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Todos los seres humanos tenemos ciertos condicionamientos. Uno de los míos es que inevitablemente me siento llamada a la acción social y cultural. Al menos, nada de lo que ocurre en torno mío –lo que abarca el planeta entero- me es indiferente.

Desde esa motivación, escribo sobre comunidad, convivencia y política, a pesar de no ser una militante de Partido. Y hasta me inclino a aventurar proposiciones. Es para llenar el vacío que percibo: me parece equivocado realizar cualquier acción sin una visión que pueda conducirla.

Las comunidades o sociedades no son entidades abstractas. Están hechas de personas. Por eso, no se trata que busquemos un ideal de sociedad más allá de nosotros sino que consideremos que nuestras conductas, habla y pensamientos están día a día construyéndola.

Como ya escribí en La Ética en la Política o en Diálogo y Persuasión, esa visión incluye valores y, en mi caso, una opción humanista en la construcción de sociedades. Desde mi práctica espiritual tengo una profunda convicción en la bondad inherente de los seres humanos. Es cierto que en nuestra realidad cotidiana nos enfrentamos a innumerables emociones destructivas. Eso no niega la bondad siempre presente en todos nosotros, sino muestra que la comprensión de quienes somos ha estado velada por mucho, mucho tiempo. El camino es aprender a reconocer nuestra verdadera naturaleza.

En otros artículos, he tratado de convocar pensamientos y propuestas de autores que expandan nuestras mentes. Creo que lo común en ellos es, a partir de esas ideas, buscar acciones a seguir, al alcance nuestro: cómo enriquecer nuestro entorno, cómo dialogar con otros, cómo aprender a conocernos y querernos, cómo construir comunidades humanas.

Espero que vean estas notas como palabras de intercambio en la experiencia de estar juntos.

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