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casa Huemul

El fin del silencio

 

Hace nueve años, Margaret Wheatley escribió un artículo que tituló “silencio muerto”, abrumada por el auto-silenciamiento que se iba extendiendo por el mundo como una neblina y dominaba a los individuos. Ella se pregunta: “¿Por qué fallamos en levantar nuestras voces frente a las cosas que nos conciernen y luego lo lamentamos? Ella encuentra cinco razones, que sin embargo le parecen insuficientes: ya no sabemos cómo hablarnos unos a los otros; estamos sobrepasados por la cantidad de sufrimiento en el mundo, la gente se siente más impotente ahora que en cualquier otro momento de la historia reciente; nos asusta lo que podemos perder si expresamos nuestras opiniones y nos hemos convencido que lo que sucede en otras partes no nos afecta – aún seguimos negando nuestra interconectividad.

 

Creo que hay otras razones: no sabemos cómo y dónde participar y no nos atrevemos a saltar los muros solitarios que hemos levantado. Pienso por ejemplo en muchas personas- especialmente mayores- que se abstienen de ir a marchas pero las apoyan y quisieran poder estar allí, pero no están dispuestas a sufrir las consecuencias de la represión. Sin embargo, hay tantas maneras de construir un entorno plural, diverso y solidario.

 

Recuerdo una manera de trabajo de las mujeres que consistía en respetar lo que cada una era capaz de hacer y cómo eso abría posibilidades a todas para participar, saliendo del encierro individual. Cada vez que esto ha ocurrido en la historia, el primer paso ha sido tomar conciencia de ese silenciamiento, reconocer que es una opción y que es también una forma de acción en favor de algo que no queremos.

 

Hoy día, ese silencio de hace algunos años se ha llenado de voces. Seguramente hay muchas que no oímos, pero se hacen sentir en sus propios entornos. Nos ha alegrado la vibración del eco de los indignados (“los que luchan por su dignidad”), por ejemplo, que se extendió por el mundo asumiendo distintas formas locales y continúa esa energía viva entre nosotros.

 

Sin embargo, nos queda mucho por escuchar. Las conversaciones acerca de nuestros verdaderos intereses humanos es una de ellas. Margaret Wheatley dedica un libro entero a mostrar cómo las conversaciones construyen el futuro.

 

He sabido de un grupo de músicos que ensaya en el barrio Huemul, en una casa con las ventanas abiertas, incentivando de manera natural a los niños de ese barrio a interesarse por la música que pueda enriquecer sus vidas tan restringidas. Y si comenzamos a compartir lo que conocemos, todos vamos a abrirnos a muchas variantes de vidas pacíficas y transformadoras. Y es posible que una de ellas sea el lugar que buscamos.

 

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