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No sabemos a dónde lleva la evolución de los acontecimientos que vivimos, aunque sí podamos influir en ellos para cambiar su curso. Las revoluciones han sido cambios sociales abruptos, generalmente acompañados de violencia o sufrimiento; pero ellos poco han cambiado la vida diaria de la mayoría de los individuos que luchan por su sobrevivencia. Los cambios que realmente han mejorado la vida de cada individuo cada día, han sido pocos y resultado de lentos procesos nacidos de ideas que se van madurando y realizando a través del tiempo. Somos propensos a los mitos; mitificamos lo desconocido, hacemos leyendas de los hechos conocidos, y, como argumentaba el pensador francés, Guy Debord (1931-1994), convertimos en espectáculos nuestras vivencias, haciendo de nuestras vidas un mundo de apariencias.

Debord era un pensador brillante y un activista social a quinen en vida pocos reconocieron su mérito, pero quien con sus ideas y su acción lideró el movimiento “Situacionismo internacional”, inspirador del levantamiento estudiantil de mayo de 1968 en París. Este movimiento fue formado por un grupo selecto de marxistas intelectuales y artistas de la vanguardia europea del siglo  XX, quienes en 1957 publicaron una revista con el nombre de su movimiento y cuyo objetivo era crear nuevas situaciones de vida como alternativas al “avanzado capitalismo” que degradaba la vida de las personas. Este grupo analizaba el mundo según la vida cotidiana. Partía de las teorías del libro de Debord “La sociedad del espectáculo”, en el cual Debord sostiene que el espectáculo es resultado de la suprema relevancia adquirida por el sentido de las apariencias en el medio  social.

Para Debord, el capitalismo desvía y sofoca la creatividad de la mayoría de la gente y divide la sociedad en actores y espectadores, productores y consumidores. Los medios de comunicación propician la sociedad del espectáculo con la evidente manifestación de su superficialidad. Debord basaba su modelo del espectáculo en conceptos de Marx y Lukács sobre “fetichismo de la mercancía”, “cosificación” y “alienación”, donde los consumidores son tomados como objetos pasivos que contemplan el espectáculo de la cosificación.

A pesar de los avances tecnológicos que aumentan la producción, los beneficios son para los dueños del capital, porque los trabajadores nunca han logrado más que la sobrevivencia económica desde el principio de la revolución industrial. El espectáculo de la función social sólo proporciona alienación a los trabajadores. La alienación que había originado la economía capitalista era también el resultado que generaba la misma economía.

Debord culpaba a los gobiernos y a los medios de información por hacer primar el estímulo a la producción y al consumo sobre la vida cotidiana de las personas. Criticaba tanto al capitalismo como al comunismo por la falta de autonomía para los individuos. Creía que las fuerzas invasoras del “espectáculo”, como mecanismo de control creado por la misma sociedad, habían causado un trastorno intelectual que afectaba las relaciones individuales con las imágenes que producían los medios de comunicación, la publicidad y la cultura popular. Este trastorno resultaba como consecuencia de una forma mercantil de organización social que se materializaba con la práctica del mercantilismo capitalista.

Por su parte, el movimiento de los situacionistas buscaba que fuera la imaginación la detentora del poder y no un grupo de personas. En sus análisis argüían que el capitalismo había cambiado todas las relaciones transaccionales, y que la vida había sido reducida a “espectáculo”. El espectáculo es la clave del concepto de la teoría situacionista, basada en el punto de vista de la alienación descrita por Marx. El trabajador es alienado del producto de su trabajo y de sus compañeros, lo cual lo condena a vivir en su mundo de alienación. No es el trabajador quien produce sino un poder independiente. El éxito de su trabajo, la abundancia, retorna al productor como abundancia de la desposesión. Todo tiempo y espacio del mundo del trabajador se vuelve extraño a él con la acumulación alienada de su trabajo.

Los situacionistas agregaban a Marx que para asegurar un crecimiento económico sostenido, el capitalismo crea necesidades ficticias para incrementar el consumo. La conciencia de la necesidad no se determina en la producción sino en el consumo. El individuo es tratado con desprecio como productor para ser también cortejado y seducido como consumidor. Se le trata como a un objeto pasivo, no como a un sujeto activo. Después de que se le degrada de ser a tener, la sociedad del espectáculo va más allá para transformarlo en una mera apariencia. El resultado es un terrible contraste entre la pobreza cultural y la riqueza económica, entre lo que es y lo que debe ser.

Los situacionistas no proponían esperar por una distante revolución sino reinventar la vida de cada día, aquí y ahora. Consideraban que transformar la percepción del mundo y cambiar la estructura de la sociedad es lo mismo. Al liberarse cada cual hace cambiar las relaciones de poder y es así como se puede transformar la sociedad. Ellos trataban de construir situaciones perturbadoras de lo común y lo normal para sacudir a la gente de su forma acostumbrada de pensar y de actuar,  como forma de derribar el espectáculo y la economía mercantilista. Los situacionistas se consideraban catalizadores de un proceso revolucionario del cual ellos desaparecerían cuando la revolución estuviera en marcha.

Para sustituir la sociedad del espectáculo, los situacionistas proponían una sociedad comunista carente de dinero, de producción mercantilista, de trabajo asalariado, de clases, de propiedad privada y de Estado. Proponían sustituir las necesidades ficticias por verdaderos deseos y el lucro por el placer. Querían superar la división del trabajo y el antagonismo entre juego y trabajo. Pretendían una sociedad basada en el amor al juego libre, caracterizada por el rechazo a ser guiado, a hacer sacrificios y a desempeñar papeles. Insistían en que cada persona debía participar activa y conscientemente en la reconstrucción de cada momento de su vida. Ellos se hacían llamar situacionistas, precisamente por creer que todos los individuos deben construir las situaciones de sus vidas y liberar su potencial para obtener su propio placer.

Debord, a pesar del poco reconocimiento que tuvo en vida, quince años después de su muerte, en enero de 2009, la ministra de cultura de Francia declaraba que él había sido uno de los más importantes pensadores contemporáneos de Francia, con un lugar predominante en la historia de las ideas de la segunda mitad del siglo XX. El archivo de sus obras fue clasificado como tesoro nacional de Francia.

Las alternativas de cambio que el Situacionismo Internacional ofreció pueden resultar difíciles o poco prácticas, pero “la sociedad del espectáculo” en que se ha convertido nuestra vida es un disparatado resultado de nuestra civilización que merece el esfuerzo de ser superado porque nos hace prisioneros de nuestra propia existencia, y ello sin contar con que tampoco hemos superado la alienación social que causa la pobreza y que los situacionistas, con sentido optimista, ya daban por superada.

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