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Hace unos doce años atrás, exactamente por estas fechas andaba yo tras los apetecidos votos para ser concejal por Temuco. Me levantaba muy temprano para cerciorarme de que mis escasas “palomas” rotativas estuvieran en su sitio, gastaba zapatos recorriendo calles y ese octubre me dejó una leve herida en los nudillos de tanto golpear puertas. También caminé harto por las comunidades mapuches en pos de incorporar en mi propuesta de trabajo sus requerimientos. Aunque no me fue del todo mal, estuve lejos de alcanzar algún lugar en el podio de los ganadores.

A pesar del tiempo transcurrido y del peso que hoy tienen las redes sociales virtuales, da la impresión de que las campañas municipales mantienen el mismo sello. Se vota preferentemente por un candidato que se acerca a nosotros y que se involucra en una promesa de futuro. Más allá de las propuestas y los compromisos ofrecidos, cuando votamos por un concejal esperamos que mantenga esa cercanía que nos ofrece a raudales. Esperamos que siga atento al acontecer de la ciudad, de nuestro barrio, de nuestras calles y que no sea su principal preocupación el aumentar los kilometrajes en múltiples viajes que por lo general no se traducen en ningún beneficio para la gestión edilicia.

Claramente el electorado sabe el rol disminuido que tiene el concejo municipal en relación al sobredimensionado poder alcaldicio, herencia de la reforma municipal de la época dictatorial. Pero al menos esperaría que esos lazos que se crean en la campaña se mantuvieran en el ejercicio del cargo; que a quien le entregamos el voto cumpla su rol de fiscalizador de los recursos; que se dé el tiempo de acompañar las iniciativas ciudadanas que buscan avanzar en una mayor participación en las decisiones de la comuna. Espero que los que lleguen a la meta se deban a sus electores, realicen cuentas públicas de su gestión y hagan a conciencia su trabajo, pues si optimizan sus atribuciones avanzamos en gobernanza ciudadana. Por el contario, si los concejales aceptan un rol pasivo, se sigue ampliando la distancia entre el ciudadano y el poder local, un espacio propicio para las irregularidades y la arbitrariedad.

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