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Epicuro es uno de los más extraordinarios personajes de la antigüedad por su sentido de humanidad y la calidad de su conocimiento. Nació en Samos, Grecia, el año 341 antes de nuestra era. De sus voluminosos escritos poco se conservó. Su pensamiento fue desfigurado y reducido al clasificarlo como filosofía del placer, cuando no se trata de una búsqueda del placer, sino de una forma de felicidad que se manifiesta en el reposo y la quietud, además de muchos otros postulados que enriquecen su filosofía. Su teoría física atomista ha servido de base a modernas investigaciones científicas. Sus aciertos en las hipótesis sobre la formación del mundo y sobre la desaparición de algunas especies en la lucha por la existencia, fueron bases en los descubrimientos de Darwin.

Pensó diferente a las creencias generales y tal vez esa sea la razón de que no se conservaran muchos de sus escritos; sus principales ideas las conocemos por sus discípulos. El paso del tiempo ha creado, borrado y desfigurado personajes, lugares y hechos, según los diferentes intereses de su época, como posiblemente ocurrió con Fenicia, ese gran pueblo de la antigüedad del que hoy poco conocemos y sólo por lo que escribieron quienes estuvieron en el bando de sus enemigos, pero de cuya grandeza quedan evidencias, como la existencia del fenicio Mosco de Sidón, quien expuso la primera teoría del atomismo, diez siglos antes que lo hiciera Demócrito en la antigua Grecia y lo complementara Epicuro.

Fundador del Epicureísmo, la principal filosofía griega del período posterior al socrático, que se denomina helenismo. Creó varias comunidades de sus discípulos, los cuales vivían según su ideal de vida, apartados de la sociedad política, aunque sin oponerse a ella, dedicados a la discusión filosófica y a cultivar la amistad. Mantenían una correspondencia que compilaban para que sirviera de modelo a los discípulos posteriores. Para ellos su pensamiento y forma de actuar eran regidos por los escritos de Epicuro y sus tres principales colaboradores, Metrodoro, Hermaco y Poliaeno, con los cuales formaron un compendio que llamaban “El hombre”.

Su teoría física del átomo consideraba que los seres existen por sí mismos y se dividen en cuerpos y espacios, cada uno de ellos en cantidad infinita. El espacio incluye el vacío absoluto que hace posible el movimiento, mientras el cuerpo está formado por partículas indivisibles o átomos, los cuales a su vez se pueden analizar como conjuntos de “mínima” absolutos. Para él los átomos sólo poseen las cualidades primarias de forma, tamaño y peso. Todas las propiedades secundarias como el color, las considera generadas por compuestos atómicos. Consideraba el estatus dependiente de los átomos, por lo cual no se puede decir de ellos que fueran entes existentes por sí mismos y están en constante movimiento, a igual velocidad, porque en el vacío no hay nada que pueda disminuir su velocidad. Para él, los grandes grupos de átomos, al acomodarse a patrones regulares de movimiento complejo, hacen surgir la estabilidad como propiedad global de los compuestos. Por su parte, el movimiento complejo está gobernado por los principios causales de peso, las colisiones y un movimiento mínimo aleatorio denominado de “vacilación”, el cual es responsable de iniciar nuevos patrones de movimiento, alejando así el riesgo del determinismo.

Epicuro consideraba al mundo y a los demás mundos, que ya para él eran incontables, como un compuesto de átomos que se genera accidentalmente y tiene una duración limitada. Para él la materia era eterna, aunque no los cuerpos que de ella se forman y que terminan con la muerte. Ésta no era más que una transformación, la disgregación de los átomos que forman los cuerpos. Consideraba que esos átomos eran imperecederos, que sus repulsiones y afinidades eran el origen de todos los seres animados e inanimados.

El poeta y filósofo Lucrecio, un romano nacido el año 95 antes de nuestra era, plasmó mucha parte de las ideas de Epicuro en su poema, “De la naturaleza de las cosas”. Lucrecio se expresó aquí en versos, como tradicionalmente se hacía, para facilitar la retentiva de las ideas. En esta obra se percibe el resentimiento de Lucrecio con las creencias religiosas, lo que es común en quienes, después de haber podido sobreponerse a ellas, guardan cierto rencor por los inconvenientes que le causaron. La inquietud de Lucrecio halló reposo en la filosofía de Epicuro, lo que explicaba en su poema, porque “nada hay más grato que ser dueño de los templos excelsos, guarnecidos por el sabor tranquilo de los sabios, desde los cuales se puede ver a otros que, confusos y extraviados, buscan en un vagar indefinido el camino de la vida, disputando por su nobleza la palma del ingenio, sin más sosiego noche y día que el de amontonar riquezas y alimentar la tiranía”.

Epicuro reconocía la existencia de los dioses, pero pensaba que gozaban de la perfecta tranquilidad a la que también su filosofía aspiraba. Sus dioses representaban el ideal de la suma quietud, a quienes las cosas de este mundo en nada los afectaban y no se ocupaban de ellas. Creía en un alma, material como el cuerpo, pero que estaba formada por átomos más tenues y sutiles. Consideraba que para los seres humanos no había más vida que este mundo. La muerte era el fin de las pasiones y del dolor, por lo cual se convertía en un bien, pero un bien que no se debía buscar por el suicidio, quebrantando las leyes de la naturaleza, aunque el suicidio tampoco se debía temer.

El interés principal de Epicuro, probablemente surgía más de su sensibilidad social que de su interés científico, lo cual le hizo errar en muchas explicaciones de los fenómenos de la naturaleza; más que explicarlos, su principal interés era probar que en ellos no era necesaria la intervención de los dioses. Para él los fenómenos de la naturaleza con sus inexplicables amenazas de tempestades, inundaciones, sequías, terremotos, y con el temor que causaban, fue el origen de las creencias de los antiguos en mitos y religiones, creencias que trasladaban la causa de estos temores a dioses todopoderosos, permitiendo rogarles y ofrecerles sacrificios para vencer así la impotencia ante las graves amenazas. Extinguir el miedo a los poderes celestiales y devolver la paz a los espíritus perturbados, fue una de las misiones que se propuso Epicuro y la que dio origen al poema de Lucrecio.

La felicidad en la filosofía de Epicuro, que erradamente se ha tomado como el placer, era para él  nuestro objetivo natural innato en la vida. El dolor, en cambio, es nuestro mal. Las enseñanzas de Epicuro consisten en indicar un modo de vida sencillo que satisfaga los deseos naturales y acrecienten el placer corporal, contando con el apoyo de amigos que compartan este pensamiento. Para Epicuro, el dolor se minimiza logrando liberarse de la perturbación, y en cuanto al dolor corporal, se puede atenuar con el placer mental que alcanza al pasado, al presente y al futuro. Recomienda eliminar las dos fuentes básicas de perturbación humana: el temor a los dioses y el temor a la muerte. Consideraba que sentir temor por la no existencia futura es tan ilógico como añorar la no existencia de que disfrutábamos antes de nacer.

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