes, alivió las tensiones resultantes al creer en una verdad absoluta que generaba racionalidad. “Es suficiente la autoridad constituida por un acuerdo entre individuos que se consideran herederos de las mismas tradiciones históricas, enfrentados a los mismos problemas”. Esta forma de democracia prueba su valor considerando que si “el individuo descubre en su propia conciencia creencias de importancia  para la política pero inaceptables a las creencias compartidas por la mayoría de sus conciudadanos, debe sacrificar su conciencia sobre el altar del bien público”. Rorty considera de valor moral la democracia occidental contemporánea y condena, en cambio el totalitarismo o a las actitudes políticas intransigentes porque amenazan  convertir una idea en ideología, en imponer a otros una verdad objetiva como argumento para obligar. Las ideologías son dañinas porque se imponen como explicación verdadera.

Una característica más del pensamiento de Rorty es la ironía como salida o forma de escape individual ante el compromiso de aceptación de los demás con sus valores públicos o privados que, aun cuando no compartamos, debemos tolerar para una saludable convivencia.  La ironía es una actitud caballeresca y distante hacia las propias creencias, actitud que nos capacita para no tomarnos en serio y estar sujetos al cambio. Para permitirnos escapar del temor de quedar atrapados en el léxico en que nos educamos y para poder relacionarnos con los extraños, más allá de nuestro propio vecindario.

Lo que no dice Rorty, así lo consideremos  un antifilósofo, es que la filosofía esté muerta. Como la literatura con que él la compara, siempre deberá estar presente para responder con su lenguaje a las necesidades de nuestro mundo cambiante.

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2 Comentarios sobre “Rorty y el diálogo de la verdad

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