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“Los conceptos liberales se mueven entre la ética (intelectualidad) y la economía (comercio). A partir de esta polaridad intentan aniquilar lo político como el dominio de la conquista del poder y la represión” Carl Schmitt.

El pluralismo entendido de manera amplia son las distintas concepciones que existen en una sociedad democrática sobre lo que es el bien, y el problema entonces es cómo organizar todas esas visiones. La derecha ni tonta ni perezosa, ha entendido el liberalismo político como un espacio neutral ajeno al debate, y a la problemática moral. Así, al igual que Rawls señala que “los principios neutrales son principios que podemos justificar sin recurrir a las visiones controvertidas de la vida buena con las que estamos comprometidos”. Esta neutralidad, tan bien lograda por la Comisión Ortúzar, logró elaborar una lista de derechos, principios y disposiciones institucionales que son inexpugnables, creando la base del consenso moral. Han dejado de lado controvertidas cuestiones religiosas, filosóficas y metafísicas para limitarse a un entendimiento estricto del  liberalismo político, así entonces, han dejado un marco bien delimitado con las reglas de un juego en el cual no todos tienen cabida.

La derecha con esto, exige que toda discusión se dé dentro del espacio de lo que entendemos como “vida buena” para así entonces no cambiar nada relevante. Su éxito hasta hoy en día se ha basado en que han establecido las condiciones del diálogo de la vida buena, llevando la moral al campo de la neutralidad. Si examinamos el argumento más de cerca, podemos advertir que lo que busca la derecha no es más que relegar el pluralismo a la esfera privada de la persona para asegurar el consenso en la esfera pública, negando entonces, el debate. Lo que yo trataré de demostrar en la conclusión es que esta intención no puede tener un buen resultado.

Concebir la política como un proceso racional (entendiendo que tenemos consenso en el disenso de principios y valores) de negociación entre individuos es destruir lo político y es confundir plenamente su naturaleza, lo que es sin duda, negar la pasión humana. La pretensión liberal de que un consenso racional universal podría ser alcanzado a través de un dialogo exento de “política”, y de que la libre razón pública podría garantizar la imparcialidad del Estado, sólo es posible al precio de negar el irreductible elemento del antagonismo presente en las relaciones sociales, lo cual puede generar consecuencias desastrosas para la defensa de las instituciones democráticas. Negar lo político no lo hace desaparecer, sólo puede conducirnos a la perplejidad cuando nos enfrentamos a sus manifestaciones y a la impotencia cuando queramos tratar con ellas (que más claro que la ineptitud para tratar el tema educacional, ¿no?).

La política sin duda debe “domesticar” lo político, pero jamás puede existir lo que se ha buscado hacer, que es tener un consenso racional completamente inclusivo. La política necesita de lo político cuando esta está construida en parejas, en dos polos opuestos resultantes de una diferenciación de identidad, esto es así porque no hay identidad que se autoconstituya y que no se construya como diferente del resto, por lo que tratar de negar esto es buscar reprimir las pasiones humanas, cosa que a mi juicio no es sano. La derecha no ha sido ingenua en esto, y para justificarse ha dado la explicación de que cuando excluyen un debate o un punto de vista no es más que por el simple ejercicio de la razón sobre la cual ya tenemos consenso, porque como ya mencioné, la comisión Ortúzar nos dejó el marco de lo “bueno”, y si no está en el marco, no es racional discutirlo. En pocas palabras, el liberalismo político niega ampliar el diálogo racional a quienes no aceptan sus “reglas del juego”. Debemos darnos cuenta que la pretensión de neutralidad sirve para mantener las normas establecidas bajo la apariencia del discurso público. Para volver a darle valor al pluralismo y al debate, debemos abandonar la ilusión mistificadora de un diálogo libre de coerción. Al fin y al cabo, los que defienden a raja tabla el liberalismo político, caen en el mismo error que se le imputa al totalitarismo, es decir, el rechazo de la incertidumbre democrática y la identificación de lo universal con un particular específico. Toda pretensión de ocupar el lugar de lo universal, de fijar su significado final a través de la racionalidad debe ser rechazada, el contenido de lo universal debe permanecer indeterminado, porque esta indeterminación es la condición de existencia de la política democrática.

Las cuestiones conflictivas no pueden ser confinadas a la esfera de lo privado y es una ilusión creer que es posible crear una esfera pública de argumentación racional no excluyente donde se podría alcanzar un consenso no coercitivo. En lugar de intentar hacer desaparecer las huellas del poder y la exclusión, la política democrática requiere ponerlas en primer plano, para hacerlas visibles, de modo que puedan entrar en el terreno de la controversia y del debate. Si podemos crear instituciones que han sido establecidas una vez que el espectro del diálogo se ha ampliado y que por lo tanto generan identificación con las personas, estamos en terreno fértil entonces de generar una política con pluralidad de valores.

La política requiere decisión y, a pesar de la imposibilidad de encontrar un fundamento final, cualquier tipo de régimen político consiste en el establecimiento de una jerarquía de valores políticos. Un régimen democrático liberal que promueva el pluralismo no puede poner todos los valores a un mismo nivel, dado que su misma existencia como forma política de sociedad requiere un ordenamiento específico de valores que imposibilita un pluralismo total (así no me acusan de ingenuo), esta escala de valores se da siempre en la estructura binaria de construcción de identidades colectivas, por supuesto.  Así entonces, una idea basada en la ampliación del espectro político para darle paso al pluralismo, debiera ser el punto de partida una nueva forma de interacción social. En lugar de protegernos de la violencia y de la hostilidad inherente a las relaciones sociales, debemos buscar la formar en que estas condiciones agresivas puedan quedar dentro del margen de la democracia, y así movilizar las pasiones humanas al centro del debate, que es donde nuestra política no da el ancho.

Este texto es parte de la reflexión iniciada con “A la  búsqueda del enemigo político”.

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