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“Chile tiene el triste récord de ser el país con la mayor segregación social en sus establecimientos educacionales, entre los 54 países  que rindieron la prueba internacional PISA el 2006. Nuestro país exhibe una segregación de 52 puntos contra sólo 9 de Finlandia, el país con el menor índice. Esta situación se origina fundamentalmente por dos procesos: la selección de alumnos por parte de los establecimientos y el sistema de financiamiento compartido.” (García Huidobro, decano de la Facultad de Educación de la Universidad Alberto Hurtado)

Mis padres, ambos profesores, optaron muy tempranamente por que nosotros, sus hijos, estudiáramos en colegios públicos. Pensaban que así tendríamos el conocimiento más completo y real de nuestra sociedad, compartiendo con personas de distintos sectores sociales, y así nuestras vidas serían enriquecidas.

Eso me permitió crecer en los valores de la diversidad, respeto y tolerancia. Hoy, desde mi formación espiritual encuentro en esa decisión otros fundamentos. El más relevante, es el reconocer  la interdependencia entre los seres vivos y con su entorno.

Si no atendemos a esta realidad interdependiente, perdemos la riqueza y el sentido de vivir. Y esto es lo que está pasando en Chile. Se ha instalado desde hace años una política y experiencia de segregación en los colegios, separando brutalmente a los niños de acuerdo a los niveles socioeconómicos. Es posible observar ya tantas pérdidas: hay niños que crecen en la desconfianza y temor de los otros, desarrollan relaciones de maltrato o falta de respeto con sus profesores, ocultan sus debilidades con la arrogancia, negándose la oportunidad de conocerse y realizar plenamente sus potencialidades. Otros, suman a la pobreza de sus hogares la de su entorno, tienen escaso acceso a la información y a la variedad de expresiones creativas, sus experiencias están sometidas a la ley de sobrevivencia y viven en el resentimiento y la desesperanza.

Por supuesto, esta es una polarización que no refleja toda la realidad pues, en ambos casos hay seres libres que se levantan sobre estos condicionamientos y también personas y organizaciones generosas que actúan en favor de una buena comunidad integrada. Sin embargo, a nuestra sociedad, y en particular a nuestro gobierno, le corresponde crear condiciones favorables para el desarrollo pleno de todos sus ciudadanos sin excepción. No es aceptable que nuestros gobiernos amparen la desigualdad y la segregación. Cuando ellos fallan, somos los ciudadanos los que tenemos que alzar la voz.

 

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