Compartir

En los últimos diez años Chile ha experimentado una fuerte preocupación y conciencia ciudadana por acabar de una vez por todas con la discriminación de cualquier especie. Si bien aún se trata de gestos débiles y políticas públicas que no terminan por convencer, nadie podría argüir que seguimos pensando como lo hacíamos diez años atrás.

Eso hasta hoy.

En un hecho que debiese causar vergüenza nacional y ser repudiado desde todos los frentes del espectro político y social, este mes, Canal 13 dio a conocer un instructivo del Ejército, en el cual se disponían diversas medidas y consideraciones que debían tenerse a la vista al momento de seleccionar a quienes postulaban al servicio militar, a fin de seleccionar a aquellos “más idóneos, moral e intelectualmente capacitados”.

Hasta aquí, nada particular ni extraordinario.

Sin embargo, la gravedad reside en que para alcanzar tal cometida, el instructivo recomienda “excluir a aquéllos que presenten problemas de salud física, mental, socioeconómica, delictual, consumidores de drogas, homosexuales, objetores de conciencia y Testigos de Jehová”, con la rúbrica del general de Brigada Cristián Chateau.

¿Son legítimas y plausibles las aseveraciones y recomendaciones del instructivo?

En lo absoluto.

Buscar que al Servicio Militar lleguen los “más idóneos, moral e intelectualmente capacitados”, es una pretensión legítima y necesaria. El punto es qué entendemos por tal cosa y ese es todo el problema.

En primer lugar, la aseveración propone ubicar en un mismo nivel situaciones que sencillamente no tiene comparación como es el consumo de drogas o la comisión de un delito con la condición sexual o el origen social. Quien lo haya hecho, no tuvo ni un segundo de la reflexión más elemental para comprender lo absurdo de ubicar a un mismo nivel cuestiones inconmensurables.

Por otra parte, la ciudadanía ha entendido en los últimos años que el origen social, la condición sexual, la discapacidad física o mental, la objeción de conciencia ni una determinada creencia religiosa son elementos de juicio por si mismos suficientes para discriminar arbitrariamente a alguien. Así se han organizado marchas multitudinarias, congresos, paneles de discusión, promulgado leyes, construido edificios, mejorado la infraestructura, y un largo etcétera que si bien sigue siendo muy pobre, muestra un cambio relevante en cuanto a la consideración y el cuidado que tenemos por el otro en tanto un igual. Precisamente al día siguiente de la publicación del instructivo, el chileno Cristián Valenzuela, no vidente, ganaba la presea de oro en los 5000 metros, en los juegos paralímpicos de Londres 2012.

Sin embargo el instructivo aludido parece haber olvidado lo anterior y permite concluir que en su concepto, la idoneidad, o la capacidad moral o física se evalúan a la luz de cuestiones tan privadas como la sexualidad, o aspectos azarosos como la condición social. Según este criterio castrense, para saber si alguien está moralmente capacitado para representar a Chile en un conflicto bélico o prestar auxilio en una catástrofe o incluso hacer uso de un fúsil de guerra, hace falta conocer la actividad sexual del postulante, saber las oportunidades que tuvieron sus padres de ascender en la escala social o determinar a qué iglesia asiste a rezar.

A todas luces un criterio que no resiste análisis.

El propio Ejército –presionado por el Gobierno y por representantes de algunas las minorías aludidas- dispuso una inmediata investigación y se comprometió a aplicar las medidas disciplinarias correspondientes a fin de sancionar a quienes resulten responsables.

Sin embargo el manto de duda persiste. Qué ocurre en ciertas instituciones, en las que la ciudadanía suele poner su confianza, para que su recepción de lo que ocurre fuera de sus enrejados patios, se aleje tanto de las preocupaciones sociales. Qué tipo de funcionarios son los encargados de redactar y preparar los criterios con que el Ejército diseña sus políticas internas de funcionamiento y operación.

Las dudas salen a borbotones.

La igualdad como un principio esencial de una sociedad democrática moderna no ha calado suficientemente en el Ejército, no ha logrado permear sus filas ni su entendimiento de la sociedad a la cual pertenece. Y sin entrar a especular si otras instituciones padecerán la misma ceguera moral que la sufrida por la institución castrense, parece relevante preguntarnos si acaso hemos sido lo suficientemente vehementes a la hora de manifestar aquellos principios esenciales que definen y caracterizan a una sociedad.

Salir a la calle a marchar, ceder el asiento, educar al menos afortunado, respetar el amor en sus diversas formas, y tantos otros actos que practicamos en la cotidianeidad no son simplemente uno más de nuestro diario vivir, sino manifestaciones de las más profundas convicciones morales, que nos permiten alcanzar cada día un poco más de respeto por el otro y respeto por uno mismo.

Hace falta entonces que no quepan dudas; hace falta demostrar una y otra vez que esta cuestión no se juega sencillamente en los salones grandilocuentes del Congreso para aprobar una ley que lo diga. Esta cuestión se juega en cada momento, y es ahí donde cada uno de nosotros, ciudadanos de a pie, debemos cuidar de darle cabida a nuestra convicción moral.

Porque instructivos más instructivos menos, si cada uno de nosotros no es capaz de en su propio horizonte manifestar sus convicciones, menos aún será posible permear instituciones como el Ejército, cuya sensibilidad no es precisamente una virtud que podamos destacar.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *