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Le escribe un «papanatas», Ascanio, o sea, uno que no piensa como usted. Vaya mote al que nos condenó, ¿no le parece?

Quiero decirle de entrada que no he visto a ningún «papanatas» justificando el crimen de Vilcún. Usted en su columna parece sugerir que abundan. He leído, sin embargo, a varios colocando el asunto en perspectiva, algo que a usted le parece imperdonable. Lo que son las cosas: usted que dirige una escuela de periodismo descalifica el empeño por interpretar, por mirar más allá de los hechos conocidos, y acusa de candidez a quienes buscan hilvanar un relato más amplio. «Estamos frente a un enemigo poderoso», ha dicho y repetido Andrés Chadwick para justificar la aplicación de la Ley Antiterrorista. Dígame usted, Ascanio, ¿no es ésa una interpretación? Pero claro, entiendo, no es lo mismo el poder de la interpretación que… ya sabe.

De cualquier modo, no me parece justo ese juego retórico de poner en los mismos párrafos los hechos de Vilcún, el terrorismo de Estado de Pinochet y el Holocausto. Exagera usted con los parentescos. El crimen de la familia Luchsinger, absolutamente repudiable, no es el primero en el contexto de este conflicto (todos esperamos que sea el último) y, aunque puedo equivocarme, nunca antes lo vi invocando tales comparaciones. Porque fíjese que si se trata de comparar episodios, a mí me parece que cuando un efectivo policial mata a un ciudadano por la espalda y luego sigue en servicio activo la cosa tiene como un aire ochentero, ¿no cree usted?

Y aunque usted descalifique la opinión que sostiene que el tema es complejo, yo le voy a dar la mía: sí, el tema es complejo (se lo advertí, le escribe un «papanatas»). Y va mucho más allá de la recuperación de tierras y de la radicalización de un grupo de comunidades. Ni aplicando leyes de excepción ni encerrando a la mitad de los comuneros ni dándoles 180 años de prisión a cada uno el asunto se soluciona, Ascanio. Esto no lo sostengo yo, lo dicen los especialistas —académicos, abogados, historiadores— a quienes usted lamentablemente trata también de «papanatas» (¡vaya gusto que se ha dado!). Déjeme decirle que su soberbia, Ascanio, es equivalente a la soberbia de un modelo de explotación y desarrollo que pavimentó don Cornelio Saavedra a punta de exterminio: esa triste forma que tuvo el progreso de allanarse el camino en la región. Porque la historia es larga, Ascanio, no nos hagamos los lesos. Ni siquiera se acota a esa parte que usted llama «historia moderna» —como si quisiera abreviar un poco la barbarie— y que inauguraría Emilio Antilef, esa «mascota indígena del pinochetismo», en sus palabras. Hay que ir más atrás. Pero lo importante es el resultado del empeño inaugurado por don Cornelio: un pueblo reducido, oprimido y pobre, viviendo en los rincones de su propia tierra, una tierra explotada hasta la saciedad por las empresas forestales. Fíjese que las comunas más pobres del país están en esta región y todas tienen algo en común: poseen más del 50% de su territorio plantado por pinos y eucaliptus. Esos mismos pinos y eucaliptus, crecidos, talados y procesados en tierra mapuche son ahora el papel donde se imprimen sus columnas, Ascanio. Se cierra un círculo ahí.

Un fantasma recorre la prensa por estos días: el racismo. ¿Leyó el editorial de El Mercurio este sábado? El problema de los mapuches, escriben allí, es que son dueños de una «tecnología de bajísima producción» y que eso les produce «frustración». En otras palabras, son flojos, tontos y resentidos: nunca van encarnar el espíritu de progreso y el emprendimiento individual que tan bien suele editorializar el diario de Agustín. De verdad le recomiendo la lectura de ese texto: es una pieza única para enseñarle a los niños cómo funciona la ideología del desarrollo, ésa que castiga la diferencia, la torpeza, el ocio, que considera a la naturaleza un recurso más y que tanto condiciona lo que somos y el modo en que vivimos y pensamos. ¿No le parece un gesto de soberbia imponer a la fuerza ese paradigma a una comunidad que nunca pensó en términos de eficiencia y productividad y que considera a la tierra como parte de su propia identidad y no como un recurso a explotar? ¿No le parece que lejos de la soberbia es hora de pedir perdón? Se lo digo en serio, Ascanio. Fíjese que el Estado, a través de los ojos llorosos de un ex presidente, fue capaz de pedirle perdón a los chilenos por los horrores cometidos durante la dictadura; y, hace unos días, también fue capaz de pedirle perdón a la jueza Karen Atala por el trato discriminatorio en el juicio de tuición de sus hijas. ¿No cree usted que llegó el momento de dar ese primer paso: que el país le pida perdón al pueblo mapuche por siglo y medio de despojo?

Se ve que sus consejos, por ahora, apuntan en otro sentido y que sabe muy bien discernir un gesto inteligente (me sorprende la cantidad de veces que en su columna usa esa palabra, «inteligencia»). Fue inteligente, dice usted, el gobierno de Aylwin cuando se espabiló y salió a la caza de los asesinos de Jaime Guzmán. Y lo será el de Piñera —no tiene más opciones, dice usted— si sale también de caza en La Araucanía. Una caza efectiva, eso sí. Ojalá directo al «eje del mal» (porque «la inteligencia es muchas veces ciega ante el mal», escribe usted, cómo no; aunque concédame que a veces también se hace la tonta). Quién lo hubiese pensando, Ascanio, usted llamando a la militarización, a usar la violencia para terminar con la violencia, pidiendo un contexto legal que permita al Estado aplicar una dureza excepcional y ejemplar. Usted mejor que nadie conoce el horror que puede ampararse y esconderse bajo la capa siniestra de un estado de excepción.

Quién lo hubiese imaginado, Ascanio, a usted con el trigo en la mano.

Siga a Marco Antonio Coloma en Twitter @mcoloma

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Alguien comentó sobre “Los papanatas. Carta abierta a Ascanio Cavallo

  1. Muy buen comentario de Marco Antonio Coloma, ya es hora de poner las cosas en sus justos terminos y abordar el conflicto mapuche con respeto y verdaderas intenciones de acordar en Justicia una solucion equitativa.

    lilian Smith R

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