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La Revolución francesa, con su significado, símbolos, aciertos y errores sigue vigente en el mundo contemporáneo y su presencia continua siendo el paradigma de los procesos de cambio, más en estos días de  revueltas y conflicto.

En un período de pocos años, algo así como 30, se produce un cambio tan radical y vertiginoso en la estructura política, social y económica en un país, que literalmente bien pocos se pueden reconocer luego de ese recorrido tumultuoso y poderoso.

El proceso revolucionario se venía incubando hace casi un siglo y pensadores habían formado una nueva clase –la burguesía- que quiso emanciparse y adquirir el control del Estado, y para ello lo refundó.

Los escritos de Montesquieu, Rousseau, Voltaire y los enciclopedistas permitieron que la emergente burguesía tuviera el coraje intelectual de crear un nuevo sistema político, que superando el absolutismo de la Monarquía, avanzara hacia lo que hoy conocemos como democracia liberal.

Las lecciones de la Revolución Francesa son varias, algunas contradictorias.  En primer término, ningún régimen político se mantiene por la sola voluntad de los que detentan el poder, sino que necesitan validarse. La Monarquía Francesa basaba su poder y estabilidad en un mecanismo mezcla de derecho divino y también de consulta a las corporaciones medievales (Los Estados Generales). Es a través de este resquicio que la burguesía se hace fuerte, aprovechando el descuido del monarca que permite a sus súbditos formular quejas sobre la situación del Reino. Estos libros de quejas son la base del futuro Gobierno revolucionario.

Casi 100 años de absolutismo y descontrol de las finanzas públicas, obligaron al Monarca a recurrir a los Estados Generales. Era tal la obsolescencia del régimen que jamás se percató  la compuerta que estaba abriendo. La convocatoria a los Estados Generales, donde votaban los tres estados (Clero, Nobleza y pueblo llano), estaba pensada para ratificar ciertos cambios impulsados por los ministros reformistas de Luis XVI, pero fue aprovechado por los burgueses provincianos para  constituir una Asamblea Nacional que pasó del reformismo a la revolución en pocos meses.

El Rey y su Corte estaban tan desconectados con la sociedad y los anhelos del pueblo que jamás pudieron tener una estrategia clara como enfrentarlos. Otra gran lección: el gobernante debe ser capaz de establecer una comunicación emocional con sus gobernados. El Rey en Versalles, mientras los parisinos se tomaban La Bastilla escribía  en su diario el 14 de julio de 1789 que nada pasaba.

Una segunda enseñanza de la Revolución es que despierta fuerzas de difícil control, que representan lo peor y lo mejor del hombre. Los personajes que nos deja la Revolución son una expresión de estas fuerzas. Desde Lafayette y Telleyrand, conservadores reformistas que tratan de salvar al Rey y la Monarquía, pero se ven superados y traicionados por los más reaccionarios de la propia  nobleza; los moderados como Mme. Rolland y Necker, que son arrasados por los jacobinos de Robespierre, Saint Just, Marat, Danton, Couthon y  Collot D’Herbois. Están también los que se aprovechan de la situación y finalmente se quedan con el poder, como Fouche, el Abate Sieyes y el propio Napoleón Bonaparte. Son quizás Fouche y Napoleón los personajes más notables de este período y reflejo que, habitualmente, las revoluciones terminan siendo conducidas no por los más capaces o virtuosos, sino que por los que logran acomodarse y aprovechar las oportunidades, negociando con unos, traicionando a otros y quedándose finalmente con buena parte del nuevo poder que otros han construido.

La situación más trágica es la de los jacobinos. Son una legión de brillantes burgueses que llevan a su máxima expresión la Revolución, pero su extremismo y purismo virtuoso los conduce a su propia destrucción. La Revolución los consume.

El caso más emblemático es Danton, líder del pueblo parisino, que radicaliza y extrema sus posturas contra el orden establecido y luego ve con pánico los excesos que se cometen.  Se aleja de la Revolución, para casarse por la Iglesia a la cual había combatido y proscrito, regresa a París a enfrentar el Terror de Robespierre y muere guillotinado.

Todos estos personajes nos persiguen hasta hoy y encarnan los estereotipos de los revolucionarios posteriores.

También son un legado vigente sobre la distribución de las fuerzas políticas. En el hemiciclo de la Convención Nacional, los jacobinos se ubicaban a la izquierda; los girondinos se instalaban en el centro (el pantano), y los  defensores del rey se ubicaban a la derecha.

El pueblo parisino, tan activo en la Revolución, fue actor decisivo y movilizado, desde la Toma de la Bastilla, a la marcha hacia Versalles pidiendo pan, la presión sobre  los  representantes indecisos en agosto de 1789 cuando se desarmó el antiguo régimen y luego el asalto a las Tullerías que culminaron con la fuga del Rey y su posterior ejecución. Sus líderes fueron Danton y Marat, quienes utilizaron una nueva arma: la prensa escrita, que denunciaba, inflamaba, analizaba y creaba opinión pública. Ese mismo pueblo, luego va perdiendo su voz y protagonismo, para caer en manos de otro déspota más temerario aún que  el monarca guillotinado. Pero ese pueblo cada tanto en tanto volverá a levantarse y en sucesivas revoluciones, perfeccionará  la democracia representativa y liberal (1830, 1848. 1870, 1968)

El color rojo, propio de la izquierda, es un regalo de París: cuando había estado de alzamiento, se alzaba la bandera roja en señal de advertencia, primero, pero luego era la enseña para salir a las calles.

La Revolución  Francesa fue posible gracias a la educación de la burguesía y del adoctrinamiento en el racionalismo. Su confrontación a la Iglesia, hizo que esta perdiera el poder, los bienes y sus riquezas. Notre Dame convertida en Templo de la Razón, el clero secularizado, las ordenes religiosas prohibidas, el calendario cristiano abolido.

No obstante, la Iglesia se enfrentó a la Revolución. Las revueltas de la Vendée (y el genocidio cometido por las tropas contra los campesinos)  y la persistencia del culto católico demostró la inviabilidad de avanzar en el laicismo sin lograr los acuerdos necesarios, como finalmente se logró en el Concordato de 1801.

La Revolución también nos dejó y mantienen vigente toda la epopeya  por las libertades civiles y los derechos humanos. La Declaración de los Derechos del Hombre aún resuena como un testimonio vivo sobre las conquistas de la humanidad y la enseña de la Libertad, Igualdad y Fraternidad, sigue vigente como manifestación de las luchas sociales. Los emblemas revolucionarios, siguen estremeciendo no sólo a Francia, sino que a gran parte de la humanidad. Hasta hoy nos conmueve la fuerza de la Marsellesa y de los colores de la bandera. Las pinturas de Jacques Louis David y  la poesía de André Chénier expresan la fuerza nueva que impulsaba la Revolución, la ambición por crear una sociedad superior, más virtuosa, pura y libre. Años más tarde, en 1830, Delacroix pintó “La libertad guiando al pueblo”, la más hermosa representación del espíritu revolucionario que sigue  conmoviendo.

En el agitado agosto de 1789, la Asamblea Nacional fue votando una tras otro, la eliminación de los derechos feudales, la emancipación de los siervos, la proclamación de la igualdad, la destrucción de los privilegios de la Iglesia y de la Nobleza, pero también de las corporaciones feudales. Muy pronto, la exacerbación de las políticas liberales, llevaron a la prohibición de las organizaciones de los trabajadores. Deberán venir otras revoluciones para reconocer el derecho de los trabajadores a organizarse y realizar la huelga.

La Revolución Francesa es un proceso  excepcional, poderoso e incuestionable de cambios. Llegó a la violencia y al extremo del Terror, para purificar a una sociedad joven, que necesitaba cambiar, ante la impasividad de sus clases gobernantes, que fueron arrasadas del poder, sin que nadie realmente lo lamentara.

La falta de cercanía emocional de la nobleza y el clero ante las exigencias de la burguesía y los padecimientos del pueblo fueron la chispa que encendió un fuego que consumió toda la estructura social, económica y política de un país.

Debiera ser una enseñanza para todos. Esa es la vigencia de la Revolución.

 

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