Compartir

La verdad no es el fantasma de las cosas en sí, es la creación diaria del lenguaje en una comunidad que crece día a día en el acercamiento universal, facilitado por las nuevas tecnologías de informaciones y comunicaciones que con sus múltiples aplicaciones permiten el mayor acercamiento de cada individuo a sus congéneres humanos.  La verdad es ya una aceptación cada vez más generalizada entre seres humanos que conviven en la globalidad y cuyos valores de libertad, comprensión y solidaridad van siendo cada vez más ampliamente compartidos. Nuestra época de postmodernismo puede ser el ocaso del fantasma de las verdades absolutas que por siglos de historia se han impuesto a la humanidad, pero también pueden traer nuevas sombras con la imposición de la codicia que también amenaza la globalización y el aprovechamiento tecnológico. Es aquí donde se requiere un refuerzo de la moral que ya no está a cargo de las religiones con sus verdades absolutas ni del poder que corrompe, sino del artista en todas sus manifestaciones comprometidas con la solidaridad humana.

Hay un paralelo entre la Latinoamérica de hoy y la época europea de postguerra, por cuanto entre los latinoamericanos apenas empiezan a declinar los poderes absolutos. Como lo decía Albert Camus refiriéndose a la Europa después de la última guerra mundial, en nuestros países latinoamericanos no es ya “el sacerdote nuestro profeta de la verdad, ni siquiera lo es el investigador científico”.  No lo es el sacerdote con sus verdades subyugantes ni el científico con sus certezas científicas; lo es el artista con su verdad convencional y su ministerio por la libertad; ese artista cuyo ideal debe ser tal como lo definió Camus en su discurso pronunciado al recibir el Premio Nobel.

Según Camus, el artista no puede vivir sin su arte, pero no debe poner al arte por encima de otra cosa. Para el artista es necesario el arte porque no le aparta de los demás y le permite vivir tal como él mismo es y a nivel de todos. Para él, no es una diversión solitaria, sino un medio de relacionar al mayor número de personas, de recibir una imagen privilegiada de dolores y alegrías comunes, “obligándole a no aislarse, a someterse a la verdad común, a la más humilde y la más universal”.

Para Camus, aquellos que muchas veces eligen su destino de artistas porque se sienten distintos, pronto aprenden que su arte y su diferencia no pueden nutrirse sin confesar su semejanza con otros. El artista se forja en el perpetuo ir y venir desde sí mismo hasta los demás, “siendo equidistante entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comunidad de la cual no se puede desprender”. Por eso no debe desdeñar nada y obligarse a comprender en vez de juzgar. Si ha de tomar un partido en este mundo, debe hacerlo por la sociedad, donde según Nietzsche, no debe reinar el juez sino el creador.

El papel del escritor es inseparable de difíciles deberes. “No puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren”. Si no lo hiciera, el artista se quedaría solo y privado hasta de su arte. Todos los ejércitos de la tiranía, dice Camus, con sus millones de hombres no le arrancarían de la soledad, por más que él lo consintiera y accediera en acomodarse a su paso. Así, el silencio de un desconocido, abandonado a las humillaciones en el otro extremo del mundo, basta para sacar al escritor de su soledad cada vez que logra, en medio de los privilegios de su libertad, no olvidar ese silencio para recogerlo y reemplazarlo, haciéndolo valer mediante todos los recursos del arte.

En todas las circunstancias de su vida, continúa Camus, oscuro o provisionalmente célebre, aherrojado por la tiranía o libre de poder expresarse, el escritor puede encontrar el sentimiento de una comunidad viva que le justificará sólo a cambio de aceptar, tanto como pueda, las dos tareas que constituyen la grandeza de su oficio: el servicio de su verdad y el servicio de la libertad. Siendo la vocación de artista el agrupar el mayor número posible de audiencia, no puede acomodarse a la servidumbre, que en el lugar donde reina, hace proliferar las soledades. Cualquiera sea su flaqueza personal, la nobleza de su oficio arraiga siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa a mentir sobre aquello que sabe y la resistencia a la opresión.

Escribir es un honor, como lo dice y lo probó Camus con sus propios hechos, “porque es un acto que obliga a algo más que a escribir, a compartir con todos los que vivan una misma historia de desventura y esperanza, sin que nadie tenga porque pedirles que sean optimistas”. Camus reconoce que a él, como a los escritores de su época, les fue preciso forjarse un arte de vivir para tiempos catastróficos, a fin de nacer una segunda vez y luchar luego a “cara descubierta” contra el instinto de muerte agitado en la historia que  vivieron.

Tanto en la época de Camus como en la actual latinoamericana, los escritores heredan una historia corrompida, donde, en palabras de Camus relacionadas a su experiencia, se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas; en donde los poderes mediocres pueden destruirlo todo, en donde la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión. A esta generación latinoamericana paralela en semejanzas, no en contemporaneidad, a la de la postguerra europea, “le corresponde restaurar, en sí misma y en su alrededor, partiendo de amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir”.

Ante un mundo amenazado, continúa diciendo Camus, el artista debe, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de la servidumbre. Debe reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura para reconstruir con todos los humanos una nueva Arca de la alianza. Tal vez no se pueda cumplir una labor tan inmensa, pero donde quiera que se halle el artista, debe mantener su doble apuesta a favor de su verdad y libertad, estando dispuesto a sacrificarse por ella. Es esta generación de artistas la que debe ser saludada y alentada, donde quiera que se halle y se sacrifique.

Camus da su verdadero lugar al escritor, sin otros títulos más que los compartidos con sus compañeros de lucha, considerándolos vulnerables pero tenaces, a veces injustos pero siempre apasionado por la justicia; realizando sus obras sin vergüenza ni orgullo, a la vista de todos; atentos siempre al dolor y a la belleza; consagrados, en fin, a sacar de su ser complejo las creaciones que intentan rescatar obstinadamente del movimiento destructor de la historia.

¿Quién, prosigue Camus, después de eso, podrá esperar que el artista presente soluciones ya hechas y bellas lecciones de moral? La verdad es misteriosa, huidiza, y siempre hay que tratar de conquistarla. La libertad es peligrosa, tan dura de vivir, como exaltante. Debemos avanzar hacia esos dos fines, penosa pero resueltamente y descontando por anticipado los desfallecimientos a lo largo del dilatado camino.

“¿Qué escritor osaría, en conciencia, proclamarse orgulloso apóstol de virtud? En cuanto a mí, necesito decir una vez más que no soy nada de eso. Jamás he podido renunciar a la luz, a la dicha de ser, a la vida libre en que he crecido. Pero aunque esa nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, indudablemente ella me ha ayudado a comprender mejor mi oficio y también a mantenerme, decididamente, al lado de todos esos hombres silenciosos, que no soportan en el mundo la vida que les toca vivir más que por el recuerdo de breves y libres momentos de felicidad, y por la esperanza de volverlos a vivir”.

Compartir

2 Comentarios sobre “Camus en el lenguaje del artista

  1. Cuando todo parece una falacia y pareciera que la vida se burla de nosotros (como si fuera un algo) el arte es la herramienta para expresar, unir, reflejar.

    Los tormentos humanos de muchos son reales y los tormentos de uno solo también, aunque este último parezca mezquino. Las instituciones, las creencias, las tradiciones ya no son respuesta.

    Vivimos al borde del precipicio y la vida nos retiene cada ciertos intervalos llenándonos de motivos y soltándonos, como probándonos si podemos solos y con todos con nuestra libertad. Es el misterio sin respuesta para mi.

    Grandes palabras de A.Camus resaltando el rol del artista, y por qué no el de un simple mortal, para no enrededar la libertad de nuestras almas y nuestra conexión con la realidad, o sea con los demás. Válido, a mi entender, para todos los tiempos.

  2. La verdad y la libertad: dos principios de la creación. Tu artículo inspira reflexiones y también alienta a los escritores que “viven en el mundo”.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *