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Me invitan a participar de una tertulia en la Universidad de Valparaíso organizada por el Centro Interdisciplinario de Neurociencia de esa universidad. Nos invitan a tres chilenos: Rafael Rubio, poeta, Andrés Stutzin, médico y científico y a mi. Nos reunimos en el Centro Cultural de Valparaíso, precioso espacio que mira el mar. Amparados por el viento marino y un cielo estrellado, llegaron más de 500 personas entre jóvenes, mayores, mujeres, niños y vivimos una experiencia comunitaria poderosa. Nos reunimos a reflexionar juntos, escudriñar un tema, encontrarnos alrededor de las ideas, las vivencias y emociones. Eso es hacer universidad pública.

Comparto lo que escribí para esa luminosa ocasión:

Me invitan a darle vuelta al dolor… No es mi tema. No he reflexionado en relación a este espacio humano tan nuestro. No he leído sobre el, no tengo poesías favoritas, filósofos que me abran a comprensiones profundas, sociólogos lúcidos, pintores…

Lo primero que encuentro después de la pregunta es que he sentido dolor en innumerables ocasiones y no me gusta, hasta ahora. Es un espacio incómodo, como tener ají en todas las articulaciones, un espacio de temperatura incierta, un momento en que todo se mueve, re-mueve y con-mueve. Salir del rincón cotidiano y conocido da miedo. ¡Cuántas estrategias he construido para no sentirlo! ¡Cuantas adicciones, cuantas ideas y creencias múltiples que me salvan o me han salvado de ese lugar! Pero también, debo decirlo, ese estado ha sido capitán certero de un viaje hacia el corazón, la piel, las zonas blandas y delicadas. El contacto con el dolor, esas aguas tormentosas que se colaron bajo puertas, debajo de las alfombras que guardan mugre, que limaron la piedra y abrieron el paso a comprensiones profundas, aguas que socavaron el templo, la fortaleza, rompieron el dique y trajeron vida nueva.

Entonces le voy sacando ropajes al dolor, abriendo las capas delgadas y crujientes de la cebolla del universo y sus espirales. Voy dejándolo piluchito en su esencia, desprovisto de tanta idea sobre él. Me siento a respirarlo a ver si lo comprendo, si sigo su inspiración, su canto de chamana con ojo  de águila.

¿Cuándo he sentido dolor?

Está el dolor que sintió la niña que yo soy cuando se supo abandonada, abusada, atropellada, invisibilizada… todos los múltiples “adas” que experimentamos en el estado de la conciencia humana en la que estamos hoy. Y este espacio doloroso vuelve a repetirse cada vez que alguna de esas experiencias entra a mi presente. Creo enloquecer… Entonces vuelvo a respirar, a estar presente en la realidad del cuerpo, y ahí esos registros ya no son porque hoy soy otra, tengo otras herramientas, nuevas habilidades. Pero, desde ahí, te he podido abrazar, claro que sí. Desde ahí siento tu esencia, comparto contigo desde una empatía que se fragua en el fuego común de la vivencia que nos pone en la horizontalidad de la especie humana. Desde ahí te percibo y se abre la solidaridad, lo fraterno, la igualdad en la diferencia. Yo soy tu y tú eres un yo que se puso afuera hoy en ti puedo mirarme, puedo recordar quien soy.

También sentí dolor inmenso cuando fue el golpe de estado en Chile y perdí mi vida, la que tuve, perdí  a parte de mi familia, a parte de mis amigos, perdí mi barrio con muchos papas y mamás, perdí el paradigma que me entregaba sentido, visiones que me impulsaban hacia un futuro, un orden que me daba seguridad, contención. Viví, entre otros estados, en el dolor permanente. Dolor por lo que veía, dolor por mi país que se convertía ante mi ojos en un país en que el dinero era el rey, el norte, el motor de la vida individual, dolor por las heridas que se inflingían a diario a mis compatriotas, dolor por la persecución, por el mundo en que se criaban mis hijos, por la quema de libros, por el desmembramiento. Hubo días que el dolor me arrojó a rincones oscuros, tenebrosos y conocí la sensación del sin sentido, de las ganas de morir. Pero, ese mismo dolor, la comunión del mío con el de todos y todas las demás, me llevó a las calles, al arrojo, al coraje de hablar palabras plenas de significado, a ir a golpear las puertas de cuarteles en busca de los amigos y amigas atrapados en sus túneles oscuros. Ese mismo dolor me llevó a crear en medio de la adversidad completa, a encender bengalas y a resistir abrazándote como si de ese abrazo colectivo dependiera la inhalación y la exhalación del universo completo. Vuelvo a deletrear el territorio fragante de la solidaridad.

Y me volví a encontrar con el dolor cuando nació mi hijo con un daño cerebral severo y la vida ya no me dio tregua, transformándose como se transforman las células, vertiginosa, incontrolable, ya no hubo balsa que me salvara del naufragio y naufragué estruendosamente, me quedé sin aire… Entré a la tierra buscando significados, entré al abismo de los ojos del recién llegado, buscando desentrañarlo, descifrarlo para poder ser la madre que lo acompañara en el viaje misterioso de su vida aquí en este planeta azul igual que el cielo. Transité a ciegas, irremediablemente perdida de todo lo que me era propio y conocido. En ese órgano sangrante, me encontré a boca de jarro conmigo, con mi daño vital severo, con mi piel y sus poros abiertos a percibir, me encontré con la yema de mis dedos y sus mil mundos girando, transité territorios y paisajes desconocidos, lloré, grité y amé como no sabía que se podía amar. Finalmente emergí de esas profundidades habitadas por monstruos marinos, con la palabra, con las ganas recuperadas de hacer teatro, con la sensación de saber a qué había venido a esta tierra, con una nueva capacidad de sentir a los que iban en ruta conmigo.

Nuevamente la solidaridad.

Entonces reconozco al dolor, lo invito a ser parte, lo integro…

El sistema neoliberal y su Imperio desbordado por el mundo, devorando culturas, regiones, identidades, lo extirpó. Miles son sus estrategias para dejarnos sin sentir. Farmacias instaladas con sus millones de antidepresivos y fármacos que nos mantienen dormidos, anestesiados. Sus mil millones de objetos, espejitos, cuentas de vidrio que nos dejen hipnotizados, cautivos de la ilusión de las cosas, trabajando para tener una  nueva y estar cansados, sin deseo de orgasmos y aventuras de piel. El Imperio se las arregla para que permanezcamos desconectados, muertos por dentro, insensibles al dolor  humano, al dolor propio. Porque si siento, te encuentro, si te encuentro, me importas, si me importas, somos parte y vuelve a parecer la comunidad. El Komein que nos hace miembros de la misma especie azotada por terremotos, huracanes magníficos, especie que aún siente miedo ante la muerte. Si sentimos volvemos a registrar que vinimos en bandadas que hacen danzas en el cielo. Si sentimos somos parte de todo, reconocemos que la materia de la que están hechos los huesos es la misma de la que están hechas las estrellas. Si sentimos está el abrazo a flor de piel, el arte que convoca y soy capaz de escucharte y ser solidario con tus necesidades y cuitas. Si siento, te incluyo.

Abro una rendija en un espacio de la conciencia, uno pequeño, anaranjado y lleno de música y de pianos, también de silencio.

Ahí, en el espacio de las naranjas y la música, se reúne mi Almendrita nieta hablando con su voz que es delicado  tambor de la mañana que alerta a las bandadas de pájaros que habitan mi casa. La miran envueltas en su magnífico plumaje. Hay fiesta de loros en el eucalipto. Mi niña habla con Don Luis de los perros, de unos crisantemos blancos y rosados que aparecieron fuera de temporada. Aunque no la veo, la siento deslizar su mano de muchachita por el pelaje suave de la Tormenta, mi perra silvestre. Don Luis reparte sabidurías provenientes de la tierra y ella vuelve a reír y él a mostrar su sonrisa sin dientes. Mi piel es testigo gozoso de la perfección, o más bien, de la existencia de ese punto luminoso y dotado de hermosura que respira en todo y en todos.

Sino hubiese atravesado el dolor, sintiéndolo a todo cuerpo, invitándolo a bailar la danza de la vida, jamás habría podido vivir esta experiencia. Entonces el dolor tiene sentido y razón.

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5 Comentarios sobre “Darle vuelta al dolor

  1. Malucha. Nos conocimos cuando vinistes a Victoria. Te escribi hace tiempo pero no se si te llego. Lo primero q debo informarte es q mi hijita Tania fallecio en el 2010 a la edad de 31 anos. Todavia lloro. Solo una madre especialmente una madre de un nino invalido severo lo entiende y lo siente. Vi en la foto a tu lindo hijito. por casualidad encontre tu web. Entre otras cosas – Gane mi caso en contra de el gobierno de BC y tuvieron q cambiar la regla de no pagarles a los padres de hijos como los de nosotros. Fui una lucha de 10 anos. Escribi un libro electronico y es posibe de que una dama q tu conoces me lo traduzca a el castellano. El dato me lo dio Celso Cambiazo. Escribeme si puedes… ya se lo ocupada que siempre estas. Carinos y cuidate, Lavinia

  2. como siempre Malucha navegando en aguas profundas y certeras,si hablamos de dolor,lo exorcizamos y se hace mas tenue,mas llevadero,no se puede vivir sin dolor es como la vida misma,así como también es paz, es torbellino , es alegría ,entonces a disfrutar cada momento. Gracias a ti siempre Malucha por la luz que emites.

  3. Muchas veces me he encontrado pensando que el dolor puede ser una parte irremovible del ser humano. El dolor puede ser una fuente de educación tremenda (y terrible, por cierto) individualmente y socialmente. A través del dolor nos motivamos a seguir avanzando, a luchar por cosas mejores. A través de la empatía con el dolor ajeno aprendemos a luchar por causas en las que nosotros no somos los beneficiados, sino aquellos a los que les tocó una vida más triste.
    A través del dolor aprendemos a luchar por nosotros mismos y por el resto. Por eso mismo, es terrible que el sistema trate de adormecer el dolor de maneras artificiales, porque así, como tú bien dices, se le está quitando la sensibilidad a la gente, y una sociedad insensible está condenada al fracaso y a la no realización de las personas que la componen.

  4. Gracias Malucha
    Creo que a nadie le gusta el dolor, uno se retuerce, prefiere olvidarlo o bloquearlo, pero no se puede escapar del todo. Esta ahi. Podriamos decir que…”nos persigue” Uno puede aprender a soltarlo y dejarlo ir aprender del porrazo

    Saludos

    Gusttabo J L.

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