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“Es que somos muy territoriales”, me contestó cuando  le comenté que habría que mudarse y no me gustaba  para nada la idea. El pavor a los cambios, a la invasión de lo que crees es  tu espacio.

Me acordé de esta anécdota a propósito de la lectura  de algunos comentarios poco felices, según mi parecer, publicados en el muro de la red social Facebook del Colegio de Periodistas  de Chile, con motivo del anuncio de solicitudes de trabajo por  parte de cinco periodistas españoles dispuestos a cruzar el “charco” como dicen ellos, porque en su país, España, no hay trabajo para ellos.

Me llamó la atención el poco sentido de la solidaridad y hasta la falta de pudor  de algunos a la hora de manifestarse contrarios a que estos españoles pudiesen siquiera pensar en venirse a trabajar como periodistas a Chile. Se leían  todo tipo de argumentos: “acá los sueldos son malos”,  “no queremos más españoles”, etc, etc pero el que más me inquietó, por su carácter casi xenófobo, fue el que señalaba que le quitaría el trabajo a un chileno. Me dolió.

Me dolió por varias razones. El trabajo es un derecho, pero son tus capacidades las que determinarán si tendrás la oportunidad de ejercerlo o no. Un profesional capacitado no puede ser excluido por no tener la nacionalidad del país en que ejerce su profesión u oficio. Argumentar que porque  algunos españoles nos han tratado de  “sudacas” merecen recibir la misma moneda no me cuadra en un mundo hiperconectado y aparentemente hipersensibilizado a través de las redes sociales. Y bien sabemos lo mal que lo están pasando los españoles, desde siempre solidarios con los extranjeros cuando les han pedido ayuda.

Muchos chilenos fueron acogidos durante la dictadura militar chilena. Muchos chilenos  han ido a estudiar y han terminado generando lazos inquebrantables en el tiempo y la distancia. Muchos chilenos han obtenido fama, renombre y reconocimiento en España, más que en su propio país, ya sabemos, tan dado al ninguneo.

El mundo personal y colectivo se enriquece con la presencia de todos, no de algunos.

¿Pueden imaginarse lo que significa “tener” que migrar porque en tu propio territorio no hay un cupo digno para ti? ¿Pueden imaginar lo difícil que debe ser “buscarse la vida” a 14 mil kilómetros de tu propia tierra? Es cierto que los jóvenes son más dados a la aventura y cuentan con mayo arrojo para emprender una tarea como esa. Es cierto también que en estos tiempos de súper conexión virtual  podemos, de alguna manera, suplir la ausencia de los seres queridos que quedan al otro lado del océano.

Pero nadie puede negar que eso se hace mucho más difícil y aterrador si los que te reciben lo hacen con recelo de antemano, por el solo hecho de tener otro acento. Justamente esa es la actitud que  permite mayores atropellos a los derechos de las personas. Y  los periodistas, siempre ávidos de denunciar dichos atropellos, debieran ser los primeros en defender la posibilidad de que un colega, español, al menos abrigue  la ilusión de venir a Chile a compartir las vicisitudes de esta labor. Quién sabe si podamos hasta aprender algo de ellos.  Seguro que sí.

Es que somos muy territoriales. Pero el mundo es territorio de todos y todos deben tener la oportunidad de demostrar que ese derecho se lo han ganado y son un aporte a la sociedad, sin importar, religión, raza o nacionalidad.

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