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Las masivas  movilizaciones estudiantiles convocadas por la Confech, nos están mostrando un nuevo Chile que se moviliza en contra del Statu Quo y a contrapelo de los partidos políticos. En efecto, el movimiento estudiantil no tiene referentes en los partidos políticos actuales, y definitivamente no en los de izquierda.

Esta situación nos obliga a reflexionar sobre la necesidad que tiene Chile de una izquierda que este a la altura de las tareas que le impone la realidad política actual.

Hoy, ¿cómo diferencio a un simpatizante de izquierda, centroizquierda de uno de derecha? ¿A uno de renovación nacional o udi de un demócrata cristiano, pepedeista, socialista, radical o meoísta, por nombrar algunos?

La pregunta anterior no es fácil de responder si tomamos en cuenta qué tipo de economía preconizan. Todos, o casi todos, aceptan la economía de libre mercado y por lo tanto allí no está la diferencia.

Según el sociólogo ingles Anthony Gidden, “los estilos de vida” derivados de los proyectos de vida, que a su vez han sido confeccionados en la publicidad y otras fuentes favorecedoras del consumo de mercancías, se refieren únicamente a los propósitos de grupos o clases más opulentas.

De lo anterior, podríamos inferir- a lo mejor antojadizamente- que las elites gobernantes son las que escogen el estilo de vida” y de allí que el espacio de competencia, político-institucional, económico-.cultural, esté limitado por ese reducido espacio que nos dejan quienes controlan “el libre mercado” que no permite, sino cambios cosméticos, que no pongan en peligro el modelo.

A inicios de los noventas, la economía gubernamental de “Desarrollo con Equidad” que pregonamos como gobierno nos permitió crecer, pero no impedimos la desigualdad y las profundas inequidades derivadas de no acompañarla de una política de distribución  vía una profunda reforma tributaria. La derecha económica y política lo impidió.

La dicotomía entre igualdad y desigualdad, podría ser una diferenciación entre izquierda y derecha entendiendo que nosotros estaríamos por el igualitarismo y la derecha seria anti-igualitaria. En todo caso, igualdad de género o  educación de calidad, son solo quimeras mientras los poderes fácticos nos sigan considerando sus súbditos y nosotros lo permitamos.

Otra diferencia podrían ser las ideologías que profesamos. La nuestra podría llamarse la “ideología del pluralismo” y la derecha la “ideología del despotismo basada en un Estado autoritario” según una de las  tantas descripciones diferenciadoras de Norberto Bobbio. Parece que esta definición esta demodé. En nuestro caso, las tradiciones social-cristianas, del pensamiento socialista y liberal democrático se han unido en un proyecto común: todos abogamos por un Estado plural y no autoritario. Pero si miramos al Estado actual, podemos constatar que no es precisamente un Estado amoroso a pesar que gobernamos por veinte años consecutivos.

En el libro “El futuro de la democracia” Nolberto Bobbio, en referencia al colapso de los regímenes comunistas y democracias populares plantea la dicotomía, que se expresa entre democracia ideal y democracia real, en otras palabras entre lo que se había prometido y lo que se realizó efectivamente. Es posible que lo anteriormente descrito, sea la explicación  del no cumplimiento de muchas de nuestras promesas y la derrota de la Concertación.

Es en función de esa democracia real,  el ex Presidente del Senado nos llama a ponderar bien lo que queremos, para no estropear con imposibles el futuro gobierno concertacionista.

A primera vista, parecería que Max Weber le da la razón, cuando dice “que no se puede enseñar a nadie qué debe hacer, sino únicamente lo que puede hacer”. Lo que se puede hacer es lo que se puede calcular como relación medio-fin; es el campo de la política como acción racional. Siguiendo ese criterio de racionalidad – nos dice el sociólogo Norbert Lechner citando a Franz Hinkelammert- “el imperativo político es: se debe hacer lo que se puede hacer (lo factible), lo que no se puede hacer (la utopía) tampoco se debe querer hacer”.

Pero Weber acepta, y no podía ser de otra manera, que una meta irracional se revele factible. Los cambios no se decretan, el futuro se construye sobre la base de sumar lo avanzado; la política implica también la utopía que debe construirse y somos todos nosotros los llamados a hacerla realidad. Como dice el ya citado Lechner “solo por referencia a un ideal imposible podemos delimitar lo posible.”

La realidad social la construyen los sujetos en una interacción que no está delimitada solo por razones de Estado, sino por intereses y valores comunes. Y son estos valores los que dan significado al anhelo de “que vida vale la pena ser vivida”.

Los movimientos sociales no reemplazan a los partidos políticos, en eso estoy de acuerdo con las recientes declaraciones de un ex ministro en Icare, pero son imprescindibles como elemento de cambio de nuestro anquilosado sistema político-institucional. Nuestro error en los noventas fue no haber ayudado y fortalecido los movimientos sociales autónomos. Las elites del poder real: económico y político, no cederán un ápice sino es por la movilización social, como  ha quedado demostrado en estos últimos 24 años.

Respondiendo a la pregunta que nos hacíamos al inicio, en síntesis podríamos decir que necesitamos una nueva izquierda que sea capaz de entender el nuevo ciclo de transformaciones que marcan esta etapa. Para lograr los cambios, es necesario modificar las formas de hacer política: Las elites no pueden seguir conversando entre sí y no con la sociedad. Nuestras elites se subsumieron, fueron cooptadas por los grupos de poder económico, por esta razón son hoy por hoy disfuncionales a todo proyecto progresista.

Los jóvenes estudiantes nos están enseñando una nueva manera de hacer política. Lo que obliga a la izquierda a renovarse desde sus cimientos, poniendo el servicio público como el centro de su actividad.

Esta nueva forma de hacer política entiende que no basta con discutir en el Parlamento, en los Consejos Comunales o en  las sedes partidarias: Hay que bajar a las bases ciudadanas y desde allí iniciar las nuevas conversaciones, que hagan de la política de izquierda y de sus partidos  instrumentos eficientes y diferenciadores para los cambios que el país necesita.

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