Compartir

En la imagen observamos un artesano tailandés que utiliza aproximadamente treinta herramientas para tallar una imagen. Con cada una de ellas podrá realizar diferentes movimientos, a los que aplicará distinta fuerza, extensión o profundidad. Son cientos de  gestos articulados en una danza que los une y pausa al ritmo de su experiencia e intuición, para formar un “lenguaje” que irá haciendo “hablar” la madera, hasta que aparezca y se consolide la maravillosa escultura.

A través de la práctica, el artesano ha aprehendido y memorizado esos gestos, los ha configurado en su sistema nervioso. Su cuerpo y sus manos “distinguen” cada uno de esos movimientos expresados en cortes o hendiduras, aunque no asigne un nombre a cada uno de ellos. Con cada gesto transforma y agrega valor artístico, comercial, funcional, cultural al trozo de madera original. Desarrollar el conjunto de distinciones que forman una cultura de “talladores finos”, de manera natural, toma tiempo, hasta siglos. Transferir esas distinciones de manera intencional y voluntaria, es un desafío que requiere decisión, esfuerzo y recursos.

El resultado del trabajo tendrá más valor para el observador que “conozca” el proceso necesario para llegar a la escultura —lo mismo sucede con la talla de las piedras preciosas, los tejidos y bordados de seda o la producción de una botella de vino—. Distinciones más finas permiten una mejor apreciación e intervenciones más precisas del entorno, la materia, las relaciones y la vida; agregan valor a la artesanía, a la gastronomía, a la aeronáutica, a la organización de una tienda o a la atención de un paciente.

No todos tienen la posibilidad, ni la necesidad, ni el gusto de encarnar corporalmente las distinciones de todas las actividades humanas que constituyen su mundo, pero pueden aproximarse y referirse a ellas a través de “nombres” que identifican esas distinciones corporales, perceptuales, neuronales.

En la vida diaria, “distinciones” más precisas y mejores expresadas en “nombres”, permiten conversaciones más bellas y fecundas para comentar una película o un paisaje, apreciar una obra de arte o una calle, coordinar proyectos o  políticas, educar personas o expresar las emociones. Un lenguaje pobre y reducido en distinciones y nombres limita las posibilidades de comprender,  intervenir y transformar el entorno y a nosotros mismos.

Cuando escuchamos la expresión “el lenguaje constituye realidad” es algo más biológico y palpable de lo que pensamos. La riqueza de las palabras, “distinciones nombradas” crea culturas, economías y sociedades más fecundas, y personas más felices en todo sentido.

PS: Esta reflexión sigue en el texto Las palabras entre la voz y el cuerpo

Creemos comunidad: Mi “dirección” en Twitter @mautolosa y en Facebook

Compartir

2 Comentarios sobre “Distinguir o como el lenguaje constituye realidad

Responder a Malucha Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *