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A propósito de la lectura del libro El derrumbe del modelo de Alberto Mayol:

“Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,

clamando: “¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!”

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.”

Masa, César Vallejo

Complicado asesinato de imagen, podría decirse. Complicado por lo difícil de advertir, por lo escurridizo y además por el concepto de la muerte: ese momento en que algo vivo expele su último suspiro.

Para Mayol, una prueba de que se acerca el fin del modelo neoliberal chileno es el millón de personas que marchó en una semana de agosto de 2011 a nivel nacional. Un millón en una semana en pleno invierno. Harta. Yo que participé en alguna de esas marchas no advertí haber sido parte de ese millón de personas. Aún cuando es innegable que el 2011 fue un año en que el factor calle comenzó a resignificarse y que fácilmente acordaríamos todos en dibujar una línea con un antes y un después.

Más que las pruebas que da Mayol del cercano desplome del modelo, me pareció interesante la explicación del porqué esta sociedad fue capaz de bancarse un modelo impuesto por la fuerza y perfeccionado por la democracia tutelada que tuvimos como resultado del acuerdo político-militar que le dio la salida electoral a la dictadura.

“la operación despolitizante parece resultar fundamental. La expectativa personal crece anormalmente cuando se carece de política, ya que mi existencia se desancla de la existencia de los demás. No veo en mi vecino que tiene diez años más mi propio futuro, porque asumo fantasiosamente que mi vida no se parece a ninguna. Y eso es simplemente falta de política. Falta de la comprensión de los vínculos entre unos y otros.

“Por eso es posible que quienes tengan más expectativas de futuro sean justamente quienes tienen menos oportunidades. La fantasía rescata del dolor, pero es simplemente una burbuja inflacionaria. Luego doloerá de nuevo, no solo dos veces, sino además mucho más” (Pág 158)

Y si este modelo logró ser querido por la mayoría de quienes asumieron la fantasía de no ser pobres gracias a la tarjeta de crédito, el millón de personas marchando en las calles en una semana a nivel nacional no cuadraba.

Como no cuadra que a mayor crecimiento y lindas cifras macroeconómicas la sensación interna sea la insatisfacción.

El tema es que marchando la gente volvió a encontrarse, a sentirse parte de algo que no sale en las noticias, pero que se vive y se experimenta en la realidad. Así las burbujas ilusorias personales de cada uno (por ejemplo mejorar condiciones de vida a través de la educación) al entrar en diálogo y darse cuenta que están marcadas por el abuso (por ejemplo créditos millonarios e impagables), la llave mágica del reino que descansaba en la despolitización comienza a trizarse.

Agonía o no, los veinte años de despolitización de los noventa y dos mil tiene algo que decirnos. Asumir como factible aquella máxima del “sálvate solo” nos pasará la cuenta en algún minuto. Ya que efectivamente es una ilusión creer que es posible sólo pensar en la individualidad, ignorando el contexto. No solo es una burbuja inflacionaria sino una irresponsabilidad.

 

 

 

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