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La diversidad cultural tuvo su origen en las separaciones de las primitivas comunidades humanas que veían agotarse los recursos para el sostenimiento de una población cada vez más numerosa. A ello se agregó un nuevo factor posterior, la revolución agrícola, que convirtió en sedentarios a quienes atendían las cosechas y nómadas a los cazadores que iban tras de sus presas. Los nuevos grupos humanos, aunque transitorios al principio, fueron haciéndose definitivos y creando cada vez más distancias hasta convertirse en grupos que adaptaron diferentes formas de vida, adquirieron otros conocimientos y otras creencias, apartándose de sus anteriores tradiciones.

Muchas civilizaciones nos deslumbran con su esplendor, pero siempre el auge ha convivido con la decadencia entre los seres humanos. El egoísmo individual difícilmente permite renunciar a los beneficios propios para servir al bien común. Sólo a finales del siglo XVIII la civilización occidental se propuso un verdadero cambio con ideales de progreso. Fue el movimiento cultural e intelectual de la Ilustración, que se impuso sobre las ideas de verdades absolutas por tantos siglos aceptadas y venció los poderes hegemónicos de las monarquías y el clero. Las ideas políticas y las formas de organización social que la Ilustración hizo surgir, prometían que la ciencia y la técnica no dejarían de avanzar, que los asuntos comunes se tratarían con prioridad, que los individuos gozarían de una libertad sin precedentes. El futuro que se ofrecía a la humanidad era el imperio de la razón, la libertad y la igualdad.

Bien diferente fue lo que ocurrió: los avances de la ciencia y la tecnología se aplicaron a la creación de nuevos armamentos; se propagaron ideologías totalitarias; las guerras causaron exterminios nunca antes vistos; la revolución industrial se convirtió en la explotación de la clase trabajadora y en la contaminación del aire, el agua y el espacio; la rapacidad burocrática se apoderó de las democracias, y los países más débiles fueron sometidos al despojo colonial. La desesperanza surgida se proyectó en el pensamiento de los siglos XIX y XX; fue reflejada fielmente por Nietzsche como un nihilismo de su época que había que aceptar, y muy posiblemente fue la causa del pesimismo existencialista. Etnógrafos como Claude Levi Strauss volvieron la mirada a la filosofía del “buen salvaje” y consideraron la diversidad de las civilizaciones como verdaderas riquezas, ya que las civilizaciones que se habían considerado atrasadas, podrían ofrecer nuevas enseñanzas a la civilización europea. Levi Strauss y otros etnógrafos que lo antecedieron, llegaron a casi inaccesibles rincones del mundo tras las tribus más primitivas y se lamentaban de que también ellas ya habían empezado a ser contaminadas por la vieja civilización.

Las antigua migraciones de la humanidad en un mundo proporcionalmente mucho más extenso que el nuestro, fueron la divergencia que originó las diferentes civilizaciones que han existido, pero el período de divergencia ya concluyó; y hoy por el contrario, vivimos un período de convergencia de civilizaciones en este pequeño mundo del presente, reducido por la información, las comunicaciones y la velocidad con que se recorren todas las distancias. Además, aunque no es la razón la que rige el comportamiento humano, se puede esperar que la civilización establecida, con tantos siglos de convivencia, capacidad creativa y la experiencia, que muchas veces no se recuerda pero que golpea después del olvido, logre avanzar en sus ideales de progreso y desarrollo para todos.

Valores del pasado como los nacionalismos, los símbolos de los partidos y naciones y aun el patriotismo, son rezagos de exaltaciones sociales y motivos injustificados de orgullo, todo lo cual ha sido manipulado por los pretendientes o detentores del poder, que por atender intereses equivocados han causado los más graves conflictos. Tanto estos símbolos y valores como costumbres, creencias, mitos y genealogías, a pesar de ser distintivos que caracterizan las diversidades culturales, han generado incomprensión. Es una ventaja que ya empiecen a desdibujarse con la convergencia de las civilizaciones.

En nuestro siglo XXI los habitantes de las ciudades son más numerosos que la población rural, la civilización que ofrecen las ciudades es diferente y más atractiva para la generalidad de las personas. Las formas de vida en la mayoría de las ciudades, sobre todo en las más grandes, han logrado unos estándares que reducen las diferencias culturales que las separan, resultando ser más diferente la civilización entre la ciudad y el campo de un mismo país, que entre dos grandes ciudades, así una pertenezca al mundo occidental y la otra al mundo oriental. Aún diferencias tan características de la cultura como los idiomas, tienden a perder importancia, resultando que hoy los viajeros en cualquier ciudad del mundo encuentran hoteles donde pueden hacerse entender con sólo un superficial conocimiento del idioma inglés. Son muchas las diferencias culturales que antes identificaban una sociedad, y con el proceso natural de asimilación que vive nuestro tiempo, hoy apenas se reconocen como atractivos folklóricos.

La convergencia de las civilizaciones es una nueva esperanza para revivir los ideales frustrados de la Iluminación. No se trata de una visión optimista más, sino de la posibilidad de realizaciones que ya empiezan a ofrecernos los nuevos avances de las ciencias y las tecnologías, los cuales están haciendo nuestro mundo más grato y asequible a la humana comprensión. La luz aún no se ha dado, apenas empieza a resplandecer, pero hoy la convergencia de las civilizaciones vuelve a hacer brillar la esperanza en los ideales enunciados desde la Iluminación: el imperio de la razón, la libertad y la igualdad.

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