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Una nueva deidad liberó el espíritu del libro y le infundió la omnipresencia. Internet y sus tecnologías digitales hicieron el milagro. Basta con que el texto del libro se publique una vez en la red para que sea accesible a todo el mundo. Este es uno de esos grandes cambios de nuestra época, al que asistimos casi sin percibirlo. La información de los libros, periódicos y folletos va cediendo paso a los diálogos que facilita la red, donde llegamos con una pregunta y nos llueven las respuestas. Los nuevos cambios reclaman nuestro análisis porque crean nuevas formas de vivir y de relacionarnos, sustituyendo tradiciones, creando nuevas oportunidades y también amenazas en nuestras ocupaciones.

El poder de los diálogos en la red va dejando atrás las dictaduras de las grandes empresas y las inapelables decisiones de las editoriales que por tanto tiempo venían decidiendo lo que debíamos leer según sus juicios, generalmente motivados por intereses económicos. El libro impreso no desaparecerá pero toma nuevos rumbos, así como la publicidad, que en medio de la crisis causada por los avances de las nuevas tecnologías, unida a los monopolios editoriales apela al amor por la palabra impresa, pero ya el trajinado sentido del amor resbala relacionado al desacreditado consumo del papel.

Los monopolios editoriales y los críticos literarios parcializados empiezan a ser sustituidos con la posibilidad de expresión para todos y los diálogos en las redes, donde toma sentido la definición de que “bello es lo que visto agrada”, sin tener que contar con los parcializados jueces del sentido de la estética.

Nuevas reglas rigen nuestra época. Jeff Jarvis en su libro “Y Google ¿cómo lo haría?”, dice que cualquier persona puede hacerse escuchar en el mundo e impactar con su opinión las instituciones tradicionalmente rígidas. Todos podemos crear nuevas fuerzas unidos en contra o a favor de algo, con la sola intervención de las nuevas tecnologías. El mercado de masas que buscan los editores monopolistas empieza a esfumarse. Los mercados empiezan a ser conversaciones, como lo expresaba el “Manifiesto Cluetrain” y cualquier tipo de producción tiene que contar con los consumidores. La propiedad intelectual es relevada por la apertura al público como clave de éxitos artísticos, literarios y comerciales.

El libro nació para la cultura occidental con la imprenta en el siglo XV, para alcanzar su período creciente en el siglo XVIII, e inicia su menguante en nuestro siglo XXI. André Schiffrin, un editor estadounidense, autor del  libro “El dinero y las palabras”, en un artículo publicado por ABC.es Cultura, el 8 de abril de 2011, dice que la palabra impresa empezó a perder valor cuando el viejo oficio de editor artesanal se convirtió en un negocio y se aplicaron las tesis extremas del capitalismo. Comenta que en tiempos anteriores el modelo editorial trabajaba con una rentabilidad entre el dos y el tres por ciento, pero que después se convirtieron los editores literarios en profesionales del marketing y la contabilidad. Así  la rentabilidad empezó a situarse entre el diez y el quince por ciento, lo que resintió la calidad haciendo desaparecer del mercado las ideas no rentables. Argumenta Schiffrin que este procedimiento excluye la publicación de grandes obras como podría haber ocurrido con el primer libro que se publicó de Kafka, del cual sólo se vendieron ochocientos ejemplares, o con el primero publicado de Beckett, del cual apenas se vendieron tres ejemplares. Así funciona la política mercantilista de los editores. Concluye Schiffrin que a pesar de la nueva realidad, están naciendo muchas editoriales pequeñas, creadas por jóvenes, algunos de los cuales ni se ganan un sueldo, pero cuyos libros son en muchas ocasiones los mejores y logran su éxito sin contar con el riesgo del mercado.

No es necesario ser un profeta para comprender que los libros de papel seguirán existiendo, pero irán perdiendo importancia hasta ocupar un nivel secundario en el nuevo mundo de la información y las comunicaciones. Aunque los pequeños editores pueden encontrar alguna buena posición en suplir mercados de pequeñas demandas y en producir libros innovadores, cuya presentación en sí cree valor agregado por sus imágenes y diseños que los conviertan en obras de arte o diferentes, simplemente por innovaciones que el público reconozca.

Todo el inventario de libros producido deberá compartir la oferta con los libros electrónicos, supliendo gustos y necesidades cada vez más específicos de los consumidores. Será necesario poner a disposición de los usuarios una gran masa de contenidos en un extenso mercado global, donde los consumidores a través de Internet puedan establecer la diferencia de valor agregado en cada libro que se le ofrezca.

La autoedición, la microedición y las nuevas herramientas de Internet están desplazando a las tradicionales posiciones de autores, de representantes, de editores, de críticos, de impresores, de distribuidores, de libreros y de los mismos consumidores, todos los cuales deberán elegir una nueva forma de actuación acorde a las grandes innovaciones tecnológicas en esta transición al espíritu de libro. El contenido digital de libro electrónico podrá ser transformado a voluntad del consumidor según las opciones cada vez más variadas que ofrezcan los lectores digitales, las diferentes tabletas, los computadoras, los teléfonos inteligentes y otras formas de hardware.

Lo que hoy se requiere son nuevas organizaciones dedicadas a proyectos globales sostenidos e inspirados en las posibilidades desarrolladas por los motores de búsquedas de Internet; por los grandes fabricantes de hardware con sus constantes innovaciones, y por los mercados que generan las poderosas tiendas de comercio online. Así se deberá poner a disposición del cliente un extenso inventario de contenidos, atendiendo a todas las necesidades y requerimientos individuales.

En la red no existen los libros físicos pero sí el espíritu del libro, las representaciones o instancias digitales generadas a partir de metadatos aportados que los editores deberán aprender a desmaterializar en su proceso de producción y flujo de trabajo, para lo cual deberán incorporar herramientas de gestión digital de contenidos. Los mercados ya han dejado de ubicarse en un sitio geográfico para ocupar el mismo espacio intangible de las comunicaciones informáticas, lo que hace que la publicidad, promoción y venta de libros sea un proceso de descubrimiento, recomendación, comparación y decisión de los mismos usuarios, a través del intercambio de opiniones en las redes.

Todas las nuevas posibilidades de ofertas se convierten en precios más bajos, mayores posibilidades de acceso a la cultura para todos y un despojo de los monopolios editoriales. Desafortunadamente también se involucran los derechos de propiedad que estimulan la creatividad de los autores, para lo cual deberá haber otro tipo de estímulo como subsidios y premios de entidades sin ánimo de lucro.

Vivimos un proceso de cambio ventajoso para la cultura de nuestra civilización global, en el cual debemos establecer posiciones y obrar en consecuencia. Las nuevas tecnologías ofrecen la posibilidad de la más extensa difusión y nos permiten hacer de la omnipresencia del espíritu del libro una verdadera comunión de humanidad.

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