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Los actos de nuestra vida, cuando no corresponden a propósitos inmediatos como levantarse, bañarse, vestirse, ver televisión, ir a cine, son procesos que deben obedecer a nuestros propios objetivos y proporcionarnos con su desarrollo un sentimiento de realización. Me refiero ante todo al ejemplo más corriente de este tipo de acción, el trabajo que cada uno de nosotros realiza, bien sea independiente, contratado, remunerado o no. Considero importante recalcarlo porque el trabajo sin objetivos ni sentido de realización resulta una verdadera condena, así sea bien remunerado; sin embargo, el trabajo no remunerado resulta casi inconcebible para la gran mayoría de los individuos porque nuestra sociedad está penetrada de un mercantilismo radical. Un amigo a quien le conté que yo escribía cuatro blogs, respondió de inmediato, “¿y cuánto te pagan por eso?” Cuando le dije que nada, me replicó que él eso no lo entendía. Claro que no entiende, una mentalidad mercantilista no concibe ningún trabajo y casi ninguna actividad que no sean motivados por el cobro de algún dinero.

Nuestra sociedad se caracteriza por estar llena de ideas tan bien definidos como superficiales y las cuales han arraigado tanto que se convirtieron en creencias incuestionables para la gran mayoría. Es la mentalidad mercantilista que asfixia la vida social creando una atmósfera metalizada y egoísta. Como consecuencia los seres humanos se han simplificado, se identifican con etiquetas que los definen, llenan su lenguaje de ideas simples expresadas en frases de cajón, aprueban el consenso general sin tomarse la molestia de pensar, prefieren creer a reflexionar, aceptan de buen grado que la sociedad imponga sus conceptos, se acomodan socialmente, reducidos a un estado de sujeción y de simpleza.

Un ejemplo lo ofrecen las películas estadounidenses, donde sin contar con lo imaginativo de las tramas, en el escenario de sus vidas está retratada la simpleza de vivir para trabajar, para ver televisión, para tomar cerveza y para celebrar con barbacoas comiendo perros y hamburguesas. Claro que el arte es una redención para este mundo viciado de frivolidad, especialmente en lo relacionado a cine, literatura y teatro, pero la televisión es otra cosa, donde el objetivo no es el arte ni la entretención, sino el consumismo que busca un mayor número de televidentes para vender las mercancías de los patrocinadores.

La organización de la ciencia social realizada por Durkheim, a mí que no soy científico, lo que me enseñó fue la forma cómo la sociedad tiraniza al individuo. Pero consideraremos a otro pensador, Jean Paul Sartre. Una de las novedades introducidas en su filosofía fue la “mirada del otro”. Dice él que a veces nos sentimos como protagonistas en nuestro entorno social, absortos “como la tinta por el papel secante”, hasta cuando otro nos saca de nuestro mundo con su interferencia. Los otros son nuestro infierno, quienes nos objetivan remitiéndonos a nosotros mismos, “la mirada del otro me saca de mí mismo”. Los otros nos hacen sentir vulnerables, ocupando un espacio del que no podemos evadirnos. El individuo vive “abandonado bajo millones de miradas”.

Para Sartre estamos vacíos porque el otro que nos ve es el que nos hace ser como él nos ve. Reduce la función de quienes comparten nuestro medio social a una mirada acusatoria. En su obra “San Genet, comediante y mártir”, Genet, el futuro escritor, es convertido en ladrón cuando a la edad de diez años, la mirada del otro con su función social incriminatoria lo convierte en ladrón. Estaba sólo en una habitación cuando empezó a abrir un cajón  y a deslizar su mano. En esas circunstancias lo sorprende otro con las manos en la masa. Esta mirada convierte al niño que todavía era nadie en Jean Genet. Una voz pública declara: “Eres un ladrón”. La sociedad lo objetiva, lo cataloga con una etiqueta y convierte al niño en un monstruo.

Cada ser humano es un paisaje y un paisaje hermoso si nos detenemos a mirar su complejidad, pero para ello hay que profundizar y es más fácil poner las etiquetas que pone a disposición nuestra sociedad. Así es como la superficialidad se ha enseñoreado de nuestro mundo sin dejarnos más tiempo del que necesitamos para trabajar por un pago, para luchar con la competencia, para cumplir con las apariencias, con la familia, con el juicio de las amistades, con la ley, con “la patria”, con la moda, con la religión, y sin reparar en la renuncia a nuestra propia personalidad y al costo de los compromisos, que generalmente superan el tiempo de que disponemos y el dinero que ganamos.

La sociedad que nos impone sus etiquetas no sólo nos marca con la simpleza de un calificativo, también nos convence hasta tal punto de la marca que se nos impone, que muchas veces vemos como se renuncia a establecer el valor individual con el juicio propio, aceptando la etiqueta que impone la sociedad. Esto es notorio cuando tratamos a personas que la sociedad califica como bandidos. Pocos rechazan este término cuando tratamos con ellos en un ambiente amigable, y lo reconocen sin rodeos: “yo soy un bandido”. Es común también encontrarse con mujeres que desparpajadamente dicen: “yo soy una perra”, con todo el significado que se acostumbra dar a esa palabra.

Guy Debord, otro pensador francés, decía que los humanos seguimos siendo proclives a mitificar lo desconocido y a crear leyendas de lo conocido. Llegamos a convertir en “espectáculo” nuestra vivencia y a hacer de nuestras vidas un mundo de apariencias.  Para él la importancia tan destacada que el medio social da a las apariencias desvía y sofoca la creatividad de la mayoría y divide la sociedad en actores y espectadores, en productores y consumidores, a lo que contribuyen los medios sociales, verdaderos propiciadores de esta sociedad del espectáculo y su evidente manifestación de superficialidad. Los humanos corrientes somos tomados como consumidores pasivos, objetos “alienados” que contemplamos el espectáculo de la cosificación. Es una alienación originada en el capitalismo, como decía Marx, pero que a pesar de tantos cambios sociales, científicos y tecnológicos, sigue vigente.

Esas fuerzas invasoras del “espectáculo” siguen siendo una forma mercantilista de organización social que causa la distorsión intelectual, que afecta las relaciones individuales con imágenes producidas por los medios de comunicación, la publicidad y la cultura popular. Los medios han asegurado el crecimiento económico sostenido creando necesidades ficticias para incrementar el consumo y como resultado es el consumo y no la necesidad la que determina la producción. Nuestra sociedad hace que el individuo quiera parecer en vez de ser, se lo corteja como consumidor, aunque se lo desprecie como trabajador de la producción. Después de que se le degrada de ser a tener, la “sociedad del espectáculo” va más allá para transformarlo en una mera apariencia.

No sabemos a dónde va a parar nuestra civilización con los cambios constantes que vivimos, pero podemos influenciarlos individualmente para bien todos. Debord consideraba que transformar la percepción del mundo y cambiar la estructura de la sociedad es lo mismo. Al liberarse cada cual de la tiranía social, hace cambiar las relaciones de poder y es así como se puede transformar la sociedad. Él consideraba que se debía construir situaciones perturbadoras de lo común y lo normal para sacudir a la gente de su forma acostumbrada de pensar y de actuar.

Siendo libres, decía Sartre, podemos conocer nuestras posibilidades a la luz de nuevos proyectos y objetivos que constituyan nuestra “trascendencia”. La búsqueda de la libertad es el medio de hacer mejor nuestra existencia, una búsqueda diferente en nuestra época a la seguida para vencer la tiranía de las monarquías y las dictaduras, pero se trata vencer otro tipo de tiranía y el camino es el mismo. Las revoluciones han ofrecido cambios sociales abruptos, generalmente causantes de violencia y sufrimiento, sin que se haya mejorado la vida diaria de todos. Los cambios que sí lo han hecho han sido pocos y como efectos de lentos períodos de desarrollo. Debemos imponernos individualmente a la sociedad que quiere encasillarnos en la mentalidad mercantilista y así seguramente damos a nuestra civilización el empuje necesario para nuestro desarrollo como seres humanos.

 

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2 Comentarios sobre “La tiranía social

  1. Notable texto. En particular es muy grato saber de alguien que hace las cosas por gusto y no sólo por dinero. Pienso que la mencionada tiranía tiene como uno de sus efectos la amputación social del ser.

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