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Desde la  mirada  del ciudadano a pie, vamos viendo a partir de una conciencia no del todo clara,   lugares, espacios o infraestructuras que se encuentran en un estado que podríamos llamar “neutro”, es decir, ni totalmente  abandonadas ni totalmente habitadas, como si al identificarlas pudiésemos casi creer que se encuentran esperando algo mejor para sus días. Hablo de ex edificios o conjuntos ferroviarios,  de ex escuelas públicas,  de grandes elefantes blancos que no alcanzaron a vivir lo suficiente.

Las fibras de luces mañaneras o vespertinas cruzan sus estructuras silenciosas, las vigas de roble- pellín,  o el hormigón armado de principios del siglo XX. No es un silencio artificial, por allí también se amplifican las voces de los niños que van y vuelven de escuelas que se encuentran muy lejos de la antigua,  establecimientos recién inaugurados y en  donde los colores y el frío metal  brindan un extraño simulacro de comodidad.

La preocupación parte por alguien o un conjunto de personas, que conservan una fibra emotiva hacia esos bienes.  De esa forma y de una  manera muy lenta surgen las preguntas de absoluto rigor, ¿Qué diablos hacemos con esa boletería?, ¿Qué provecho le sacamos a esta escuela que el  terremoto no perdono? Apreciar no es sólo un acto equivalente a mirar tele o fijar ángulos predecibles  en mujeres que cruzan de uno al otro lado de la plaza de armas. Apreciar en ese sentido  me parece que va por el cariño que le pones a lo que tiene significado para ti, es decir, ser parte de lo que respetas: un trocito de memoria o un  puñado de recuerdos asociado a tus mayores.

Nuestros lugares “neutros” no están del todo deshabitados, ya lo dijimos: conservan calor, guarecen vidas invisibles, apuntan su mejor estado acústico para lo que se venga.  La valoración de lo que hoy se denomina como patrimonial, es una célula emotiva que tiende a proteger lo que te identifica, y ello ni siquiera tiene que ser de hormigón armado o madera podrida,  es un espacio que hace ¡click! y  que conecta de manera positiva naturalezas diversas de la nostalgia.

Si eres forastero siempre se puede volver al origen para comenzar con la madeja de espacios apreciados, si vives allí o aquí, como uno que vive en un poblado hace algunos años, desea que proliferen lugares de memoria por doquier y que se usen todos los lugares “neutros”, y que por sobre todo se aprecie aquello que en algún momento fue un sueño que costo sudor y lágrimas a una comunidad, que cobijó los mejores momentos para una generación, o que simplemente  ayudó a que la vida sea un poco mejor  en poblados construidos de manera periférica ( y muy digna por lo demás), lejos de cualquier ciudad pensada como centro y vanagloriada como tal.

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