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Cuando uno pasea por ahí, y busca entre las calles de un pueblo conocido algo de diversión o alguna actividad interesante, pienso en la idea de estar inmerso en un gran domicilio poblado donde todo es “puertas adentro”, donde sólo un kiosco de papas fritas o una cantina “clase A”, perviven como dos ojos de un cuerpo a punto de estirar la pata o de simplemente dormir. Como si a las siete de la tarde de una época otoñal o invernal,  las personas ya estuviesen lo suficientemente satisfechas de lo hecho durante el día, y algunas decidiesen bajar el telón y sentarse cómodamente junto al fuego, y dejar  que la televisión haga el resto del trabajo: Entretención y tragedia, realitys y noticias centrales.

Lo que se hace “puertas adentro”, queda allí en la intimidad familiar,  “puertas afuera” el panorama cambia.  Las pautas del día están claramente establecidas por el aceitado cronómetro social: jornadas laborales de ocho, diez o más horas (sobre todo estás últimas). Escuelas y colegios hasta las cinco, cesantes con puchos en la boca, a toda hora y en todas las esquinas. Por otro lado los negocios nunca duermen pero también tienen su horario, el cual no pasa más allá de la hora de las noticias centrales, con la rigurosa y necesaria excepción de las botillerías. ¿Y luego qué?,  ¿Se cierra el boliche?

Durante años, la conquista de la noche (en su acepción “bohemia” o “carretera”) ha sido difícil en ciudades y poblados al sur de la Frontera. Nortinos se han quejado durante décadas de la escasa actividad nocturna de Temuco, Villarrica, o Angol, por nombrar a las más pobladas. Cantinas, clandestinos, casas de “huifas” y discotecas nunca han faltado; tampoco los comistrajos y tertulias tradicionales de los “Rotarios”,  de los clubes deportivos, de la Municipalidad, de los “Radicales”, de los Bomberos, etc.  Sin embargo preexiste un pequeño vacio allí, algo entre esas dos ofertas que no logra satisfacer  el interés de ciertos grupos interesados en profundizar y disfrutar de lo propiamente nocturno (somos lechuzas, no alóndricos,  nos dicen). Para qué hablar en detalle de las restrictivas medidas de un Concejo Municipal, de la falta de patentes, del escaso ojo empresarial, de las duras condiciones climáticas, del fenómeno de la delincuencia, del no poder fumar, del no poder tomar y conducir, del no poder a más no poder.

Rescato en cambio, una escena de una Película Llamada “Diarios de motocicleta”, donde actúa el reconocido actor mexicano Gael García, en donde por diez minutos se muestra una fiestoca en la ciudad de Temuco de los años cincuenta. Música en vivo, bailes, trago por doquier, en un  edificio como de los típicos Socorros Mutuos. Una escena notable y totalmente reconocible, donde podemos enterarnos rápidamente de las noches de juerga de nuestros mayores.

Hoy, en una fría noche de mayo, cuando transito por las principales calles de Carahue,  escucho el bajo punzante de las rancheras del terror y la tristeza, las canciones de Camilo Sesto en el wurlitzer de una cantina clase A,  los reggaetones en los celulares de los cabros en las plazas. Recuerdo que en verano escuchamos la música envasada del  semi – pub de ocho semanas para estudiantes y turistas ocasionales, y la música que retumba en todo el pueblo proveniente de la discoteca de siempre, esa que resiste a desaparecer a pesar de las cifras rojas y su mala reputación entre los viejos.

¿Dónde precisamente encontramos la noche, o las noches de una ciudad menor? Nos urge la curiosidad y la frescura de varias buenas respuestas. Por mi parte me quedo con una frase mítica del  poeta Enrique Lihn, el que incluso en la noche antes de su lamentable muerte, pregunta a su amigo al otro lado del teléfono: ¿Sabes dónde hay una fiesta hoy día?

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