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La cadena de televisión por cable HBO nos suele deleitar de tanto en tanto con series que aparte de su magnífica factura técnica, avanzan sobre narraciones profundas sobre el ser humano. Las notables The Sopranos,  sobre una familia Ítalo americana de mafiosos; Rome, sobre la transformación de la República en Imperio desde Julio César a Augusto; Mad Men, una recreación magnífica de la vida de los años 50 desde la perspectiva de un publicista y muchas más que sería largo enumerar.

Desde hace tres años, somos muchos quienes seguimos con devoción la serie más ambiciosa que haya emprendido HBO: Game of Thrones. Esta es la historia de la disputa del Trono de Hierro basado en el libro Canción de Hielo y Fuego   de George R.R. Martin.

El relato se desarrolla en un tiempo indeterminado, en un territorio extenso, con climas diversos, donde los veranos duran años y los inviernos se anuncian con peligros de fríos eternos.

Son varias historias sobrepuestas que se van  vinculando en forma sinuosa y violenta. El eje estructural de la historia es la disputa entre varias familias que desean quedarse con el poder: Lannister, Stark, Baratheon, Tyrrel, Targryen, Greyjoy, Trully. La lucha es despiadada y brutal.

El rey Roberto Baratheon es, aparentemente, asesinado, pero antes de morir deja la Regencia en mano de su hombre de confianza, Ned Stark (El Brazo del Rey), pero este sufre un verdadero golpe de Estado en mano de la familia Lannister, de la cual es miembro la esposa del difunto Rey. Su hijo Joffrey asume como soberano, decapita a Ned Stark y esa familia se hace con todo el poder.

Los hijos de Ned Stark, del frío norte (Invernalia), se alzan en armas y se desata la guerra. Los hermanos del Rey muerto también reclaman el trono y uno de ellos asesina al otro.

Para hacer más intrigante la historia, a poco andar, queda en evidencia que el joven rey Joffrey, cruel, torpe e ignorante, es hijo de una relación incestuosa entre los hermanos Cerzei y Jaime Lannister.

Aparte del hijo de Stark y Stannis Baratheon (el sobreviviente de los asesinados hermanos), hay otra pretendiente al trono: Daenerys Targaryen, hija del rey loco que fue asesinado por Jaime Lannister y que permitió que Robert Baratheon  llegara a ser el monarca. Daenerys Targaryen es desposada con un jefe tribal en la esperanza que pueda conseguir un ejército que le permita reconquistar por las armas el trono. No obstante, la principal fortaleza de esta pretendiente es poseer tres huevos de dragón, que finalmente incuban luego de la muerte del dokthari y cuando este es incinerado en una pira funeraria a la cual la esposa ingresa voluntariamente y sale convertida en la madre de los dragones.

Las historias se van desarrollando paralelamente y todo va confluyendo hacia un relato común. Abundan los hijos bastardos (como Jon Snow, hijo de Ned Stark y que es condenado a ser célibe al pasar a formar parte de la Guardia de la noche, que resguarda la Muralla que separa la civilización de la barbarie.) Robert Baratheon también tiene otro hijo bastardo, un herrero, que desata una masacre de niños que se supone hijos del desaparecido rey por parte de los Lannister.

Lo que destaca de la serie televisiva es su puesta en escena monumental, con locaciones maravillosas, que permiten al televidente asociar  los reinos con climas y formas de vida, actuaciones macizas, una dirección televisiva inteligente, arriesgada, valiente, que sin dejar de hacer guiños a sus seguidores se mantiene fiel a una propuesta de fidelidad a la historia.

No deja de ser destacable que el que se suponía era el personaje principal de la historia, Ned Stark, es decapitado en el capítulo final de la primera temporada. Una apuesta sin duda arriesgada, pero que era necesaria para avanzar y profundizar la historia.

Junto con la monumentalidad de la historia, destaca el elenco de actores, fundamentalmente ingleses.

Ello son los que le dan sustento a un segundo nivel de la historia: el relato de vidas, grandes y pequeñas, que son atrapadas por la vorágine de los acontecimientos. En lo particular destacan los personajes de la más cruel de las familias en conflicto, los Lannister. Los hermanos Jaime, Cerzei y Tyrion, son verdaderas víctimas de su linaje, títeres de un juego siniestro por el poder, siendo el padre el que mueve los hilos, siendo sus hijos simples peones en un juego de estrategia infinita. La crueldad que exhiben en las temporadas 1 y 2, con absoluta ausencia de valores, egoístas, sedientes de poder y riqueza es abismante: Jaime ha matado ya a dos reyes, comete incesto con su hermana, trata de asesinar a uno de los hijos de Ned Stark y un sinfín de atrocidades; en tanto que Tyrion es maquiavélico, manipulador, inteligente y vicioso. No obstante, lo paradójico es que son capaces de ser bondadosos y generosos. Su tragedia es que esos actos de humanidad siempre  se vuelven contra ellos.

La antípoda son los Stark, encarnación de la bondad, pero igualmente crueles, despiadados, vengativos, prejuiciados.

En la historia abunda la traición, el abuso, la esclavitud es normal. No obstante ello, la gente común y corriente vive la ordinariez de sus vidas con la misma intensidad que si esos males no existieran.

Los niños son parte importante el relato, su ingenuidad se pierde prontamente y son los llamados a cobrar las venganzas por los crímenes de los adultos.

No obstante ese orden de injusticia, abuso, inequidad está constantemente en riesgo y los fantasmas que acechan a los Siete Reinos se asemejan demasiado a nuestros propios temores. En el norte avanza un ejército de No Vivos, que se alimentan de recién nacidos sacrificados  y desde el sur un ejército de soldados esclavos y dragones avanza hacia el corazón de la civilización, que lleva el nombre de Desembarco del Rey. En el intertanto uno de los pretendientes enloquece y ofrece sacrificios de prisioneros inmolados.

El atractivo de esta historia funesta parece ser su dosis de realidad, con juego político bajo supuestos maquiavélicos, de humanidad vibrante, pero dolorosa.

La riqueza temática de los personajes, sus interminables juegos de poder, la ambición de personajes siniestros que conviven con otros ingenuos y bondadosos, la trama invisible de deseos, perversiones, anhelos, luchas, amores y odios, convierten a la propuesta televisiva en una serie adictiva. En paralelo se van desarrollando muchas historias, que parecen inconexas, pero que confluyen naturalmente hacia un escenario superior.

El permanente cuestionamiento de la condición humana, su debilidad y precariedad, los límites que nos imponemos por nuestros prejuicios y por las estructuras de poder que nos damos, y que nos hace sus prisioneros, y de la cual es muy difícil escapar.

Reconozco que cada final de capítulo de Game of Thrones deja abierta muchas preguntas y sorprende  saber que mucho de lo que vemos recreado sucede en la realidad, pese a su brutalidad e inhumanidad. Eso es lo que en verdad estremece y cautiva.

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