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A veces es bueno detenerse para revisar el modelo político tal y como lo conocemos. Hay demasiadas cosas que se han asumido como válidas, quizás porque no lo cuestionamos lo suficiente, o porque no se nos ha ocurrido una mejor manera. Pero cada día me sorprende más que las elecciones se lleven a cabo con la lógica de un producto comercial.

La escena que a muchos ha escandalizado de la película del No, con un Gael García aplicando la lógica y lenguaje de la publicidad a un contexto político, no es nada ajena a la realidad. El en filme, la democracia, la bebida Free y una teleserie eran todas concebidas como productos vendibles.

Se ha dicho mucho sobre la validez de la democracia como sistema: que es el menos malo, que es el mejor de los sistemas con excepción de todos los demás, que los votantes no tienen educación cívica, que los políticos prometen y no cumplen, la culpa es de ellos o de nosotros, nunca se sabe muy bien, y es entonces cuando yo me pregunto ¿Cuál es el origen de la decepción de los ciudadanos en su opción electoral? ¿Por qué existe ese cliché del político mentiroso que muestra una sonrisa radiante cuando está en campaña? Y la respuesta es simple: La política persuade, cuando debería informar.

Entiendo que cuando varias marcas intentan venderme un producto, recurran a todo tipo de estrategias para que yo los prefiera a ellos y no a la competencia. Y para nadie es un secreto la intención persuasiva de la publicidad. El problema es cuando la política trabaja bajo esos mismos principios, cuando no debería ser así.

Recuerdo que en las elecciones del 2009, existía una página llamada votainteligente.cl, donde el usuario podía seleccionar a cualquiera de los cuatro candidatos presidenciales, y tener acceso a su historial laboral, curriculum, y sus propuestas y posturas para los distintos temas contingentes: el indulto presidencial, la nacionalización del cobre, el matrimonio homosexual, la legalización de la marihuana, los impuestos, la educación, la construcción y/o fiscalización de centrales termoeléctricas e hidroeléctricas. Todo estaba ahí. Por lo tanto, no me explico que, existiendo esa información en alguna parte, la gente esté tan decepcionada de la desigualdad, la intolerancia y la violencia perpetrada por el gobierno. ¿Por qué esa información estaba en esa página discreta en lugar de ser la punta de lanza de las campañas presidenciales? Precisamente, porque eran campañas.

La gente no vota por el candidato con el mejor programa. Tampoco vota por el candidato con el curriculum con más probidad. Vota por el más creíble. Pero ¿Cómo medir cuantitativamente algo cualitativo como la credibilidad? ¿Cómo explotar esa cualidad? Ahí es donde entran las agencias de publicidad, que nos venden a una persona. Y junto con ello, nos venden alegría, prosperidad, cambios, seguridad, igualito que una empresa de alarmas o una agencia de viajes.

Una campaña se ciñe a los principios del mercado. Es decir, su intención es persuasiva, no informativa. Si tus propuestas de gobierno son buenas o no, es algo secundario, accesorio. Lo importante es de cuánto caudal económico dispones como político para costear tu autobombo. Si puedes financiarte una buena campaña, tus posibilidades de ganar son mucho mayores que si tienes un buen programa de gobierno, y actualmente lo primero es un factor decisivo en la política, mucho más que tu integridad o la calidad de tus propuestas. Y como consecuencia de eso, el que gana es por lo general el que hace una mejor campaña a nivel comercial, no el mejor político. Es cosa de ver a Piñera, con sus gigantografías en las que decía “Delincuentes, se les acabó la fiesta.” ¿Dónde estaba toda la gente que ahora lo ridiculiza por decir marepoto o Nicolás Parra? Me juego mi sueldo de este mes al decir que muchos engancharon con la campaña del cambio. Y Piñera es solo un ejemplo, no es ninguna novedad, pues esto siempre ha sido así. El éxito de un político en la actualidad depende de las lucas con que se financie su campaña (Por lo cual, muchas veces debe devolver favores a los mecenas una vez es elegido), el carisma desplegado o, por triste que parezca en el último tiempo, qué tan rica sea la mina. Y luego los indignados y decepcionados acuden en avalancha cibernética.

Si la competencia fuese justa, si los políticos compitieran en igualdad de condiciones, los minutos o segundos en televisión no dependerían de cuánto puede pagar el candidato. Si los meses previos a las elecciones tuviesen una estructura informativa y no de persuasión comercial, la historia sería muy distinta. Bastaría con revisar las propuestas antes y después de la elección del candidato, y verificar qué tan sincero ha sido. Pero las campañas políticas, de informativas tienen poco, muy poco. Y siempre ha sido así. Recuerdo la época (En realidad no recuerdo, no soy tan viejo) en la que los candidatos te regalaban un zapato, y si salían elegidos te daban el otro. Parece ridículo, pero no estamos tan lejos. Tengo curiosidad por ver cómo se las arreglarán los candidatos para reclutar votantes en el contexto de inscripción automática, voto voluntario. Solo imagínenselo. Ahora votas solo si quieres, así que los políticos deben estar preparando los incentivos, bonos y cohechos correspondientes para arrear a la masa camino a las urnas. Y no se necesita de mucho, un Chocman o un pitcher basta y sobra.

La campaña presidencial tiene todo lo que un producto comercial: Eslóganes pegajosos, anuncios deslumbrantes, comerciales ingeniosos, famosos, música de moda, referencias a la cultura de masas, hasta contratan a expertos en el tema, justo como la Coca Cola o cualquier empresa. Podríamos cambiar al político por un chocolate o automóvil y seguiría funcionando. Cuando, desde mi humilde opinión, los esfuerzos y recursos deberían estar concentrados en informar a la ciudadanía sobre sus propuestas de gobierno, para que la gente vote por el mejor candidato, no por el tipo más simpático. Se supone- solo se supone- que a diferencia de las marcas y empresas,  él no gana nada con ser elegido, que sus intenciones son de mejorar la ciudadanía.

Y hemos asumido que esto debe funcionar así. Que las campañas es la forma en la que debe operar la elección presidencial o parlamentaria. Pero sobra decir lo disímil que es el mundo económico del mundo de la política. No nos están vendiendo un producto. Tampoco nos están haciendo un favor. Los ciudadanos debemos votar por la opción más representativa, y es nuestro derecho tener la mayor cantidad de información para tomar la decisión correcta. Pero eso no pasa en las campañas. Nos meten miedo, nos sonríen, nos proponen paraísos, pero nos informan muy poco.

Incluso si adoptáramos voluntariamente el modelo publicitario de la política, este debería funcionar de manera idéntica al original. Si un anuncio publicitario me dice que un detergente quita las manchas y cuando lo compro este no las quita, exijo mi dinero de vuelta. Si compro un reloj en el que la caja dice que es a prueba de agua, y al final resulta no serlo, es una estafa, y acudo de inmediato al SERNAC. Pero cuando un producto político me sale malo, cuando en el comercial me anunciaban algo y luego de votar resulta ser distinto, no puedo cambiarlo por otro. Hay que aguantarse cuatro años. Si me prometen que van a derrotar a la delincuencia, y luego me dicen que esta es invencible, porque existe desde que Abel mató a Caín ¿Puedo ir al SERNAC?

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