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El ser humano en la cadena evolutiva no tiene competencia. Lo inventivo y creativo combinado por una capacidad intuitiva y emocional, nos otorga una inigualada posición de generación de mundos dentro del hábitat natural y físico. Lo abstracto pervive sobre lo concreto, lo virtual sobre lo real. No hemos atendido a esa pregunta de la contradicción del conocimiento, en tanto, respondernos si la realidad es “lo que es” o “lo que parece ser”, para embarcarnos a un proceso de invención de realidades paralelas.

El humano, encontrándose en su proceso de evolución social desde el cazador-recolector hacia el agricultor, visitaba las cavernas – ese reconocimiento de volver al útero maternal – para pintar lo que veía, crear relatos, dejar testimonio. Tempranamente creía en fantasías, misterios y mística, que buscaba hacer trascender lo transitorio, lo humano finito, para volverlo inmortal e infinito. Ninguna especie animal ha logrado aquello, y ahí recae la grandeza humana.

No obstante, el espiral de pobreza espiritual demostrado en la tendencia de conceptuar el sentido de la trascendencia a través de objetos que son desechables, como asimismo un creciente olvido de la Historia, además de muchos otros que en otros artículo he escrito, vienen a colocarnos en sentido de alerta, que nuestro “Yo concreto” ha comenzado a prevalecer. Qué lejos estamos de ese Sócrates, según Platón, que reflexiona: “nadie sabe que ni siquiera si la muerte es para el hombre el mayor de todos los bienes, y, no obstante, la temen como si tuvieran la certeza que sea el mayor de todos los males”. De ahí, que esa máxima de “vivir el momento” se ha vuelto el reino ontológico de los relativistas, que pierden total noción del tiempo, como el espacio de la realización potencial del alma, que se reinicia con la muerte.

Interesante es plantear que lo que vivimos hoy es una barbarie. ¡La soñada civilización tan lejos que está! Parece la isla lejana de Utopía. No existe la paz, menos la abundancia, y los sueños y esperanzas son presas de los medios materiales, en una especie de colectivismo del fracaso, provocando que el humano se reafirme en la levedad de su ser. Nos perdemos en nuestro propio espiral constructivo, como un desvío permanente de la esencia trascendental, el “Yo cósmico”, es decir ese correspondiente reconocimiento que nuestro origen proviene desde las estrellas, el espacio no conocido, constatando que “nuestro ser” es más allá de esta realidad, virtual o concreta que podemos constatar.

Nagarjuna, en sus “Versos sobre los fundamentos del camino medio”, nos devela el misterio: “La entidad no existe sin generación y destrucción, y la generación y la destrucción no existen sin entidad”. Parece que nos hable del big bang y de la esencia vital humana, hace casi 2000 años atrás. Pero profundamente, se refiere este maestro Budista a que el Ser se regenera en un constante continuo, multiplicándose a sí mismo para disgregarse en la entidad humana. Todos somos Uno, y en la multiplicidad nos encontramos a nosotros mismos.

Por otro lado, el camino del “Yo cósmico” nos invita a adentrarnos hacia el alma y avanzar con y a través de ella, para lograr la armonización con el Universo, la cuna de la energía y la materia. Aquello, implica depurar los instintos – ese resabio simiesco – e incluso la razón, para colocar mayor atención a nuestros sueños, la intuición, el legado de los ancestros, la emotividad y el rol que juega la comunidad en el individuo. Ergo, nos invita a ampliar nuestras fronteras mentales, abrir las posibilidades de la realidad, incorporando mayores factores para descubrir nuestra vida. Camino hacia la totalidad desde la individualidad del ser. No por nada, cientos de maestros espirituales han afirmado que la realización lumínica – o el Reino de Dios – está en nosotros mismos, en nuestro fondo interior, no necesariamente en la existencia de lo externo.

En este artículo he afirmado dos cosas. Primero que el “Yo cósmico” se refiere hacia nuestra conexión originaria con el Universo, y segundo, que el camino cósmico es mirar hacia dentro y desde ahí realizarnos como humanos. ¿Paradoja? Todo lo contrario. Más bien, es un reconocer que generar la apertura de la frontera mental es constatar que nuestro ser interior es componente del mundo de las estrellas y las galaxias, como también el mundo desconocido del espacio, tiene respuestas desde el pequeño mundo atómico de nuestras células.

Solo nos falta abrirnos y mirar.

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4 Comentarios sobre “Yo cósmico: avanzar desde adentro

  1. Concuerdo con tus palabras. Creo que uno de los grandes problemas actuales es que existe un sistema que incentiva todo lo contrario. El criterio capitalista y materialistas al ser llevados a sus extremos y despojados de toda ética tienden a hacer una alabanza a lo superficial, al lujo, al dinero, al placer material, haciendo que el ser humano se olvide de sí mismo y de su origen.
    ¿Qué podemos hacer para solucionar esto? Algunos dicen que bastará con cambiar el interior de cada individuo y así el sistema cambiará por sí solo al estar éste compuesto por los individuos, pero dudo que sea así cuando el sistema influye fuertemente en los individuos ¿Entonces qué haremos? ¿Una revolución? tal vez eso haga falta, pero creo que deberá ser una revolución nueva, no como las de antes que se hacían con armas de metal, sino que deben surgir nuevas armas, armas que nos ayuden a recuperar los sueños y sobre todo el sentido de empatía o ética, tan perdido en nuestros tiempos.

  2. “Aquello, implica depurar los instintos – ese resabio simiesco – e incluso la razón, para colocar mayor atención a nuestros sueños, la intuición, el legado de los ancestros, la emotividad y el rol que juega la comunidad en el individuo”.

    La intuición es el conocimiento; el verdadero conocimiento. Nuestro cuerpo es el continente, el universo todo es su contenido.

    Enhorabuena he vuelto a inspirarme bajo tus palabras.

    Un abrazo fraterno.

  3. Es un instinto natural tenerle miedo a lo desconocido, existe en todo tipo de animales, incluido el ser humano como tal. La razón bastante simple, no se conoce el comportamiento ni consecuencias de tratar con lo que no se ha tratado. El conocimiento no descubierto es el mayor de los temores. El más grande porque es, según mi parecer, lo único que podemos asegurar que sí existe. Saber si se vive, si se disfruta, si se siente, si se es real, es todavía un misterio imposible de descifrar.Adentrarse en tales interrogantes implica tener un gran valor interior. Significa estar dispuesto a encontrar respuestas impensadas, estar preparado para sentirse equivocado gran parte de la vida, arriesgar darse cuenta que uno mismo se ha generado una mentira durante años, y lo que es peor, estar consciente que se puede estar muchas décadas buscando la realidad sin encontrarla, y tener presente que posiblemente no se alcanzará.
    Qué decepción más grande que la anterior. No culpo a los que no desean adentrarse en tales problemáticas y vivir el día a día lo mejor posible, ellos son los que tienen más presente la máxima limitante humana, el tiempo (ahí discrepo de tu reflexión). Mientras los demás, los que abandonan su vida “real” dudando de su existencia, e indagando en la “verdadera realidad” son los que no tienen presente el paso del tiempo, lo abandonan y rechazan su presencia. Entre ellos mismos, los que no logran obtener respuestas, son los que terminan relacionando todo lo que desconocen y respondiendo sus incógnitas en base a ello. Es así como se relaciona la vida eterna con los cielos, desconocido por completo hace algunos años atrás, o que los comportamientos provienen de estrellas o plantas, o finalmente cualquier cosa que históricamente se desconozca. Tenemos entonces que cada persona es un universo, y ahí tienes completa razón, lo somos todo y lo somos nada a la vez. Nos sentimos (o por lo menos yo) hormigas en un mundo de gigantes donde los gigantes han sido creados por nosotros mismos. Si existen más universos o no realmente no tiene influencia, depende del gusto de cada ser. Por tanto, la existencia de Dios es si pensamos que somos nosotros el ente que crea el propio universo, o somos los que creamos al Dios que armó nuestro espacio.
    Muchos temas abarqué en poco espacio (pese a ser un texto bastante extenso), en el tema calza todo.
    Le envío mis más fraternales saludos, Alberto Fuentes, sin duda alguna de sus reflexiones he logrado acercarme (y alejarme) cada vez más de mi realidad.

  4. Como siempre,excelente articulo,y concuerdo con esto; Dios – está en nosotros mismos, en nuestro fondo interior, no necesariamente en la existencia de lo externo.Aún así creo firmemente que Dios es el creador del Universo,y allí partiremos para convertirnos en polvo Cósmico.

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