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Anoche me soñé de vuelta en mi Nicaragüita de los volcanes y de la estirpe de mi madre. Pequeño pedazo de tierra que teje mis raíces de negra.  Enredadas las mil fragancias en mí pelo, me estiro, gata parda, en busca del sol.

Mi abuela, mulata, lánguida de azul y exuberancia, deja caer las palabras de a una formando charcos en los que beben en silencio las iguanas. En ellos suspira el cielo y observa su abismo desde las alturas, después se peina, después se despide de mi vieja para ir, raudo, a construir huracanes.

Yo me siento a sus pies, la escucho, oigo sus historias viejas de esclavos negros, de héroes libertarios, de recetas milenarias para cocinar, sabroso, los frijoles. Sus relatos tenebrosos de aparecidos en los campos. Juego con su sombrero echando en él, semillas de café oloroso.

Desde adentro de los volcanes Momotombo, Momotombito, en la furia roja de la tarde, desfilan los indios altivos con penachos antiguos. Los Sandinos cabalgan sobre caballos negros con viejas y nuevas banderas. Ellos mismos flameando al viento. Ejércitos de mujeres indómitas, tiranos siempre renovados, se suceden unos tras otros. Desfila la vida y la muerte como si ellas fueran una sola, mientras el pueblo de esas lejanas tierras danza, celebra las buenas cosechas, los buenos partos. Siempre celebra a pesar de lo que trae el viento del norte como si estar vivo fuera un buen punto de inicio. De allá soy.

Por eso algunas tardes sombrías, algunas tardes como esta, me desconozco en esta geografía de chilenas y chilenos tan desesperados por ser algo distinto a lo que son. Tan apurados por parecerse a la gente rubia, a la gente que domina tecnologías, a las que tienen tetas redondas y grandes, piernas largas, culos duros y parados, a los que mueven las caderas con soltura, a los que dominan el mundo de la forma y los números, a los habitantes del diseño que otea el horizonte alemán, francés, inglés, japonés, a ellos y ellas, a los otros. Tan tristes de ser cómo somos, tan avergonzados de nuestros rasgos que asoman por todas las rendijas de nuestro cuerpito y creaciones y tratamos, hasta desangrarnos, en vano de ocultar. Que poco nos gustamos, que poco valoramos nuestra esencia primordial. Que poco nos conocemos.

Para nosotros y nosotras, los de la tierra de los duraznos y damascos, estar vivos no es punto de inicio de nada. No importa, importa lo que logremos en el mundo feroz que se ha creado desde la mente febril de los consorcios que barren las delicadas, bellas, dulces, tremendas identidades de los pueblos sabios del planeta. Por eso amaba el teatro de Andrés Pérez. Mostró la belleza y la dulzura de nuestras patas anchas que pisan esta tierra olorosa con su impronta de luz y oscuridad. Por eso amo a los músicos jóvenes actuales que vuelan desde nuestros sones, melodías, armonías, permitiéndonos recordar, en algún momento, quienes somos. La muerte agita sus tules sobre nuestras cabecitas morenazas, sobre nuestro tiqui-ti-qui-ti agónico, sobre nuestras palabras sagradas. Amenaza con el exterminio brutal de nuestra identidad bella y oculta desde la que todos los milagros y grandezas son posibles.

 

Generaciones contemplando el lago (Nicaragua) Fotografía de Mauricio Tolosa

 

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2 Comentarios sobre “Identidad en peligro de exterminio

  1. Que Impresionante capacidad poética….transmitir lo que tantos vemos…y con tanta belleza ..
    Ojalá pudieras desarrollar más ese talento…

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