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Frijot Capra, nacido en Austria en 1939, además de ser un eminente físico, ha estudiado en profundidad la influencia de la filosofía oriental sobre la ciencia y el pensamiento de la sociedad occidental. En su libro, El Tao de la Física, habla de la relación entre la física moderna y el misticismo oriental.

El Cristianismo logró imponer sus creencias religiosas sobre la ciencia y desmotivar con sus amenazas y castigos la investigación científica, lo cual duró más de diez siglos. Rene Descartes, en el siglo XVII, con su visión de la naturaleza como dos reinos independientes, el de la mente y la materia, abrió nuevas posibilidades científicas, pero tratando a la materia como algo muerto, separada de los objetos mismos, considerando al mundo material como “una multitud de objetos diferentes, ensamblados entre sí para formar una máquina enorme”. Dejó Descartes la separación tradicional del ser humano como un compuesto de materia y espíritu, posición aún hoy aceptada por muchos, a pesar de que la ciencia ha comprobado que cuerpo y mente son la misma materia.

Newton tuvo la visión mecanicista y la convirtió en los cimientos de la física clásica, modelo del universo que dominó el pensamiento científico desde mitad del siglo XVII hasta finales del siglo XIX. Capra considera que esta visión tiene paralelo con la imagen de un Dios monárquico que gobierna el mundo desde arriba, imponiendo en él su divina ley. Así los científicos consideraron las leyes de la naturaleza como leyes de Dios, invariables y eternas, a la que el mundo estaba sometido.

“La famosa frase de Descartes “Cogito ergo sum” (pienso, luego existo), llevó al hombre occidental a considerarse identificado con su mente, en lugar de hacerlo con todo su organismo.” Es por ello que se ha creado una fragmentación interna que es reflejo del “mundo exterior”, concebido como una multitud de objetos y acontecimientos separados.

Para Capra, esta visión se acentúa más con la sociedad dividida en diferentes naciones, razas y grupos religiosos y políticos; razón esencial de la presente serie de crisis sociales, ecológicas y culturales, porque nos separa de la naturaleza y de nuestros congéneres, generando una distribución injusta de los recursos naturales, la cual a su vez crea desorden, violencia y un ambiente física y mentalmente malsano. Es así como la división cartesiana y su concepto mecanicista del mundo, que fue inicialmente benéfico en el desarrollo de la tecnología y la física clásica, se tornó perjudicial.

Ya en el siglo XX este concepto mecanicista de la ciencia fue  superado para que la fragmentación vuelva a una idea de unidad tal como fue expresada en las primitivas filosofías griegas y orientales, por lo cual juzga Capra que la visión oriental del mundo como “orgánica”, contrasta con el concepto mecanicista occidental. Para el místico oriental todas las cosas y los sucesos percibidos por los sentidos están conectadas e interrelacionadas, y son apenas diferentes aspectos o manifestaciones de una misma realidad última.

Nuestra errónea tendencia a vernos como egos aislados de lo demás, para el Oriente es una ilusión de nuestra mentalidad medidora y clasificadora. La filosofía budista la considera como ignorancia, resultado de una mentalidad confusa que se debe superar. La mente confusa produce la multiplicidad de las cosas que una mente tranquila hace desaparecer.

A pesar de la enorme diversidad de misticismos orientales, ellos tienen en común el resaltar la unidad básica del universo,  lo cual constituye el rasgo central de las enseñanzas orientales. Para hindúes,  budistas o taoístas, su meta más elevada es llegar a ser conscientes de la unidad e interrelación mutua de todas las cosas, trascendiendo la noción del yo aislado e identificándose cada individuo, él mismo, con la realidad última.

La aparición de esa consciencia, conocida como “iluminación”, no es un acto intelectual; se trata de una experiencia que afecta la totalidad de la persona y cuya naturaleza es definitivamente religiosa. Es por ello que la mayoría de  las filosofías orientales son esencialmente filosofías religiosas.

La separación de la naturaleza en diferentes cosas no es importante desde el punto de vista oriental. Todas las cosas tienen un carácter fluido y cambiante. El mundo es dinámico y entre sus rasgos esenciales están el tiempo y el cambio. El cosmos es una realidad inseparable, siempre en movimiento, vivo, orgánico, espiritual y material al mismo tiempo.

Para el pensamiento oriental, las fuerzas que causan el movimiento no están fuera de las cosas, son propiedades especiales de las cosas en sí. De igual manera, la idea que tienen los orientales de Dios no es la de un gobernante que dirige el mundo desde lo alto, sino la de un principio que controla todo desde adentro.  “Aquél que habita en todas las cosas, y sin embargo es diferente a ellas, a quien ninguna cosa conoce, cuyo cuerpo son todas las cosas, que controla todo desde dentro. Él es tu alma, el Controlador Interno, el Inmortal”.

Capra en su libro muestra como los elementos básicos en que los orientales conciben el mundo, son los mismos que se desprenden de la física moderna. Con ello sugiere que el pensamiento místico ofrece una “base filosófica relevante y congruente con las teorías de la ciencia contemporánea. Es así como es posible tener una concepción del mundo en la cual los descubrimientos científicos están en perfecta armonía con las metas espirituales y las creencias religiosas. Los dos temas básicos de esta concepción son la unidad e interrelación de todos los fenómenos y la naturaleza intrínsecamente dinámica del universo.”

Para Capra, mientras más penetramos en el mundo submicroscópico, más nos damos cuenta de que el físico moderno, al igual que el místico oriental, han llegado a ver el mundo como un sistema de componentes inseparables, interrelacionados y en constante movimiento, en el que el observador constituye una parte integral del sistema.

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