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Jaime Vadell se mostró sorprendido cuando Cecilia Rovaretti, conductora de   de Cooperativa,  le avisó por teléfono que la película “No” había sido nominada en la categoría de mejor película extranjera para el Oscar, ese ícono de la industria del cine de Hollywood. El prestigioso actor chileno encarnó en la cinta al ministro del Interior del gobierno de Pinochet en 1988, año del plebiscito, y anticipó risueño la “pelea muerte” que habría en el equipo por estar sobre la alfombra roja.

Bromas aparte, la nominación tiene su mérito y el mayor quizás fue trabajar en el posicionamiento de la película con los elementos precisos para generar apoyo donde se requería para llegar al teatro Kodak, donde se entregan los Oscar. Desde la inclusión de Gael García como actor principal – interpretando a René el publicista que conduce la campaña del No en el plebiscito- y coproductor, hasta el lobby necesario para asegurar prensa y atención de críticos de cine.

¡Cuántas veces actores y directores de largometrajes seleccionados para representar a Chile en la carrera por el  Oscar se quejaron del presupuesto que disponían para figurar siquiera en una columna en algún diario norteamericano! Así fueron quedando en el camino desde “La luna en El Espejo”, de Silvio Caiozzi a “Violeta se fue a los cielos”, de Andrés Wood, pasando por “Isla  Dawson”, de Miguel Littin; “En la cama”, de Matías Bize; “Machuca”, también de Wood, o “Play” de Alicia Scherson .

Tampoco es irrelevante que la idea original del largometraje se encuentra en un texto que escribió Antonio Skármeta, autor reconocido en los pasillos de la industria cinematográfica a partir de “Il postino”. Lograr el respaldo de una major como Sony Pictures Classics, para su distribución en el mundo ha sido otro paso para su posicionamiento.

Lo demás, y no es poco, mérito del director. No en vano Pablo Larraín emprendió una trilogía sobre los años de plomo y sangre de la dictadura, situando la cámara en el centro mismo de la generación de la maldad y estableciendo una clara diferencia con quienes han narrado en cine ese período de la historia chilena. Su enfoque en “Tony Manero”, el frustrado imitador de Travolta , me hizo recordar el libro“Las benévolas” de Jonathan Litell , donde el autor narra el holocausto a partir de la voz de un oficial de la SS.  Esa sensación se reafirmó con “Post Mortem”.

Como Litell los guionistas de las películas de Larraín han buscado protagonistas de rango menor para develar los crímenes de los mandos mayores, dejando como telón de fondo un contexto que explicaría la locura de los personajes. La locura, en cierto modo, los disculpa.

Distintas miradas

Los Larraín – Juan de Dios y Pablo- conocen el negocio de la publicidad y  “No” es un reflejo de la importancia que se atribuye a este medio en contrapartida al quehacer político con tan mala evaluación pública en las encuestas. Al optar por la campaña publicitaria del voto en contra y el manejo de ciertos imaginarios como el punto más relevante para la recuperación de la democracia, se minimiza el movimiento social que hizo posible llegar hasta el plebiscito y también sus costos. Aunque el productor Juan de Dios Larraín haya dicho que la intención fue poner en tensión los límites de la ética en el mundo de la publicidad,  no quedó muy claro este mensaje.

Un día antes del estreno en salas comerciales de la película, el 9 de agosto, en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos se mostró “Las armas de la paz”, docureportaje de Teleanálisis que mostraba el día del plebiscito de 1988, en el que los chilenos votaron por la democracia en contra de la continuidad de Pinochet en el poder. Augusto Góngora, uno de los directores de Teleanálisis, dijo en esa ocasión que la victoria de la oposición se logró mediante las movilizaciones sociales que antecedieron el plebiscito y no fue el mero fruto de una campaña publicitaria, como se deja ver en la película de Pablo Larraín.

En su breve estadía en Chile para participar en el estreno de la película de la cual es protagonista, el actor Gael García, quien en la época del plebiscito en Chile tenía diez años homologó la efervescencia que se generó para el plebiscito con las movilizaciones estudiantiles que venían sucediéndose desde 2011. Bendito Gael. Si no fuera porque las movilizaciones ciudadanas tuvieron su origen en las promesas incumplidas que se hicieron bajo el slogan de “la alegría ya viene”, uno hasta podría haberse subido al carro de la victoria.

Las interpretaciones sobre el significado de la película han llegado a tal punto, que hasta José Piñera- el ex ministro de Pinochet  y artífice del sistema de AFP, que han permitido una inédita concentración de la riqueza en Chile – tuiteó  que la nominación al Oscar, era un reconocimiento a la “obra” de la dictadura, al permitir su relevo mediante una votación democrática. ¡Como si hubiera sido  un acto de genuina generosidad política!

El reestreno de “No” en Chile, mientras se espera el resultado final de las candidaturas al Oscar, podría permitir hacer una re-visión  de la película,  tal vez, sin el peso de la emoción de quien siente que le escamotearon o banalizaron un pedazo de la historia. Tanta cobertura en los medios de comunicación masiva también podría ser útil para retomar la antigua demanda de mayor apoyo para una difusión eficaz del cine chileno, en sus más diversas expresiones, con el fin de que sea un efectivo contribuyente a la construcción y difusión de identidad.

Corfo, instancia dependiente del Ministerio de Economía ha mantenido desde 1999 un programa de apoyo al cine, destinado a la comercialización y distribución de producciones audiovisuales chilenas o coproducciones chilenas, en territorio nacional y en otros mercados. Cuando comenzó contaba con una clientela de 30 productoras de cine. Actualmente tiene una base de 500 inscritos, entre empresas y realizadores que presentan sus proyectos en forma individual, Fábula- la productora de “No”- incluida.

Directores como Sebastián Lelio “El año del tigre”), José Luis Torres Leiva (“Verano”), Marialy Rivas (“Joven y alocada”), o Sebastián Silva ( “Gatos Viejos”) por nombrar a algunos de las nuevas generaciones, suenan hoy en festivales internacionales, pero sus películas duran poco en las salas comerciales y la taquilla es insignificante al momento de amortizar costos de producción.

¿Se despertará por fin la apetencia de ver cine nacional por un mero efecto mediático, tras el paso de “No” en el teatro Kodak, o los directores tendrán que seguir dando una pelea desgastante para conseguir sala o lograr un trato más respetuoso que el que actualmente reciben por parte de la televisión nacional, como ventanilla alternativa de exhibición?

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