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Se recomienda leer escuchando aquí “Oleo de una mujer con sombrero”

Llegué a estudiar filosofía al Campus Oriente de la PUC a finales de los setenta desde la provincia. Mi experiencia de los ochenta estuvo marcada por la resistencia política y cultural hacia el cartuchismo, la pacatería, la moralina católica conservadora, la censura y la represión. Muchas de nosotras pagamos costos personales, a cuenta de nuestro propio camino de desarrollo. Mirados con los ojos de la historia, la mayoría de los hombres de nuestra generación no estuvo a la altura de las circunstancias ni en ese momento, ni con el advenimiento de la democracia cuando la élite decidió casarse con la democracia cristiana. Pero esa es harina de otro costal.

Haciendo memoria, para ninguna de nosotras los acordes de la guitarra y la letra de la canción del Silvio Rodríguez: “Óleo de una mujer con sombrero” pasó desapercibida. Nuestra identidad fue tejida al son de esa canción. “Nosotras” entendimos de entrada que para amar y liberarse en esas circunstancias y en ese contexto había que arriesgarse en el juego de construir una diferencia, hoy digo sexual y de género, con aquellas otras mujeres con las que nos había tocado convivir. Así que, como alguna vez me dijo una amiga, muchas de nosotras educadas en colegio de monjas, la mayoría en colegios privados: “nos tapamos la nariz con los dedos, cerramos los ojos, y nos lanzamos al agua”. Y claro, a la larga eso tuvo secuelas en términos de la valentía, de los riegos, de la autonomía, que conseguimos.

Estudiábamos en el centro académico que formaba a aquellos que defendían la instalación militar y que más tarde la reproducirían. Compartíamos el mismo kiosco y patio del café de media mañana con todos aquellos que han estado en el gobierno de la UDI y RN durante todos estos años y que por cierto fueron a la repartija de Chacarillas.  Compartíamos espacios de sociabilidad con todas aquellas mujeres estudiantes que con el tiempo se transformaron en sus esposas, y madres de sus hijos. En el famoso patio central del campus oriente, a eso de las 10 de la mañana, justo después del primer bloque de clases, bajo la austera mirada de la virgen cuya estatua nos observaba desde el segundo piso, “Nosotras”, las mujeres de izquierda, buscábamos inscribir ese sello de distancia y de diferencia con ellas: las lindas cuicas momias, fachas, de ese entonces, todas “enfermas de tontas y cartuchas”.

“Nosotras” por ese entonces entramos a militar en la clandestinidad y teníamos un nombre de chapa. Yo me llamaba Elena y formé parte del primer núcleo socialista de la escuela de filosofía. Preámbulo de una vida política que continuó en el movimiento feminista, también en el movimiento de mujeres socialistas y en la militancia después.

“Nosotras” teníamos compañero no teníamos pololo, “Nosotras” convivíamos sexualmente con nuestros compañeros, no teníamos novio ni pretendíamos matrimoniarnos, ni buscábamos preservar la virginidad para después del matrimonio. “Nosotras” no íbamos a misa los domingos porque íbamos a reuniones políticas; “Nosotras” íbamos a las poblaciones generalmente a Lo Hermida que quedaba más cerca para aprender a organizarnos con los habitantes para las protestas de los ochenta. “Nosotras” nos vestíamos con ropa ancha, hippie, austeras, zapatos y sandalias artesanales mientras que ellas, las otras mujeres, eran modelos de revistas, de televisión y se paseaban luciendo sus prendas por el patio central mientras los hombres, también los de izquierda, caían redondos fascinados.

“Nosotras” no pensábamos en casarnos ni en tener hijos, no pensábamos en tener familia porque los tiempos que se vivían no daban para eso. Vivíamos preparando marchas, mítines, reuniones, asambleas, protestas y nuestra vida afectiva, amorosa tenía las mismas características: era semi clandestina.  “Nosotras” salíamos a la calle codo a codo con los compañeros más el limón y la sal para campear las lacrimógenas. Mientras las otras, tejían en primera fila durante las reuniones de centro de alumnos esperando el turno de votación para asentir a lo que sus hombres les mandaban.

Recuerdo que “Nosotras” con los compañeros compartíamos una clave para definir la experiencia de aprendizaje político. Se ingresaba al patio 1 que era el central donde ocurrieron las famosas peleas y los encuentros con los alumnos de derecho y de la federación, el patio 2 atrás de Teología que era para las reuniones más privadas  con gente más experimentada, el patio de periodismo que solía ser informativo y organizacional; y finalmente el patio de las canchas que era para los revolucionarios volados, hoy diríanse anárquicos y autónomos.

“Nosotras” fuimos pocas las que en algún momento de los ochenta tuvimos nuestros primeros hijos o hijas, y me atrevo a afirmar sin pecado venial que ninguna de las que fuimos madres mantuvo y mantiene hasta hoy esa misma pareja. Así que “Nosotras” vivimos nuestras primeras separaciones, nuestros primeros duelos dolorosos en silencio y en clandestino. No podíamos acusar a los compañeros de abandono.  Por eso la dureza de estas experiencias en que aprendimos a fundar la democracia de lo doméstico y  del casamiento transformó nuestras vidas drásticamente. Porque además “Nosotras” no podíamos sufrir por estas desviaciones pequeño burguesas. En ese entonces los dolores de la patria eran prioritarios.

Por lo mismo, tal vez ahora con los años, un hilo imborrable nos une. Cuando nos hemos visto y cuando nos vemos no lo conversamos entre nosotras,  simplemente nos miramos y sabemos que fue esa solidaridad y ese amor lo que nos unió de por vida. Entre “Nosotras” sabemos al mirarnos que aún está latiendo ese mismo corazón bravío. Ese que cantaba: “la cobardía es asunto de los hombres no de los amantes”…

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3 Comentarios sobre “Nosotras las de entonces…

  1. Nosotras y nosotros

    Cada cual tiene su relato biográfico e histórico. Respetables todos. Te aporto el mío que difiere del tuyo, pero, evidentemente, ambos tienen elementos en común.

    Para mí, en los tiempos oscuros no hubo “nosotros y nosotras” fuimos “compañeros y compañeras”, de calle, de estudios, de incertidumbres, cama y de miedo. ¿De sueños? Muy poco, la miseria y las exigencias de lo cotidiano nos hacían tener más bien pesadillas, hasta hoy.

    No fuimos héroes ni heroínas, pero sí fuimos valientes. Y, ya se sabe, ser valiente no significa no tener miedo sino, a pesar de tenerlo, hacerle frente.

    Sin necesidad de que Benedetti nos lo subrayara, éramos “compañeros codo a codo” frente a la brutalidad, la ignorancia y la maldad dictatorial. Nosotras y nosotros nos protegimos, nos defendimos, nos cuidamos, nos quisimos. Y, llegado el momento nos abandonamos, nos olvidamos, nos perdimos, nos “desquisimos”, nos reencontramos… En fin, la vida misma. Cada uno tuvo y tiene su realidad particular, sus dolores particulares, pero como individuos, como seres humanos, no como hombres o como mujeres distintos, separados, enfrentados.

    ¿Los hombres no estuvimos a la altura de las circunstancias? Me parece una generalización, por lo menos arriesgada y dolorosa.

    Yo no creo en los binarismos, las opciones de exclusión, en los “ellos/y nosotras” o “ellas y nosotros”. Creo en lo común, en las éticas y prácticas dialógicas. Por eso estoy lejos, muy lejos de ver tantas distancias y mucho menos de “construir una diferencia”. Creo en el respeto a la diferencia no en la construcción voluntaria de diferencias y mucho menos si se construyen desde algún tipo de resentimiento.

    Adolfo Estrella
    Estudiante de Sociología 1977-1981. U. de Chile

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