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El caso del Peronismo en Argentina.

Hace algunos años atrás, conversando en una amplia mesa al finalizar un Curso internacional realizado en la CEPAL, nos encontrábamos representantes de casi todos los países latinoamericanos. Era cerca del Vº Centenario de la llegada de Colón a América. La cuestión que debatíamos era el aporte de nuestro continente a la humanidad. Las exposiciones eran variopintas. Concluíamos que gracias a las papas y los tomates, gran parte de los europeos no habían muerto de hambre, que el café y el chocolate también eran una contribución importante. Cuando llegamos al punto de las ideas y la cultura, la discusión fue un poco más lenta. Nos costó identificar aportes significativos de los latinoamericanos  al avance científico, político, social y cultural. Alguien nos iluminó con su reflexión sobre  la valiosa conformación sincrética de una sociedad mestiza católica-indígena, que reescribió el cristianismo, pero hubo debates  que no llegaron a sintetizarse en una conclusión representativa. También se señaló el realismo mágico y el boom latinoamericano como una contribución a la literatura, aunque no faltó quien indicó que esos escritores no eran sino que  copistas de Faulkner. Otro participante señaló el aporte de los marxistas latinoamericanos al debate sobre comunismo, socialismo y americanismo en Mariátegui y Haya de La Torre, liberación, las teorías foquistas del Che, hasta terminar en la Cuarta Espada del marxismo del Presidente Gonzalo y ahí sí que nadie fue capaz de encontrarlo un aporte.

Finalmente, alguien dijo que los aportes definitivos de América Latina a la humanidad eran el bolero y los Caudillos Populistas. Después de una larga discusión, la mayoría de los asistentes coincidieron que efectivamente, estas dos instituciones eran características distintivas de nuestra identidad y como tales merecían ser estudiados.

Fuimos viendo  el carácter cíclico y mesiánico de los caudillos populistas y cómo habían permitido romper las inercias de las oligarquías en nuestros países. Fuimos recorriendo nuestra geografía política y encontramos a Getulio Vargas y Lula en Brasil, Lázaro Cárdenas en México, Ospina en Colombia, Chávez en Venezuela, Correa en Ecuador, Alessandri e Ibáñez del Campo en Chile.

A partir de esa dicha reflexión, es necesario analizar uno de los fenómenos de populismo más importante y que ha condicionado la historia argentina por casi un siglo: el peronismo.

El peronismo es un movimiento de difícil explicación. Son tantas sus contradicciones internas y su desenvolvimiento como movimiento popular es tan complejo y supone tantos cambios que confunde y abruma, pero no obstante ello mantiene una permanente actualidad y presencia. Hoy no se puede entender la realidad argentina sin tener presente el peronismo, o justicialismo, su nombre político.

El peronismo corresponde a la definición de populismo más adecuada que se ha logrado construir. Guy Hermet en “El populismo como concepto” (Revista de Ciencia Política nº 001, 2003). Ahí se señala que el populismo se define por la temporalidad anti-política de su respuesta presuntamente instantánea frente a problemas o aspiraciones que ninguna acción gubernamental tiene en realidad la facultad de resolver o de colmar de manera súbita. Efectivamente, el peronismo, en sus variadas encarnaciones históricas (representadas por el propio Perón, así como por Cámpora, Menem y el matrimonio Kirchner), se ha caracterizado por tratar de responder a los problemas económicos, políticos y sociales de Argentina  con un discurso que no se ajusta a la realidad, construido muchas veces por puro voluntarismo o por declaraciones de una vaguedad  tan amplia que no permita establecer posibilidad alguna de controlar su concreción.

El Peronismo corresponde a una construcción ideada desde una facción nacionalista del Ejército, con claras e indesmentidas influencias del fascismo italiano, del cual Perón se sentía profundamente atraído y que conoció personalmente cuando le correspondió desempeñarse en la Embajada argentina en Roma en pleno apogeo del Duce. Es tan evidente su cercanía y simpatía por el fascismo, que luego de su derrocamiento en 1955, su largo exilio lo vivió en la España de Franco, donde se sentía muy cómodo y cercano con el dictador.

El mérito del peronismo fue su cooptación de la dirigencia sindical, que se constituyó en la base sobre la cual construyó su red de influencia y poder, que se  ha mantenido casi inalterable hasta hoy. Su relación de paternalismo y su efectivo liderazgo sobre una parte significativa del pujante proletariado obrero de Buenos Aires, Córdova y Rosario, eliminando la posibilidad que estos sectores empatizaran con el socialismo.

En este sentido, el peronismo ha tenido un discurso anti capitalista, pro trabajador, pero curiosamente es profundamente anti marxista en su práctica concreta. Aquí aplica otras de las características del peronismo que encuadra muy bien lo que plantea Hermet cuando señala que es la multiplicidad y flexibilidad de sus registros de interpelación al pueblo y de sus actitudes frente al Estado que el populismo saca una ventaja comparativa frente a otros estilos políticos, tanto como el odio que despierta. Es muy difícil contradecir al peronismo, pues tiene múltiples caras y facetas, es una verdadera ameba, que muta permanentemente, que logra adecuarse a nuevas realidades. A veces los mismos personajes se reinventan varias veces para lograr mantener su espacio. Ahí tenemos a Néstor Kirchner, nacido al peronismo en las luchas montoneras en los 70, gobernador de Santa Cruz bajo el menemismo, candidato contra Menem y apoyado por Duhalde y luego su principal opositor hasta convertirse en profeta del neo progresismo latinoamericanista.

El peronismo convoca a muchos jóvenes, trabajadores asalariados, una fracción de la clase media provinciana y a los amplios conglomerados que  forman el conurbano bonaerense. Allí es fuerte el peronismo, con Intendentes y punteros que realizan un asistencialismo brutal y efectivo, en la mejor tradición clientelista latinoamericana. De aquí saca la tropa de combate el peronismo en su control de las calles y del activismo. Fueron estos quienes el 2001 provocaron con los saqueos a supermercados y el copamiento de la Plaza de Mayo quienes provocaron la caída del Presidente radical De la Rúa. Algo parecido, aunque en menor escala, sucedió en diciembre de 2012, dirigido por un sector del peronismo esta vez en contra de Cristina Fernández Kirchner.

La Ciudad de Buenos Aires es un territorio hostil al peronismo. Lo ha sido desde siempre, y se acrecienta de tanto en tanto. La clase media ilustrada porteña desprecia al peronista “grasa” y populista.

El peronismo es un movimiento de tan amplia convocatoria, que en la década de los 70 incubó en su senos dos sectores que fueron parte esencial de la tragedia que terminó en la dictadura iniciada en 1976: los Montoneros y la Triple A.

Los montoneros era básicamente la juventud peronista que se radicalizó luego de la Revolución Cubana y la prédica liberadora de  curas progresistas en el Gran Buenos Aires. Estos montoneros lograron una amplia convocatoria en la juventud argentina y su reivindicación era el regreso del General Perón pero la implantación de un régimen socialista, que suponían que el caudillo apoyaría.

Al otro extremo se encontraba la dirigencia sindical (los Gordos) y los sectores del denominado verticalismo que eran los custodios formales del General Perón. Eran fuertes en la Confederación General de Trabajadores y otros organismos de control territorial y funcional, y dieron su apoyo a la creación de la Triple A (la Acción Anticomunista Argentina). Quién la creo fue López Rega, un oscuro personaje que ofició de Secretario personal de Perón y luego Ministro de Bienestar Social de la viuda del General –María Estela Martínez-.

Mientras los Montoneros  ajusticiaban dirigentes sindicales peronistas (Vandor), golpistas (Aramburu), empresarios (Bosch); la Triple A hacía lo mismo pero esta vez con  montoneros, dirigentes estudiantiles, curas progresistas (el Padre Mugica), intelectuales. La dificultad de una  convivencia pacífica de dos fuerzas contrapuestas quedo en evidencia con el retorno desde su exilio del viejo líder a Buenos Aires el 20 de junio de 1973, en la llamada Matanza de Ezeiza, cuando ambos sectores se enfrentaron a balazos, resultando más de 500 personas muertas, en su mayoría montoneros, cuando trataban de copar el escenario y fueron repelidos por para militares y sicarios del peronismo vertical de derecha.

El General se movía en apoyos tibios para unos y otros, hasta que se produjo la ruptura el 1 de mayo de 1974 (dramatizada con la expulsión de los Montoneros de una concentración en la Plaza de mayo realizada por el propio Perón) y la lucha se hizo frontal.

Esta historia, sin los niveles de dramatismo de los 70, se repite frecuentemente. Muy pocos logran entender que los principales opositores de los peronistas son otros peronistas. En la actualidad, esos caídos en las luchas fratricidas son héroes para los jóvenes  peronistas (“los soldados del pingüino Kirchner”).

El recorrido por la historia del peronismo da cuenta de su variada interpelación al favor popular: al principio fue el asistencialismo de Evita y su lucha contra la burguesía porteña encarnada en sus “descamisados”, luego fue su lucha contra la exclusión y la proscripción de los 60, su llamado a la justicia social y la democracia social con Cámpora y el propio Perón después de su retorno del exilio, el neoliberalismo duro de Menem en la década de los 90 (que hizo su campaña en su frase por la “revolución productiva”), un  aire reformista y centrista en Duhalde y el progresismo izquierdista y latinoamericanista del matrimonio Kirchner Fernández.

Los peronistas, hay que reconocerlo, han accedido siempre al poder mediante elecciones. Aquí también tenemos que citar a Guy Hermet cuando señala que el populismo no rechaza exactamente el principio de representación querido por la democracia. Lo simplifica, le da una tonalidad emocional, rechazando las mediaciones complicadas. Las elecciones son un trámite, pero el poder se consigue en las calles, con demostraciones masivas, con concentraciones permanentes, con una presencia efectiva en los medios de comunicación social, con una parafernalia ruidosa y reconocible. Aquí los peronistas son esencialmente activistas. La utilización de murgas, cantos repetidos hasta el cansancio, presencia patotera en las calles, y una mística que efectivamente mueve masas para defender, por ejemplo a la Presidenta en sus muy numerosos conflictos (con el campo, el Vicepresidente Cobos, el Gobernador Scioli, los camioneros de Moyano, el Grupo Clarín, etc.).

El peronismo está asociado íntimamente con el ser argentino, pero a su vez, es causa de sus principales males. Bien podría formularse la tesis que Perón es el heredero natural de los grandes caudillos del siglo XIX que conformaron a la Argentina desde los despojos que quedaron luego de la desaparición del Virreinato de La Plata y las guerras intestinas que culminaron con la dictadura de Rozas.

A principios del siglo XX, Argentina tenía los mismos índices económicos y sociales de Australia y bien podría haberse encaminado a ser una nación del primer mundo. Algo trabó e impidió ese derrotero. Una de las causas fue el caudillismo y la imposibilidad de resolver democráticamente los conflictos inherentes al desarrollo social y económico. La clase dirigente fue incapaz de  encaminar Argentina por una senda de progreso y desarrollo inclusivo y entregó las masas obreras  a un populismo asistencialista y manipulador, sin ideología y en consecuencia, sin un proyecto político capaz de generar las modernizaciones necesarias.

La atrofia del sistema político, la debilidad de las instituciones políticas, la pobreza del desarrollo económico se encadenan como resultantes de un populismo que ha copado la totalidad del espacio político, sindical y social argentino. Ya lo han señalado varios estudiosos del sistema político argentino, que establecen que sólo pueden gobernar ese país  los militares y los peronistas. Todos los otros que lo intentan terminan mal.

Mal que les pese a mucho, las ideologías se hacen necesarias, en cuanto permiten fijar posibilidades hacia donde avanzar, en establecer estándares de logros sociales que muevan y dinamicen la acción pública y ordenen las demandas  de la ciudadanía. El populismo es siempre una respuesta posible, pero sin desafío, es avanzar dos pasos, pero sin dirección clara. El Peronismo es eso, una respuesta vacía hacia un futuro que se ignora.

 

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Alguien comentó sobre “El Populismo en Latinoamérica, un signo de nuestra identidad

  1. Gracias por la nota. Bien lo dices,el peronismo es un movimiento de convocatoria amplia y eso se debe a que responde a un espectro de demandas igualmente vasto. Por lo que he conversado con personas que se dedican a este tema, me gustaría agregar que gracias a los gobiernos peronistas de la última década – que quisiera pensar obedecen a un signo distinto- se ha instalado en el país una doctrina de derechos humanos que no existe en otros lugares del continente. Y que, con todo, el modelo de desarrollo económico es más inclusivo que el de países como el nuestro, que se precia de tener una economía ordenada y pujante.

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