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Cuando vivíamos  la intensidad de fin de década en los 80 no habríamos imaginado que una serie sobre aquella época pudiese terminar con la cara de pena y decepción de Ana y Juan , pareja protagónica de la serie Los 80 , reflejo fiel de la frustración que sentiríamos 20 años más tarde .

No, al contrario. En esos días estábamos contagiados de un optimismo tal que la energía brotaba por todos los poros, literalmente. Nunca bailé y transpiré como entonces, en aquellas fiestas de salsa organizadas por retornados que habían pasado su exilio en algún país caribeño y de las cuales uno se enteraba por datos que se traspasaban personalmente o en las movidas nocturnas de algunos bares de moda como el Jaque Mate, El Cuervo,  Prosit .

Eran fiestas interminables que se hacían en lugares que iban rotando de acuerdo a la densidad de la concurrencia. Fiestas donde nos amábamos tanto, conversando sobre la nada y el todo, bailando, tomando cerveza y riéndonos a carcajadas; creyendo que con ello exorcizábamos de una vez  y para siempre tanta muerte, desencuentro y lejanía.

La risa de Pinki era como una especie de contraseña; estruendosa como una ráfaga no pasaba inadvertida. Pinki , la que nunca olvidó su acento medio andaluz, la que con sus acerados comentarios y modismos españoles nos hacía sentir copartícipes de un destape que nunca llegó a Chile del mismo modo que en la “madrepatria”.

En esas fiestas masivas de reencuentro, sin local propio ni militancia definida y tampoco pretensiones intelectuales –distintas a las del Trolley , del  Garage Matucana e incluso las Spandex, organizadas por Andrés Pérez- Alvaro Hoppe perdió su equipo fotográfico incautamente guardado bajo una mesa. Allí también se fraguaron romances tan efímeros como la espuma de la cerveza que bebíamos profusamente y que se evaporaba  al transcurrir la noche en medio del dancing.

Para ser sincera si tuviera que hacer un recuento personal hubo otras fiestas memorables en esta década. La celebración del primer aniversario de la Revolución Sandinista en un estadio de fútbol, en 1980, con cientos de delegados afrodescendientes de la Costa Atlántica meneando las caderas al grito de “Sandino vive”, por ejemplo. Y otras menos oficiales, en tabernas donde confluían los güeros – casi siempre corresponsales extranjeros- con los nicas – casi siempre excombatientes- donde se escuchaban cuentos de sucesos épicos a veces ciertos, a veces fabulados. Entonces era una chica fácilmente confundible con las muchachitas de la universidad que partían comprometida y alegremente a alfabetizar campesinos. Una vez acompañé a un  grupo a Masaya  y recuerdo  a un hombre de piel cuarteada que me explicó su sorpresa cuando pudo descifrar lo que decían los diarios que empapelaban la pieza donde dormía; me lo dijo emocionado, mientras  compartíamos una cajeta, nuestro clásico manjar blanco en versión de leche de cabra.

Y luego estuvieron los “recreos” en la revista APSi, donde pude dar rienda suelta al desparpajo y la ironía, junto con mis colegas recién egresados de la Universidad Católica quienes se resistían a entender las militancias duras y “tanto lloro” por los derechos humanos.

Fue uno de ellos el que consiguió un retrato oficial de Pinochet, con marco y todo, que transformamos en animita no autorizada y pusimos en el hueco de la chimenea de la sala de redacción. A esa foto le fuimos agregando dibujos y pegatinas hasta convertirla en un  engendro tal que un sorprendido periodista nórdico la fotografió para publicar una nota en el periódico más importante de su país.

Pablo y el saxo

En aquel tiempo, avanzada ya la década, escribíamos a cuatro manos crónicas sobre las protestas contra la dictadura con Pablo Azócar. Pablo llevó su saxo a la oficina y tocaba para relajarnos y relajarse en medio de amenazas telefónicas nocturnas (a las cuales el nochero contestaba impasible : “No se ná yo. Llame mañana mejor”) que arreciaron después del vil secuestro y asesinato de José Carrasco, editor internacional de la revista Análisis y dirigente del Colegio de Periodistas.

Pepone era un antiguo dirigente del  MIR y aun recuerdo una lección para sobrevivir en la calle mientras reporteábamos protestas: piernas firmemente asentadas en el suelo, brazos abiertos a los costados y cara de ¿qué te pasa conchetumadre?.

Los años 80, digo siempre, no fueron una década sino varias. Al comienzo contábamos cada día que ganábamos a la muerte. Después fuimos elaborando estrategias de sobrevivencia y adquiriendo tácticas cada vez más simples para enfrentar el miedo y la locura (la risa fue remedio infalible). Del exilio pasamos a la relegación y de la relegación al desexilio y al insilio. Los que iban llegando traían aires nuevos, música  prohibida y colores a nuestras grises vestimentas. Los que iban y venían  y los que podíamos viajar fuimos o guardando miguitas de cariño para no perdernos en el camino de regreso.

A mediados de década  irrumpió el rock argentino con Soda Stereo y Charly García en las antípodas y más tarde  la salsa, el ballenato, el danzón, renovando el aire con una sensualidad recién parida.

El gran concierto

La culminación fue  el concierto “Human Rights Now! Tour”  celebrado en Mendoza por decisión de Amnesty Internacional en respuesta a la prohibición de Pinochet a que la gira por los derechos humanos terminara en Chile  Era “la” oportunidad para ver y escuchar en vivo a grandes músicos como Peter Gabriel, Sting, Bruce Springsteen, Tracy Chapman, Yossou N’Dour; y también a artistas argentinos con  los IntiIllimani, como invitados especiales.

El concierto fue fijado para el 14 de octubre, diez días después del plebiscito. La diáspora comenzó de madrugada; miles salimos de Santiago, en autos, buses, motonetas, taxis, dispuestos a pasar por Uspallata, o sea el umbral de Mendoza,  antes de mediodía para conseguir buena ubicación en el estadio. Pero ya en la cuesta de  Caracoles nos percatamos de que el taco llegaba casi hasta Los Andes y los que usábamos el transporte colectivo nos sentimos, por una vez, privilegiados frente a las filas interminables de autos particulares que esperaban pasar la Aduana.

Entre los diez mil chilenos que llegaron al estadio mendocino parecía imposible encontrarse con conocidos; pero ahí estaban: el vecino de La Reina- impecable ejecutivo en Santiago transformado en hippie de postal de Woodstock-; los amigos del diario La Epoca y hasta una ex compañera de colegio de Concepción. Habíamos ganado el plebiscito, habíamos sobrevivido a la dictadura y podíamos celebrar, por fin, cantando a todo pulmón; deshidratados por el calor, embriagados por la energía de Bruce Springteen y, sobretodo, sintiendo que ahora sí comenzaba una nueva época.

Fue una fiesta con algo de la celebración preconizada por Benedetti en “El cumpleaños de Juan Angel”: con lágrimas congeladas, pero sin llantos empedernidos.

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4 Comentarios sobre “Los 80: También el sol

  1. Muchas gracias por tu comentario. Tenemos tantas historias no contadas,fragmentos de vida gozosos que fueron entrelazándose con aquellos otros episodios de terror. Puse aquello del sol recordando una canción de Pablo Milanés que decía:”También el sol también el sol amado
    y como todos los que amamos, sonriente
    puede llevar la luz sobre la frente
    pero lleva la muerte en el costado”. En el contrasentido de la muerte se albergaba la vida y eso es lo que me interesa rescatar.

  2. Excelente, buen trabajo, recaptura en su totalidad esa época, este artículo me transporta hacia esos tiempos, aunque no son los mios, los siento mios. Gracias por escribir acerca de nuestra historia.

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